Marcas
Y también porque uno es lo que recuerda resulta imperioso
armarse en sus memorias.
Amparos para el
porvenir, armazón de protecciones que, acaso, sirvan como antídoto para el
olvido.
La primea
vez que la palabra “Alpachiri” se hizo presente en nuestras conciencias fue cuando
Andrés Arcuri (venía con un temple en la guitarra y un óleo en el salar) la deslizó
en una noche rumorosa en Bernasconi. Al filo de la conversación anticipó que, antes
de regresar a sus pagos en el Valle Argentino, pasaría a visitar amigos por
Alpachiri “para que no me olviden”.
Fue una
formulación circunstancial, preámbulo de una despedida, pero “Alpachiri”, tan
eufónica como extraña, perseveró a manera de registro de aquella jornada en que amanecían los años cincuenta.
De manera
que desde ese episodio doméstico hasta hoy ha transcurrido más de medio siglo,
mucho más de la mitad de lo que hoy convoca.
Alpachiri.
Andaba por allí (tal vez en Remecó) con su mirada clara y barba de tres días,
don Eliseo Tello midiendo las distancias y alentando misterios.
Tello, confirmando topónimos y extrañas migraciones.
Con el
paso de los años Alpachiri dejó de ser una palabra curiosa. Al punto que se
impuso sin traumas a la frecuentada referencia de “kilómetro 49” tan apelada por quienes tomaban
el tren en Alta Vista o Darregueira.
El ferrocarril,
por supuesto, fue factor de esta victoria. Durante años y años sus andenes
fueron ambulados por abrazos y evidencias de un progreso que no percibía aún
las ominosas reincidencias del Plan Larkin redivivas a partir de los ochenta. Claudicaciones que convertirían al trazado
del riel en una dilatada llaga a cielo abierto.
El
poblado creció a la par que sus trenes. Cada
campanada en sus andenes reflejó un flujo que enriquecería la mixtura fortaleciendo
sus apetencias de futuro.
Esta expansión tuvo su expresión en las mesas familiares.
Sabores y aromas germinales. De la
carbonada a los vareniques, de los tallarines al puchero.
La brisa era una fiesta.
En ocasionales
tardecitas de otoño alguien llevaba apelstrudel.
Luego,
con un poco de suerte, sonaría una mazurca en la Colonia Urdaniz.
Época de
caudillos y también de derrotas. El aire se fue poblando de voces y las melgas
fueron extendiendo sus dominios hasta donde antes había bosque y alguna rastrillada.
Bisectrices
en esta comarca que eligieron los antiguos para sentar sus reales. Desde Chilihué hasta Médano Massallé, pasando
por Salinas. Un itinerario de ida y
vuelta inaugurado a lanza y sangre.
“…Arcaica
letanía colorada/ o canto de muerte/ borogano./ Médano rojo,/ ¡Ay Masayé!/
Quebrada tribu,/ !Ay Yalmaché¡/ YA, ya, ya, aaaah.../ Curú Agué,/ Nahuel Quintún,
/Calvú Turem, /Curú Locó,/ Carú Agué,/ Millá Pulquí,/ Melín, Alún,/ Calvú
Quirqué/ Todos murieron/ ¡Ay arenal , lanzas y gritos!/ Tembladeral./ La muerte
vino, / Malú Mapú,/ a los borogas/ como una luz./ Los adivinos del carrizal./
Rondeau,/ cacique del medanal,/ capitanejos sin perdonar,/ gargantas rojas/ del
degollar/ y los ancianos/ de nuestro lar/ desechas carnes/ sin palpitar,/ todos
rodaron/ bajo el fulgor/ de piedras locas/ del invasor./ Guerrero toro,/
Calfucurá ,/ que nos trajiste/ tu tempestad./ ¡Ay peregrinos/ de destrucción !/
¡Ay comerciantes/ de maldición!/¡Ay Cara negra! ¡Flecha de Oro!/ ¡Ay Cara
Verde, / Cabeza Negra!/ ¡Canas azules!/ ¡Médanos rojos!/ ¡Ay Masayé! / Ya, Ya,
Ya,... ya... aaaah! . ..”(1)
¿Se sintieron
aquí los ayes voroganos?
Cómo
saberlo. Fuera cual fuere la especulación lo cierto es que esas reverberaciones horadaron el siglo y
cien años más tarde replicarían en la escena nacional flagelando también, porque de eso se trataba,
cada lugar donde se alzara una conciencia.
Ya están
en este volumen, habitando el necesario inventario de Norberto Asquini, los nombres
de Analía y Mario Urquizo, Daniel Rocche…Y, como si no bastare, Miguel Ángel
Nicolau, el curita pampeano, atrapado por la misma furia en el mismo lugar, al que
le fueran insuficientes sus invocaciones.
Historias que arden en la tierra fría.
Demasiada
tragedia para el poblado que se refugió en el silencio para exorcizar sus
laceraciones.
Opciones,
complicadas en la geografía del ultraje.
¿Cómo
juzgar? ¿Desde dónde juzgar?
El dilema
justifica y alienta este texto mínimo: buscarle la vuelta, hincarle el diente a
los silencios hasta derrotar al ministerio del olvido.
Porque la
historia –según se mire- no hace justicia. Ni siquiera repara, pero a
menudo alivia.
En la
gran nevada de 2009 que hubo sobre Alpachiri alguien incorporó la silueta del Eternauta
a una instantánea callejera. Fue una buena idea que devino en un resultado
mágico.
Quizá
venga bien este ejercicio para estimular procederes. Incluir una ficción a la
realidad. Imaginar, hasta tocarle el rabo a nuestros propios límites, las mil
maneras de enfrentar a las ausencias.
Si se
pudiere, no estaría mal intentar superponer las entrañables figuras de Analía, Daniel,
Mario, Miguel Ángel a cualquier postal pueblerina y dejar que lo demás fluya.
Hacerlos visibles, porque las heridas no cierran hasta
que no son expuestas a la luz. Luego, el
tiempo hará lo suyo y de ellas quedará una cicatriz delgada, blanca, como un pañuelo.
Resulta
incierto presumir el porvenir de una idea peregrina. Pero insistimos en ella, aunque más no sea
para plasmar ahora, en esta fecha que marca un mojón, las expectativas verbalizadas
en clave de esperanza por aquel viajero que, hace más de medio siglo en un
crepúsculo de Bernasconi, partía con rumbo a Alpachiri.
J:C:P
Julio 2011
(Para el libro del centenario de Alpachiri)
(1)
fragmento de un
poema de Juan CarlosBustriazo Ortíz
(2)
Composición de DCB.