martes, 31 de diciembre de 2013

Un año más, un sueño más

(estamos alcanzando las ocho mil lecturas, lo que colma nuestras expectativas desde  que, hace menos de un año, esta página cobró cuerpo y regularidad. Gracias, estos textos no tienen dueño.Pertenecen a quien los asumen, a quienes despiertan alguna emoción o consideración.En fin, tienen como patrón y destino las ocho mil miradas condescendientes, generosas, solidarias de estos tiempos que vamos construyendo)

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"...Ha llegado la hora de aprovechar la noche para pensar el nuevo día. Y soñar.

¿Soñar?

¡Sí!, Pero que los sueños sean sueños. Esto es, imaginar los sitios donde seremos felices y comenzar su construcción, ladrillo a ladrillo. Vale la pena el intento. Además, como se sabe, soñar no cuesta  nada.

Soñar, hacerlo fuerte y bien hasta conjugar la primera persona del plural.

Soñar, un sueño tan grande como será la nueva casa. Y que no quede nadie afuera: ni el abuelo de rostro crispado, ni el joven que borra el rastro del regreso, ni los niños que ayer tiraban piedras a la luna y hoy arrojan ladrillos a los trenes. Todos claro, menos los asesinos de los sueños porque para ellos no será el reino de los cielos.

Barajar y dar de nuevo, ganarle la partida a la guadaña. Serruchar de una vez al as de bastos, aprender de La Pampa  y sus sabios hacheros: el fuego no penetra donde ya estuvo el fuego.

En fin, un sueño con todas las de la ley. O mejor, con la ley para todos.

Hacia el amanecer un suave sonido penetrará por las ventanas. Vendrá de abajo y crecerá de a poco, como los trigales. Irá cubriendo todos los espacios, como un estilo en las guitarras e irrumpirá potente por la mañana... como los sones de la calandria.

Será el momento de levantarse. Allí está el sol. Elevemos la mirada para celebrar sus rayos y en un ademán, en un gesto común, emprendamos la tarea cotidiana...

Un poco más, un sueño más.
Un poco más, un poco más y ascenderá. Ascenderá...
Se elevará en la térmica del volcán de la esperanza y seguirá subiendo...hasta tocar el cielo con las manos..."
(fragmento de NUNCA MAS PENAS NI OLVIDOS)

Juan Carlos Pumilla

viernes, 27 de diciembre de 2013

Sara



El hueco que  han dejado las botellas de aceite es ocupado por una radio que vomita impiedades. Otras ausencias de las estanterías están disimuladas por almanaques o publicidades que no convencen a nadie. Sara Pelàez  repasa innecesariamente la superficie de fórmica  aguardando que su única clienta se decida entre el paquete de fideos o el de harina. La vieja demora la elección y su mirada acaricia por algunos instantes  el canasto de los panes y   el trozo de queso que languidece arqueado y lagrimeante bajo la campana de vidrio. De pronto, seducida por vaya a saber qué conmoción interna, la vieja se abraza a los paquetes y sale corriendo ante el estupor de Sara que  parte furiosa tras la  osada. Cruzan la esquina, disparan por la calle y siguen por la otra cuadra mientras las distancias se acortan porque Sara es algo más joven y la bronca es mucha. Cuando el barrio se transforma en villa las espaldas de la anciana se aplastan  y su paso se vuelve cada vez más pesado. Al borde del aliento aprisiona sus tesoros con un solo brazo y deja que la palma de la otra mano sostenga su cuerpo contra la pared, edificando  una arcada en medio de la vereda. Está vencida. Voltea la cabeza con ademán de deshacer el abrazo pero descubre que no hay nadie a sus espaldas. El desconcierto invade sus pupilas y al cabo de algunos segundos baja la vista. Mueve imperceptiblemente sus labios dibujando una palabra corta que no se escucha y reanuda su marcha hasta convertirse en una mancha marrón entre las acacias.  Sara la ve alejarse entre el invierno y retorna a su mostrador flagelada por un aluvión de sentimientos confusos. El locutor sigue disparando  las noticias con voz acre. Suenan como escopetazos... Sara aprisiona la perilla del  volumen hasta que sus nudillos blanquean. Gira   y un tambor obstinado retumba en sus costillas. Lo hace lentamente. Lentamente... hasta estrangular  definitivamente las palabras.


sábado, 7 de diciembre de 2013

Teófilo Ivanowsky




Teófilo Ivanowsky deserta de la milicia y se transforma en linyera. Allá, en Montevideo, renuncia  a una historia e inmigrantes junto a sus documentos .Se introduce luego  en  los caminos  del país vecino que tropieza  en las incertidumbres de su organización. Teófilo trajina, sin prisa y sin pausa, huellas y años hasta que recala en los andenes de una estación que lleva su nombre. Nunca imaginó (él, que hizo de la imaginación una religión) que aquellos documentos abandonados en Montevideo  convertirán a otro  don nadie en  un guerrero, un héroe del proceso nacional que a su muerte sería honrado con un decreto de denominación de un pueblito ignoto de la Pampa Central.  El nombre de Karl Reichert quedó extinguido en una leva de los pagos  de Azul, engrosando  las infinitas sepulturas de la historia. Edgar Morisoli hace justicia con ambos en un relato donde la poesía también honra estas bisectrices de la vida, estas coincidencias cósmicas, estas armonías de la existencia que uno-por insondables imperativos  de la síntesis -  titula, simplemente, “rimas”.

(de la serie Rimas)

viernes, 22 de noviembre de 2013

Latidos


Vacila, su corazón vacila,
y en cada desencuentro una tibia penumbra
 le acaricia la cara.
Tropieza, su corazón tropieza,
y un galope feroz le penetra en el pecho
 agrietando el coraje.
Lamenta, su corazón lamenta,
y un olvido especial engañoso y triunfal
 va trepando a mansalva.
 Recuerda, su corazón recuerda,
y un aullido, una voz, una débil canción
le conmueven el alma,
porque su corazón, más allá del dolor,
está vivo y le canta.


sábado, 9 de noviembre de 2013

Sur


Viento y soledad,
quizás una ilusión.
Tres formas de mirar al sur.
Tres maneras de pensarnos.
Tal vez, una mañana de éstas,
alumbre una jornada de sol alto
y el sur será un abrazo.
Una silenciosa manera de estrecharnos;
un gesto sinfónico que se haga y se cante
en clave de dos, de tres y de más,
hacia adelante.
¿Qué más ?...
¿Qué más está quedando
para empezar a desandar
lo que nos falta ?.

sábado, 2 de noviembre de 2013

El hombre que volaba y los Trogorditos


Hace mucho tiempo, en un lugar lejano, muy lejano, había un hombre que volaba.
El hombre que volaba causaba la sorpresa y alegría de los chicos y la envidia de sus mayores.
Los mayores de la tribu de los Trogorditos rascaban sus cabezas, nerviosos al no entender cómo alguien que no fuera pájaro pudiera volar.
Así fue pasando el tiempo.
Días, semanas,… años…
Y, mientras los chicos se maravillaban ante el hombre que volaba , los Trogorditos grandes seguían alborotando sus cabelleras.
Hasta que un mal día los hombres envidiosos miraron sus cabezas en una lagunita...
¡Ay!, gritaron horrorizados.
En el espejo de agua comprobaron que, de tanto insistir, se habían quedado sin pelos.
Los chicos comenzaron a reír al ver tantos pelados.
También rieron los pájaros, los perros, los loros y las ranas.
El hombre que volaba dejó de hacerlo, tentado por tanta peladura. Su panza se movía con las carcajadas y, para evitar caer, no tuvo más remedio que apoyarse en las ramas de un árbol inmenso.
El árbol también reía agitando las ramas.
Ante tanto festejo los Trogorditos señores (que seguían sin entender cómo alguien que no era pájaro volaba como un pájaro), se enojaron.
Colorados de rabia espantaron a los perros, los loros y las ranas que reían.
Al árbol le cortaron sus ramas .
A los pocos pájaros que atraparon los colocaron en jaulas. Más tarde pusieron en penitencia a los chicos que aplaudían.
Intentaron apresar al hombre que volaba pero, claro, no pudieron alcanzarlo.
De esto, como dijimos al comienzo, ha pasado mucho tiempo.
Tanto, que al árbol le volvieron a crecer las ramas y las crías de los perros, los loros y las ranas vuelven a corretear por el monte y la llanura donde todos los pájaros son libres.
Todos están felices después de tanto susto.
El hombre que volaba ya está viejito y se divierte contemplándolos desde las alturas.
No está solo. Como se iba poniendo anciano les enseñó a volar a los niños que aplaudían.
Esos niños ahora son muchachos voladores que por las tardes juegan al fulbito en los campitos y luego suben a dormir recostados en la luna creciente.
Cada tanto, cuando están aburridos, hacen pis hacia abajo tratando de acertar a unos puntitos brillantes que resplandecen allá abajo.
Son las cabezas de los Trogorditos que siguen reluciendo por tanto fregar.


(de la serie relatos para nietos)

viernes, 25 de octubre de 2013

Matar al tirano






Aunque pasen siglos te venceré. Peón cuatro alfil rey; peón tres alfil rey; peón cuatro rey; peón cuatro caballo rey; dama cinco torre rey. ..Muere, te lo advertí.





sábado, 12 de octubre de 2013

Juancito del monte


No he vuelto a Telén. No sé si lo haré alguna vez. Debe ser por cobardía, que se yo; quizás por rabia. O porque asumo que soy un sobreviviente y no tengo ni las ganas ni la fuerza para comportarme como tal.
          Si hasta he pedido a la Compañía que me cambie el recorrido. Pensar que antes me gustaba andar por esos caminos solitarios plagados de silencios. Podía pensar, me gustaba hacerlo. Ya no.
          De todos modos tengo algo que agradecerle a mis muchas heridas cotidianas. Van cicatrizando todas juntas y la costra no permite la individualización de una u otra.
          Pero todavía me acuerdo de aquel viaje a Telén. Mañana fresca, la calle principal completamente vacía, tan solo algunos grupitos charlando bajo en la frondosa arboleda que suplantó el segundo refugio de Capdeville.
          Entré contento al boliche, aunque algo extrañado. Y fue Don José, arrastrando las palabras con esa parsimonia de paisano acostumbrado a mirar correr la vida sin premura, el que me contó la historia.
          Siempre prefiero los mates a la ginebra, pero confieso que no me costó demasiado acompañar al viejo en su trago mañanero.
          ¿Se acuerda de Juancito? Me dijo. Y como no me iba a acordar. Juancito, el arisco y dulce, el pedigüeño de revistas de la capital y el lector ensimismado de muchas horas bajo la sombra de aquel caldén que, me han contado, todavía existe.
          Juancito. Que lindo tipo.
          Don José no me lo dijo todo el golpe. Así que, acostumbrado a sus preámbulos, me dediqué a evocar a Juancito, el muchachón del monte, el mediano de los Carripilún que un día no hace muchos años (tendría ocho o nueve), se perdió en la espesura y lo encontraron a la semana medio muerto de frío, las ropas deshilachadas aterrando la honda con que había salido a cazar las liebres que esa noche cocinaría su madre.
          No escarmentó. Volvió al monte una y otra vez. Ya grande cuando cambió el hacha por la cuchara de albañil y la enramada por la piecita de atrás de los Anchorena convirtió al caldén de El Alto como refugio para sus penas o lecturas. Esas que de tanto en tanto, pasaban de las manos de mis hijos a las suyas.
          Me estaba acordando de cuando me dijo que se quería ir para Bahía, que si no lo llevaba. Y yo entusiasmado como el que le ofrecí mi casa y todos los manuales que necesitara para terminar la secundaria.
          Fue en ese momento del recuerdo en que algo me advirtió que el tono de don José se había vuelto grave, más vacilante.
          Así que cuando preste atención justo el viejo me estaba anunciando que Juancito, el mediano de los Carripilún, se había muerto.

          Lo enterraron ayer. No se imagina el dolor de la madre. Acá todos los queríamos, sabe. Viera que funeral. Si hasta vino el intendente de Victorica. Cómo sería que el ministro mismo dijo que iba a estar presente; pero, claro, tenía  tantas cosas que hacer. Nadie lo pudo ver, el cajón ya vino cerrado. Pensar que cuando se fue estaba loco de alegría. Nos prometió a todos que iba a terminar la secundaria y seguirla estudiando, para hacerse hombre de provecho. Alcanzó a escribir dos cartas pero nunca las envió. Parece que las tenía entre sus ropas cuando lo encontraron. Tan solo a la madre se las dejaron ver. Le gustaba tanto el monte y tener que venir a morirse de frío en uno. ¿Cómo, no se lo dije? Si, fue lejos. En el Monte Kent, dijeron.

1982

domingo, 29 de septiembre de 2013

Misterio


La muchacha de piel de arena y cabellos enmarañados desapareció una noche de luna llena. Desde entonces nadie sabe de ella. Algunos acusan a un escultor. Otros dicen haberla visto en otras playas.

(micro-relatos de 33 palabras)

sábado, 21 de septiembre de 2013

Desaparecidos


Un grupo de amanuenses ha puesto de manifiesto su vocación de actuarios revitalizando una prédica que inauguraron los exegetas de la teoría de los dos demonios y emulara luego Graciela Fernández Meijide. Precisamente las formulaciones de la otrora funcionaria motivaron este texto en el que acaso seda oportuno reincidir.


Desaparecidos


         Como si faltara poco…Graciela Fernández Meijide acaba de inaugurar un nuevo elemento para el debate acerca de las consecuencias del terrorismo de Estado en nuestro país. Se ignoran sus razones aunque no sus consecuencias: más pasto para el festín de las fieras.
         Cumpliendo con los mecanismos de una vieja práctica, la que fuera presidente de la Asamblea Permanente por los DDHH, ha mezclado verdades irrefutables con sospechas y subjetividades.
         Nadie sabe porqué lo ha hecho ni sus razones, aunque algunos las malician al repasar su actividad como funcionaria.
         Fernández Mejide ha sostenido que los juicios contra los militares no avanzan, aseveración que habrá confirmado las presunciones de muchos y el fastidio de otros. Pero ha dicho algo más, se ha internado en precisiones sobre el número de desaparecidos durante el ejercicio del terror en cuya contabilidad, por cierto, no figura la mayoría de los pampeanos.
         Sus declaraciones revivieron un momento imperecedero de la era del miedo: cuando el  general Videla, abanicando sus brazos, dijo lo que  dijo acerca de los desaparecidos.
         No hacía falta esta formulación, que rejuvenece una concepción y un discurso al que son proclives los miserables de siempre. Sobre todo, a partir de la intangibilidad de una certeza: que basta tan solo una, nada más que una violación a la condición humana para acreditar una práctica genocida.
         Pero no le ha bastado. Hizo algo que la desvela, en el sentido de que queda al descubierto. Ha puesto de manifiesto una forma de pensar, una articulación de su filosofía de vida para inspeccionar la envergadura del terror. Con una asepsia que sorprende, con una tranquilidad de espíritu que hubiera mitigado pesares en sus horas de horrendo desasosiego, como si la muerte fuera una cuestión para los tenedores de libros, Graciela –en el paroxismo de la abyección se ha puesto a contar los desaparecidos…

Juan Carlos Pumilla
                                                                                                                                                                        6 agosto 2009



viernes, 20 de septiembre de 2013

Dictadura y desmemoria

(publicado en marzo de 2004)

Nunca más penas ni olvidos



         Uno de los ejemplos más altos de dignidad nacional, el que encarnan Abuelas de Plaza de Mayo, enriqueció las conciencias ciudadanas con su presencia. Fue en el marco de la semana de la memoria organizada por el Honorable Concejo Deliberante de Santa Rosa.
. Hace exactamente veinte años la ciudad albergaba –también en la sala de Concejo Deliberante- a otro ejemplo de abnegación y coraje: las Madres de Plaza de Mayo .Su titular, Hebe Bonafini, generaba odios y amores con su estilo frontal y destemplado. Resultaba urticante para ciertos sectores de la comunidad, aceptar sus propias falencias e hipocresías.
Entre estas dos visitadas, dos mundos, dos realidades históricas en un mismo país pero tan diferentes y distantes en su esencia han pasado en el devenir de los argentinos. En los ’80 el fuego de quienes comenzaron a pedir justicia por los crímenes de la última dictadura militar se fue consumiendo y aplacando con los miedos, las hipocresías y las complicidades con ese régimen de terror que azotó los años ’70. Recorrimos los crudos ’90 bajo la apatía y el manto de falsa piedad que más que contribución a la unión de los argentinos fue una deslealtad con la memoria y la justicia y un desprecio por las víctimas. Y llegamos con los nuevos aires de este 24 de marzo de 2004 en el que observamos un gobierno que reclama por la piedra angular de la reparación histórica de un país sano y comprometido.

LA DESMEMORIA
Como desnudaría Daniel Bilbao en su ensayo sobre los años de plomo la multiplicidad de comportamientos de las sociedades del olvido, del silencio y de la desmemoria, ese manto de brumas sobre el pasado también recorrió La Pampa. Aquí también se había padecido –contrariando el vehemente discurso de la “isla de paz”- toda una  serie de iniquidades que podían resumirse en un dramático inventario: más de doscientas detenciones, empleo sistemático de la tortura, existencia de lugares clandestinos de detención, secuestros extorsivos, asesinatos, hallazgos de cadáveres no identificados y cerca de cuarenta pampeanos detenidos desaparecidos.
Bajo el fuego de justicia que recorre el país tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, nuevamente el pasado oscuro de la provincia comenzó a ser revisitado con la apertura de la Megacausa 450 que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Subzona 14. Trece represores –nueve ex oficiales de la policía y cuatro ex militares- están procesados por la justicia federal por algunos de los delitos ocurridos en La Pampa entre 1976 y 1983.
En cada caso investigado y presentado a la justicia y a la opinión pública a través de los medios también se advierte la saludable experiencia de la redención de viejos ideales y la saludable puesta en acción de la memoria. La vergüenza deja paso a la reivindicación, la desesperanza a la posibilidad de justicia, la apatía al descubrimiento de la verdad.

EL FUEGO INICIAL
¿Qué pasó en estos 21 años desde que se comenzó la lucha por la verdad en el ‘83? La primera lucha la dieron las mujeres que sufrieron en sus familias la desaparición de sus jóvenes: podemos mencionar a Matilde Alonso -tía de Juan Carlos Andreotti-, Olga Molteni -madre de Liliana-, Celia Korsunsky –madre de Sergio Eduardo- o María Tartaglia -madre de Lucía-, siendo injustos en la recordación de sólo algunos nombres.
Las primeras denuncias del ’83 promovidas por el originario Movimiento por los Derechos Humanos –Santa Rosa- y la Asamblea Permanente por los DDHH –de General Pico- fueron  luego amplificadas por algunos medios periodísticos y expuestas formalmente ante el Juzgado Federal de La Pampa para su dilucidación. También concretaron una presentación ante la flamante Comisión de DDHH de la Cámara de Diputados que auspició la edición de un dossier que fue distribuido a los organismos nacionales de derechos humanos y a la Comisión de Desaparición de Personas (Conadep). Este gesto se correspondía con la época: desde el Poder Ejecutivo se promovía un sumario al personal policial comprometido con privaciones de libertad y torturas  procediendo a su exoneración.
Pasaron los años y el contenido de ese documento fue revivido cada 24 de marzo sin que las sociedades de la memoria pudieran vencer el infranqueable muro levantado por las sociedades del olvido y del silencio. No hubo, como se esperaba, nuevos gestos desde los poderes públicos que persistieran en aquellas actitudes que constituyeron, por su oportunidad y naturaleza, ejemplo nacional.

MARCHAS Y
CONTRAMARCHAS
En 1995 el dossier, ampliado con los elementos recogidos hasta ese año, se convirtió en una nueva denuncia ante la Comisión de DDHH en la Cámara de Diputados. Los fundamentos de la presentación eran obvios: pese al tiempo transcurrido nada se había avanzado en la materia y los muertos y desaparecidos pampeanos seguían como tales con un ingrediente más terrible: la ausencia de la verdad hacía que prevaleciera sobre ella el discurso de los asesinos. Esto es, que los desaparecidos no eran tales y que los muertos lo fueron en enfrentamientos. Los legisladores, en forma sistemática, durante estos nueve años se resistieron a considerar esta denuncia, lo que significó su negativa a realizar movimiento alguno por la verdad histórica y por la recuperación del nieto de María Tartaglia. Ese niño es ahora un joven que sigue negado de su  identidad. Al nieto de María no desapareció: nos lo desaparecieron, con  lo cual se consagra una ausencia cuya persistencia subleva la dignidad humana y ofende las conciencias.
Hay otro elemento que los cómplices de la desmemoria se niegan a aceptar. Es el que emana de la demostración fehaciente de la coordinación represiva, con la cual se esteriliza la tesis de la ajenidad que tanto se ha esgrimido para evadir responsabilidades.
En 2004, a diecinueve años de la primera presentación ante la Justicia Federal, el actual magistrado y ante la puesta en marcha que realizamos de ampliaciones y nuevas denuncias, resolvió declararse incompetente y giró todos los antecedentes al juzgado que desde hace algunos meses investiga los crímenes perpetrados en la órbita del Primer Cuerpo de Ejercito, área a la que perteneció la Subzona 14.

HORA DE REDENCION
Por los crímenes cometidos en La Pampa ya hay trece represores detenidos y un prófugo. Y también hay otros cuatro encarcelados que lo están por su participación en el secuestro de Lucía Tartaglia y la desaparición de su hijo. Si uno, tan sólo uno de ellos, decidiera romper con el mutismo de tantos años, buena parte de lo que nos ha sido vedado se revelaría. Su silencio descoloca a los exegetas de la redención. Es un silencio que se construye y afianza probablemente al amparo de invocaciones más altas y más profundas.
Estos son los elementos centrales acumulados en dos décadas. Si algún avance se ha logrado, es el de que conocer ahora, medianamente, quién es quién. Por un lado, los dueños de las preguntas. Por el otro, los poseedores de las respuestas.
Cuando la sociedad y sus representantes sostengan con compromiso y vehemencia el fuego sagrado por resolver las deudas de la desmemoria, allí estarán las Abuelas de Plaza de Mayo y  los ejemplos de  María, María Tartaglia, Olga  Molteni, Matilde Alonso , Celia Korsunsky, …en la cumbre  de  su formidable  fortaleza ética, oficiando de testigos.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Utopía

Y una mañana luminosa Juan, María y los demás tocaron el cielo con las manos. Esa noche descansaron. Fue un sueño reparador. Al alba de la jornada siguiente comenzaron a mirar hacia arriba.

(Microrelatos de 33 palabras)

sábado, 31 de agosto de 2013

¿Qué ves cuando no ves?

          Fines del siglo XIX.  Arista suroeste de Irigoyen y Rivadavia. “.El Parque”, almacén y tienda de García Hermanos.
Endechas de memoria adjudicaron la propiedad y ubicación a Felipe Yarza en 25 de Mayo e Irigoyen pero los vientos justicieros de los fastos del siglo vinieron a reparar el equívoco. Los trabajos de Ana Lassalle, Andrea Lluch y Mónica Luchesse más la registración de la fototeca Bernardo Graff, son demasiado solventes como para persistir en el error.
          El registro es tan incitante como bello. Pertenece  al estudio de la familia  Marostica , de La Plata,            está debidamente preservado en la Graff, a cuyos archivos se puede acceder en la web.
          La edificación de ladrillos se realza en a encrucijada.. En el frente, quizás por indicación del probable autor,  huís Marostica, o mera casualidad, se halla estacionado un carro corto y alto, sin su carga, mientras que dos, tres…. ¿cuatro? Caballos descansan mirando con delectación el breve espejo de agua que se forma gracias a la depresión del terreno en el centro mismo de la calle.
          ¿Es otoño?
          Cualquiera coincidiría en que es  una buena foto. Con letras prolijas, un letrista pionero ha pincelado  en negro la denominación del comercio y, en los laterales, los rubros diversos con que opera. Al elevar la mirada , el observador encuentra que la rígida línea del techo se interrumpe justo en el frente de la esquina en una media luna flanqueada por dos pequeñas murallas que constituyen la base de dos lanzas largas, seguramente utilizadas para el doble propósito de contener las banderas y oficiar de pararrayos.
          La edificación es amplia. Sobre el costado izquierdo de la representación se advierten dos enormes ventanales. Pero debe haber otros más, a estar por lo que revela el examen del lateral derecho: dos, cuatro, seis, ocho, diez… ¡once! Aberturas con una guarda pintada de blanco y una arcada de ladrillos de canto custodiando su iniciación.
          Más allá la vista se extiende en dos edificaciones menores, pero esta apreciación quizás sea un engaño de la perspectiva. Ambas están separadas y seguramente con ellas se completa la cuadra. En la mitad del paseo, sobre una vereda apenas insinuada, el contorno de un toldo de lata a otro carruaje. La arteria  es ondulada y por ella se cruza a la vereda de enfrente donde se perfilan otras tantas edificaciones y la invitación a un patio trasero que inicia su dominio. Por doquier hay postes de un metro de altura pero no se advierten las argollas para sujetar a los caballos, los postes cumplen un doble oficio: delimitan también la frontera de los predios del sector.
          La vista se desliza hacia el fondo, donde alcanza a divisarse la línea del horizonte, apenas superior al nivel de los techos. Más allá, las dilataciones del arenal tan significantes para  Safontás o  Mariano Rosas, los primeros vecinos.  Una mirada más atenta permitirá visualizar la copa de menos de media docena de árboles ¿eucaliptos, tal vez? Que marcan el inicio de los arrabales de este poblado tempranero.
          La foto es, decididamente, reveladora. Pero…¿y la gente? ¿Dónde están los vecinos, el herrero, el conductor de carros, el albañil, el arquitecto que diseñó con esmero esa fachada? ¿Dónde?. Alguien taló esos postes y le quitó la corteza; otros descargaron ese carro. En ese charco jugaron niños y no vuelan pájaros.
          …Así es la historia, mezquina en lo que deja hacia delante. Así es la historia, un eterno desafío para encontrar al hombre detrás de las fachadas.
          Acaso haya que  volver a buscar. Lo que se dice, volver a ver, que es una buena  manera de apoderarse de nuevos corolarios.


sábado, 24 de agosto de 2013

Otoño en el monte

Fotografía Pablo De Pian


            Qué puede hacer un hombre en otoño y en el  monte?
            Caminar, por ejemplo, internarse en su selva de rocío y ensimismarse en la figura desmañada de un caldén o con el aroma que el amanecer despierta  entre sus claros.
             Un hombre en el monte y en otoño, puede inundar sus ojos de colores. verdes, pardos y esmeraldas danzando coreografías  de luces encendidas que ni siquiera el invierno se atreve a oscurecer.
             Un hombre puede detenerse a escuchar la más inmensa  sinfonía; mágicas y estridentes melodías que despliegan  los coros del monte en el otoño.
             En la espesura una calandria llama y su frecuencia reverbera  mientras una ronda  de loros charlatanes dilata  sus proclamas en los confines.
            Dicen por ahí, que aquí es donde habita la poesía y no estará de más mirar al cielo para encelestarse el alma o asombrase con ese resplandor que modela el horizonte cuando la noche se despide  hasta mañana.
           Aquí ,la vida es vida. Y,  a veces, en otoño la vida se encuentra enamorada.
           Un reclamo de amor desesperado se puede escuchar en madrugada.
          Son urgencias, lamentos,  los síntomas de una pasión que estalla.
          Y sucede en abril, para que la naturaleza confirme sus demandas.
          Así, pues, un hombre en el monte y en otoño tiene el    privilegio de ser espectador de   sinfonías, asistente a una muestra plástica de avanzada, anfitrión del sol, peatón de los senderos sembrados de  cortezas que yacen  perezosas y abrazadas.
          Un hombre puede contemplar el portento de la vida.
 y también, si se le antoja, detenerla.





Juan Carlos Pumilla


Otoño 1989

sábado, 17 de agosto de 2013

La noche de la memoria

Quién sigue tus pasos, general. Te escoltan tus guerreros, espectros que vagan por las noches en busca de la luz. Allí están tus glorias general, trocadas en el bronce al que el viento de agosto va cubriendo de herrumbre. ¿Te escoltan los recuerdos general, pero no son memorias las que quedaron sobre el mar para albricias de los nietos? ¿Y tus cuitas, tus lunas, los misterios, tus dolores, soledades y miserias? Todos están allí, integrando el cortejo. Pero… ¿quién sigue tus pasos, general? La respuesta está en la lava y en el trueno, en el fulgor azul que eleva una torcaza, en el fragor de mayo y en el reloj del pueblo que avanza, lentamente, paso a paso.

sábado, 3 de agosto de 2013

Evocaciones


Marcas


Y también porque uno es lo que recuerda resulta imperioso armarse en sus memorias.
 Amparos para el porvenir, armazón de protecciones que, acaso, sirvan como antídoto para el olvido.
        La primea vez que la palabra “Alpachiri” se hizo presente en nuestras conciencias fue cuando Andrés Arcuri (venía con un temple en la guitarra y un óleo en el salar) la deslizó en una noche rumorosa en Bernasconi. Al filo de la conversación anticipó que, antes de regresar a sus pagos en el Valle Argentino, pasaría a visitar amigos por Alpachiri “para que no me olviden”.
        Fue una formulación circunstancial, preámbulo de una despedida, pero “Alpachiri”, tan eufónica como extraña, perseveró a manera de registro de aquella   jornada en que amanecían los años cincuenta.
        De manera que desde ese episodio doméstico hasta hoy ha transcurrido más de medio siglo, mucho más de la mitad de lo que hoy convoca.
        Alpachiri. Andaba por allí (tal vez en Remecó) con su mirada clara y barba de tres días, don Eliseo Tello midiendo las distancias y alentando misterios.
Tello, confirmando topónimos y extrañas migraciones.
        Con el paso de los años Alpachiri dejó de ser una palabra curiosa. Al punto que se impuso sin traumas a la frecuentada referencia de “kilómetro 49” tan apelada por quienes tomaban el tren en Alta Vista o Darregueira.
        El ferrocarril, por supuesto, fue factor de esta victoria. Durante años y años sus andenes fueron ambulados por abrazos y evidencias de un progreso que no percibía aún las ominosas reincidencias del Plan Larkin redivivas a partir de los ochenta.  Claudicaciones que convertirían al trazado del riel en una dilatada llaga a cielo abierto.
        El poblado creció a la par que sus trenes.  Cada campanada en sus andenes reflejó un flujo que enriquecería la mixtura fortaleciendo sus apetencias de futuro.
Esta expansión tuvo su expresión en las mesas familiares. Sabores y aromas germinales.  De la carbonada a los vareniques, de los tallarines al puchero.
La brisa era una fiesta.
        En ocasionales tardecitas de otoño alguien llevaba apelstrudel.
        Luego, con un poco de suerte, sonaría una mazurca en la Colonia Urdaniz.
        Época de caudillos y también de derrotas. El aire se fue poblando de voces y las melgas fueron extendiendo sus dominios hasta donde antes había bosque y alguna rastrillada.
        Bisectrices en esta comarca que eligieron los antiguos para sentar sus reales.  Desde Chilihué hasta Médano Massallé, pasando por Salinas.  Un itinerario de ida y vuelta inaugurado a lanza y sangre.

            “…Arcaica letanía colorada/ o canto de muerte/ borogano./ Médano rojo,/ ¡Ay Masayé!/ Quebrada tribu,/ !Ay Yalmaché¡/ YA, ya, ya, aaaah.../ Curú Agué,/ Nahuel Quintún, /Calvú Turem, /Curú Locó,/ Carú Agué,/ Millá Pulquí,/ Melín, Alún,/ Calvú Quirqué/ Todos murieron/ ¡Ay arenal , lanzas y gritos!/ Tembladeral./ La muerte vino, / Malú Mapú,/ a los borogas/ como una luz./ Los adivinos del carrizal./ Rondeau,/ cacique del medanal,/ capitanejos sin perdonar,/ gargantas rojas/ del degollar/ y los ancianos/ de nuestro lar/ desechas carnes/ sin palpitar,/ todos rodaron/ bajo el fulgor/ de piedras locas/ del invasor./ Guerrero toro,/ Calfucurá ,/ que nos trajiste/ tu tempestad./ ¡Ay peregrinos/ de destrucción !/ ¡Ay comerciantes/ de maldición!/¡Ay Cara negra! ¡Flecha de Oro!/ ¡Ay Cara Verde, / Cabeza Negra!/ ¡Canas azules!/ ¡Médanos rojos!/ ¡Ay Masayé! / Ya, Ya, Ya,... ya... aaaah! . ..”(1)

        ¿Se sintieron aquí los ayes   voroganos?
        Cómo saberlo. Fuera cual fuere la especulación lo cierto es  que esas reverberaciones horadaron el siglo y cien años más tarde replicarían en la escena nacional  flagelando también, porque de eso se trataba, cada lugar donde se alzara una conciencia.
        Ya están en este volumen, habitando el necesario inventario de Norberto Asquini, los nombres de Analía y Mario Urquizo, Daniel Rocche…Y, como si no bastare, Miguel Ángel Nicolau, el curita pampeano, atrapado por la misma furia en el mismo lugar, al que le fueran insuficientes sus invocaciones.
Historias que arden en la tierra fría.
        Demasiada tragedia para el poblado que se refugió en el silencio para exorcizar sus laceraciones.
        Opciones, complicadas en la geografía del ultraje.
        ¿Cómo juzgar?  ¿Desde dónde juzgar?
        El dilema justifica y alienta este texto mínimo: buscarle la vuelta, hincarle el diente a los silencios hasta derrotar al ministerio del olvido.
        Porque la historia –según se mire- no hace justicia. Ni siquiera repara,   pero a menudo alivia.
        En la gran nevada de 2009 que hubo sobre Alpachiri alguien incorporó la silueta del Eternauta a una instantánea callejera. Fue una buena idea que devino en un resultado mágico.
        Quizá venga bien este ejercicio para estimular procederes. Incluir una ficción a la realidad. Imaginar, hasta tocarle el rabo a nuestros propios límites, las mil maneras de enfrentar a las ausencias.
        Si se pudiere, no estaría mal intentar superponer las entrañables figuras de Analía, Daniel, Mario, Miguel Ángel a cualquier postal pueblerina y dejar que lo demás fluya.
Hacerlos visibles, porque las heridas no cierran hasta que no son expuestas a la luz.  Luego, el tiempo hará lo suyo y de ellas quedará una cicatriz delgada, blanca, como un pañuelo.
        Resulta incierto presumir el porvenir de una idea peregrina.  Pero insistimos en ella, aunque más no sea para plasmar ahora, en esta fecha que marca un mojón, las expectativas verbalizadas en clave de esperanza por aquel viajero que, hace más de medio siglo en un crepúsculo de Bernasconi, partía con rumbo a Alpachiri.



J:C:P
Julio 2011
       (Para el libro del centenario de Alpachiri)
       


       
       
(1)    fragmento de un poema de Juan CarlosBustriazo Ortíz
(2) Composición de DCB.



sábado, 27 de julio de 2013

Luces



La Mujer Maravilla comenzó a girar y una estela de reflejos salpicó las paredes. El  Hombre Invisible la contempló con envidia.



Era un perfecto triángulo amoroso. Hasta que ella decidió apagar la luz para desnudarse de sus sombras

domingo, 21 de julio de 2013

Palabras -a-

Roberto Fontanarrosa percibe la expectación de los asistentes al II Congreso de la Lengua Española y en su interior engorda una sonrisa. Luego, con firmeza y desenfado, dicta una absolución plebeya para las malas palabras. Hay picardía y enjundia en las formulaciones que, a medida que crecen, promueven sorpresas, sonrisas y hasta carcajadas. Al cabo del exorcismo la audiencia aplaude, liberada. El rey de España contempla un cristal de sal
descendiendo por la mejilla de Sofía mientras exclama, estremecido, ¡qué lo parió!

viernes, 19 de julio de 2013

Simetrías

"Se va la tarde".foto de Roberto Recofsky
Hostigada por un aluvión de desgracias sucesivas la razón de Madelén Bidagaray cede al embate y es invadida por las hordas de una dimensión alucinada. La compañera del hombre que apostó al futuro de Santa Rosa al plantar los cimientos de una esperanza que hoy lleva su nombre, Villa Uhalde, se refugia en un viejo galpón y allí se queda a esperar a las parcas. Cada tanto los fantasmas retornan y ella denuncia a  gigantes de un solo ojo o  secretos  aquelarres a pocas cuadras del hospital de zona. Desesperada,  formula extrañas invocaciones a Aitor  que nadie entiende. Esto ocurre en Santa Rosa, en un territorio surcado por las luces malas y los tinguiriricas. Sucede que a la hora de defenderse Madelén apela a las armas que le provee su atormentada memoria: los dioses, las voces y  los mitos del país vasco que ha quedado  lejos, infinitamente lejos.
           
            La noche presenta su luna creciente en sociedad mientras las brasas se blanquean en el fogón y el vino corre sereno y amistoso, al igual que los relatos. José Depetris ha prometido historias de su abuela y todos las reclaman atentos y distendidos. María Sarmiento se descubre ante  los comensales encantadora y misteriosa, síntesis de esta pampa desmedida. Cautiva desde niña, la columna de Redondo la rescata en los alrededores de la mítica Leuvucó. Con uno de sus salvadores se habrá de casar años más tarde y no demorará en fundar una familia  que crece y se extiende por el territorio de La Pampa. María es fuerza y pasión y su  figura se embellece en el relato del nieto. Dice José que cada vez que alguien le preguntaba por sus padres y sus orígenes se limitaba a responder lo que todos presentían. Ella era hija del viento.


            Margarita Serraino calla, estremecida. Ella también tiene una abuela cautiva  y mil historias de desvelos y coraje. Incitada por el relato de José o al influjo de la magia de la velada se decide al tiempo que elige las palabras. Recuerda a su abuela de talones cortados, recurso de captores para impedir su fuga, y mientras habla el silencio se sienta respetuoso a su alrededor. Dominga Mariqueo tuvo una vida de leyenda y no es casual que Enrique Stieben se nutriera de ella para su Hualicho Mapu. Pero... ¿cómo se entiende que habiendo retornado con los suyos doña Dominga siguiera teniendo apellido aborigen? La voz de Margarita enronquece: es que es al revés, explica,... ella era cautiva de los blancos.


(de la serie "Rimas")

viernes, 12 de julio de 2013

La invasión

(de Microrelatos de 33 palabras


Bagdad
        
El papiro ardió encendiendo la noche. El hombre se encogió de espaldas .Allá lejos  nacían otras crepitaciones. Inmoló otro rollo en la hoguera. Y otro. Ninguno de ellos demostraba la existencia de Dios.

 

Prisión

        
Ayer llegaron más. Como antes, fueron  recibidos en un clima de consternado silencio.  Asesinos, torturadores, ninfómanas, pederastas,  sádicos,   terroristas, violadores. ..Todos se alternan ,esmeradamente, en el gobierno  de la prisión de Abu Ghraib

viernes, 5 de julio de 2013

Raulito



Puto julio de frío, desamparos e histerias colectivas. Para qué hablar si fue en julio, también, el mutis por el foro de Julio Colombato ,Oscar Perna, Guillermo Mareque y el Gringo Nervi ...

Y ahora Raulito. La muerte lo aprehendió de noche y a traición, reiterando en forma de metáfora callejones de su vida.

Didácticas de la sobremuerte.

Raulito, constructor de esa dialéctica que gozamos y padecimos, que le hizo ganar el mote, para nosotros, de entrrecasa, de “Raulismo”.

No salen las palabras, puto invierno de manos frías que no le arrancan a este teclado una mísera idea redentora, un buen réquiem, un miserere adecuado para la ronda de la tristeza, para subirse a la ronda de la tristeza y exorcizarla, acaso, con algún chiste pavo de su inagotable galería.

El Raulismo che, amigo y camarada. Hoy lo recordamos, emergiendo entre el humo espeso de una madrugada en la redacción, para dilatar el cierre por si Ansa Latina o la BBC regalaban una migaja sobre el secuestro de Aramburu o aquella vergonzosa huida de Saigón.

Cuando los chafes del plomo y de la sangre lo arrancaron de sus pájaros les gritó tan fuerte que todavía resuenan sus denuncias en el firmamento sonoro de los justos. Proclamas que cada tanto retornan a la calle Independencia escritas con cal, para que nadie olvide. Lecciones de dignidad, tan bienvenidas como necesarias en este país del face-boock y la tilinguería. Gritos, demandas potentes. Por eso no hicieron falta altavoces, hace poco, en Rawson, cuando un juez, un tribunal y los canallas volvieron a escucharlo.

Ellos, los miserables, lo saben bien; cuando debió callar, calló.

Raulito ríos o salinero. Cronista nictálope en esta comarca de sombras. No hay dudas que está dentro de las coordenadas de Brecht.

Raúl Celso D`Atri, el Raulito

Maldito corazón. Maldito frío que no le saca al teclado un adiós más justiciero.

Se fue, menos mal que lo llevamos adentro.




17 de julio de 2009

viernes, 28 de junio de 2013

Cotidiano



Cotidiano

         Repite que la quiere.  Una y otra vez, como una plegaria, en voz muy baja.  Ella asiente con los ojos cerrados y la cabeza baja.  Se afana  por abrirlos para verificar si miente.


(microrelatos de 33 palabras)

viernes, 21 de junio de 2013

Wall Street

El viejo arrastró la palma suplicante sobre las baldosas, pero la moneda siguió a su dueño hasta el último piso. Desde los ventanales la calle era una línea y el viejo una coma.


(de microrelatos de 33 palabras)


sábado, 15 de junio de 2013

Una historia con Bustriazo Ortíz

Marcas




Marcas



“...uno lo dice quién lo piensa yo soy el dueño de mi boca pero ella sabe lo que es de ella y estoy de piedras mil rodeado digo de piedras de aura buena piedras que andan por mi sueño piedras que suenan en mi lengua y de una piedra vos viniste y en tu apellido están sus señas tal vez mañana y ahora mismo me suban piedras azulencas lo que te digo me lo escucho es un salvarte de la ausencia como el  que va por los olvidos y a cicatrices les da tierra tal vez no vuelva ya a cantarte hasta tu sien que me estremezca piedra de amor piedra que canta en mis pisadas veo tu huella!...”
                   
(Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Elegías de la Piedra  que Canta)



          Amonites, nombre común de un grupo de cefalópodos extinguidos que solían tener una caparazón en espiral enrollada sobre sí misma. Estos animales, parecidos a los calamares, aparecieron durante el devónico, hace unos 380 millones de años, y desaparecieron junto a los dinosaurios al final del cretácico, hace 65 millones de años.
          La explicación, en labios de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, tuvo la virtud de establecer una tregua doméstica en medio de  la permanente zozobra  general. Espectros de guerra lucían sus ropajes en el Beagle  y el miedo fundaba nuevos ministerios.
          Ya hemos establecido que es un amonite…¿hace falta  presentar a Juan Carlos?.
          El poeta cumplía con rigor su visita  de los viernes y esta rutina nos arropaba. Nos sentíamos seguros en ella, flagelados por  tanta incertidumbre. Los fines de semana  las consternaciones se daban a la fuga mientras afuera, el caos.
          Una de esas tardes de  otoño, rumbo a la callecita Florida, algo convocó la atención del vate en la cubierta de lajas del Colegio Héctor Ayax Guiñazú.  En una de ellas, con prodigiosa precisión, se advertía la impronta de un molusco en la piedra.
          Era un círculo perfecto con un diagrama  interior que poco más tarde maravilló a Raquel por su belleza y desplegó el  asombro de los niños que ,  esa misma noche, bautizaron el descubrimiento como “el amonite del Penca”.
          Durante muchos viernes y algunas otras derrotas  el “Flamenco  Bustriz” dio cuenta de los avatares  del bajorrelieve  junto a un generoso inventario  de solicitaciones a  las musas y andanzas de compadres.
          Luego vinieron otros otoños y Juan Carlos se internó en ellos  embriagado de  distancias. Todavía  anda por allí.
          El amonite fue, desde entonces, un tesoro cuyos arcones abrimos de tanto en tanto solo por el placer de ver en otros ojos niños las miradas de embeleso  que nosotros mismos habíamos experimentado en las farragosas postrimerías de los setenta.
          En el primer día del nuevo milenio visitamos a Juan Carlos obedeciendo a  una vieja  promesa y, entre otras cosas, ofrecimos detalles  de la perdurabilidad de esta cicatriz del tiempo.
Entre recuerdo y recuerdo, le informamos  que nuestras excursiones a la muralla del Colegio Ayax Guiñazú se habían acrecentado a partir de una certeza que desplegaba la enciclopedia: la piedra pizarra se compone por capas y ellas, a menudo, se desprenden dejando al descubieto sus misterios.
-Como un cuaderno que se deshoja..
          -Como una forma de conversar de la naturaleza
          Bustriazo brindó por ello y por los incipientes pasos de nuestro primer  nieto, Fermín, que hace poco inició su ciclo escolar en el mismo colegio que preserva  “el amonite del Penca”.
          Como era previsible, en esa especie de rito iniciático que padres y abuelos cumplen cuando los vientos son propicios, una tarde sin más señas regalamos a Fermín la historia y la localización del secreto.
          Él escuchó en silencio y con las cejas arqueadas. Luego, se puso a examinar palmo a palmo los cientos y cientos de  placas multiformes hasta que, para nuestro estupor, indicó la localización de un nuevo amonite. Y otro más, a pocos centímetros del primero.
          Desde entonces, asoman en nuestras tertulias consideraciones acerca de  los enigmas de la piedra y los insondables universos de las causalidades. Aconteceres  de las pequeñas cosas, humildes  felicidades cotidianas en las que ahora se hacen presentes, diáfanas y vehementes, menciones recurrentes a  “los amonites de Fermín”.
          Aún no hemos visitado a Juan Carlos para relatarle la novedad.
          Aguardamos, quién sabe, una caricia del aire, algún ademán del alma, probablemente un quiebre del horizonte  que oriente acerca del momento más adecuado para imponerlo de estas revelaciones de la piedra.
          Hasta que eso suceda el tesorero del Club Atlético Positivista podrá inquirir, quizás en los arrebatos de una crispación utilitaria, para qué diablos sirve todo esto.
          Mientras alumbre  otra respuesta balbuciremos voces acerca de la imaginación o la memoria. Búsquedas, tal  vez una tímida ponderación a  Epicuro ...
...O mejor, argüir que esta cuestión de los amonites sigue siendo un buen tema de coloquio para ciertas tardes de otoño en que el desconsuelo o la angustia penetran por la radio.

diciembre 2004

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...