Fotografía Pablo De Pian |
Qué puede hacer un
hombre en otoño y en el monte?
Caminar, por ejemplo, internarse en
su selva de rocío y ensimismarse en la figura desmañada de un caldén o con el
aroma que el amanecer despierta entre
sus claros.
Un hombre en el monte y en otoño,
puede inundar sus ojos de colores. verdes, pardos y esmeraldas danzando
coreografías de luces encendidas que ni
siquiera el invierno se atreve a oscurecer.
Un hombre puede detenerse a
escuchar la más inmensa sinfonía;
mágicas y estridentes melodías que despliegan
los coros del monte en el otoño.
En la espesura una calandria llama
y su frecuencia reverbera mientras una
ronda de loros charlatanes dilata sus proclamas en los confines.
Dicen por ahí, que aquí es donde
habita la poesía y no estará de más mirar al cielo para encelestarse el alma o
asombrase con ese resplandor que modela el horizonte cuando la noche se
despide hasta mañana.
Aquí ,la vida es vida. Y, a veces, en otoño la vida se encuentra enamorada.
Un reclamo de amor desesperado se
puede escuchar en madrugada.
Son urgencias, lamentos, los síntomas de una pasión que estalla.
Y sucede en abril, para que la naturaleza
confirme sus demandas.
Así, pues, un hombre en el monte y en
otoño tiene el privilegio de ser espectador
de sinfonías, asistente a una muestra
plástica de avanzada, anfitrión del sol, peatón de los senderos sembrados
de cortezas que yacen perezosas y abrazadas.
Un hombre puede contemplar el
portento de la vida.
y también, si se le antoja,
detenerla.
Juan Carlos Pumilla
Otoño 1989