sábado, 24 de agosto de 2013

Otoño en el monte

Fotografía Pablo De Pian


            Qué puede hacer un hombre en otoño y en el  monte?
            Caminar, por ejemplo, internarse en su selva de rocío y ensimismarse en la figura desmañada de un caldén o con el aroma que el amanecer despierta  entre sus claros.
             Un hombre en el monte y en otoño, puede inundar sus ojos de colores. verdes, pardos y esmeraldas danzando coreografías  de luces encendidas que ni siquiera el invierno se atreve a oscurecer.
             Un hombre puede detenerse a escuchar la más inmensa  sinfonía; mágicas y estridentes melodías que despliegan  los coros del monte en el otoño.
             En la espesura una calandria llama y su frecuencia reverbera  mientras una ronda  de loros charlatanes dilata  sus proclamas en los confines.
            Dicen por ahí, que aquí es donde habita la poesía y no estará de más mirar al cielo para encelestarse el alma o asombrase con ese resplandor que modela el horizonte cuando la noche se despide  hasta mañana.
           Aquí ,la vida es vida. Y,  a veces, en otoño la vida se encuentra enamorada.
           Un reclamo de amor desesperado se puede escuchar en madrugada.
          Son urgencias, lamentos,  los síntomas de una pasión que estalla.
          Y sucede en abril, para que la naturaleza confirme sus demandas.
          Así, pues, un hombre en el monte y en otoño tiene el    privilegio de ser espectador de   sinfonías, asistente a una muestra plástica de avanzada, anfitrión del sol, peatón de los senderos sembrados de  cortezas que yacen  perezosas y abrazadas.
          Un hombre puede contemplar el portento de la vida.
 y también, si se le antoja, detenerla.





Juan Carlos Pumilla


Otoño 1989

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