viernes, 22 de noviembre de 2013

Latidos


Vacila, su corazón vacila,
y en cada desencuentro una tibia penumbra
 le acaricia la cara.
Tropieza, su corazón tropieza,
y un galope feroz le penetra en el pecho
 agrietando el coraje.
Lamenta, su corazón lamenta,
y un olvido especial engañoso y triunfal
 va trepando a mansalva.
 Recuerda, su corazón recuerda,
y un aullido, una voz, una débil canción
le conmueven el alma,
porque su corazón, más allá del dolor,
está vivo y le canta.


sábado, 9 de noviembre de 2013

Sur


Viento y soledad,
quizás una ilusión.
Tres formas de mirar al sur.
Tres maneras de pensarnos.
Tal vez, una mañana de éstas,
alumbre una jornada de sol alto
y el sur será un abrazo.
Una silenciosa manera de estrecharnos;
un gesto sinfónico que se haga y se cante
en clave de dos, de tres y de más,
hacia adelante.
¿Qué más ?...
¿Qué más está quedando
para empezar a desandar
lo que nos falta ?.

sábado, 2 de noviembre de 2013

El hombre que volaba y los Trogorditos


Hace mucho tiempo, en un lugar lejano, muy lejano, había un hombre que volaba.
El hombre que volaba causaba la sorpresa y alegría de los chicos y la envidia de sus mayores.
Los mayores de la tribu de los Trogorditos rascaban sus cabezas, nerviosos al no entender cómo alguien que no fuera pájaro pudiera volar.
Así fue pasando el tiempo.
Días, semanas,… años…
Y, mientras los chicos se maravillaban ante el hombre que volaba , los Trogorditos grandes seguían alborotando sus cabelleras.
Hasta que un mal día los hombres envidiosos miraron sus cabezas en una lagunita...
¡Ay!, gritaron horrorizados.
En el espejo de agua comprobaron que, de tanto insistir, se habían quedado sin pelos.
Los chicos comenzaron a reír al ver tantos pelados.
También rieron los pájaros, los perros, los loros y las ranas.
El hombre que volaba dejó de hacerlo, tentado por tanta peladura. Su panza se movía con las carcajadas y, para evitar caer, no tuvo más remedio que apoyarse en las ramas de un árbol inmenso.
El árbol también reía agitando las ramas.
Ante tanto festejo los Trogorditos señores (que seguían sin entender cómo alguien que no era pájaro volaba como un pájaro), se enojaron.
Colorados de rabia espantaron a los perros, los loros y las ranas que reían.
Al árbol le cortaron sus ramas .
A los pocos pájaros que atraparon los colocaron en jaulas. Más tarde pusieron en penitencia a los chicos que aplaudían.
Intentaron apresar al hombre que volaba pero, claro, no pudieron alcanzarlo.
De esto, como dijimos al comienzo, ha pasado mucho tiempo.
Tanto, que al árbol le volvieron a crecer las ramas y las crías de los perros, los loros y las ranas vuelven a corretear por el monte y la llanura donde todos los pájaros son libres.
Todos están felices después de tanto susto.
El hombre que volaba ya está viejito y se divierte contemplándolos desde las alturas.
No está solo. Como se iba poniendo anciano les enseñó a volar a los niños que aplaudían.
Esos niños ahora son muchachos voladores que por las tardes juegan al fulbito en los campitos y luego suben a dormir recostados en la luna creciente.
Cada tanto, cuando están aburridos, hacen pis hacia abajo tratando de acertar a unos puntitos brillantes que resplandecen allá abajo.
Son las cabezas de los Trogorditos que siguen reluciendo por tanto fregar.


(de la serie relatos para nietos)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...