Charles Aznavourián
se encarnó en el relato familiar y alcanzó a percibir esos filamentos
escarlatas deslizándose a borbotones por las laderas del Ararat. Resuena en nuestros oídos la estremecida descripción de “Ils son tombés”
imponiendo una clave de Sol a la primera muerte industrial del siglo XX.
Una sola
muerte, repetida, sentenciaría décadas
más tarde, Tomás Eloy Martinez.
Luego vendrían
otras melodías, claro, pretendiendo saciar
la sed de redención de la historia, partiendo del Holdomor de Ucrania hasta las napalm en los arrozales de Phnom Pen. Desde
los estertores de Ruanda a la noche criolla donde hundió sus afilados colmillos
la brutal defensa del “ser nacional”.
Luego del
vómito feroz del Enola Gay sobrevinieron
Los Pájaros de Hirosima y en las dilataciones de Auschwitz el insobornable testimonio de Anita
Lasker o el violín de Rocío Cabello.
Sostacovich, herido en el alma alzó su Cuarteto
de cuerdas número 8 para sufragar el hedor de Dresde.
Entre los
escombros que sobreviven filtran los ayes de
una memoria asombrada que no supo advertir que Churchil, fiel discípulo de
Tatcher, sería capaz de promover el asesinato de sesenta mil pobladores en
menos de una jornada.
Hay una simetría, una llovizna e connivencia, en esa inocencia de los pueblos que
desoye a Hobbes y se desbarata incrédulo
ante la ferocidad del lobo.
Esa proporción se repite y crece. Lo vocifera la crónica cotidiana. Porque la muerte es
muerte, sea por bala o por covid.
¿Saborearon un café los españoles de la fiebre?
¿Y el amor en los tiempos del ébola?
Resuenan en estos días los arpegios. Confecciones
de la conciencia en que por un capricho de percepción nos conducen a pensar que todavía no hay música de la época, para justificar
esas ofrendas que una libertad parcelada prodiga al flagelo de la hora.
Leemos que el antropólogo de las religiones
Edward Burnett Taylor, sostiene que el propósito original de todo sacrificio
fue hacer un don a los Dioses para asegurar a su favor, su buena voluntad, o
minimizar su hostilidad.
El tiempo dará su veredicto y zanjará el dilema: acaso
– más temprano que tarde- sabremos si el reclamo ambulatorio responde a un
tributo o es tan solo la satisfacción de un ego que arguye la banalidad de la muerte.
Abundan los silencios pero, ya se sabe, los
silencios son las suturas de la música.
Melodías de ausencia como cortejo en la despedida de padres a sus hijos y viceversa.
Por allí un kadish por aquí un miserere.
Mientras se
desangra , implacable, este funeral de la era que ya ha cobrado cincuenta mil decesos en
menos de un calendario.
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FOTO
. En 1937, el sistema
escolar de Chicago utilizó la radio para enseñar a los niños durante un brote
de polio ,
demostrando cómo se puede utilizar la tecnología en tiempos de crisis.(The
Conversation)