(para Mirta, Chony, Julia, Raquel,
Alberto, Horacio ,Guillermo)…
Los viajeros se arrebujan en sus asientos
tratando de exorcizar el desasosiego que
genera el temporal que amenaza con desbaratar un final de camino placentero. Pablo, uno de los conductores,
desciende al piso inferior para verificar
las inevitables consecuencias de una piedra artera sobre el vidrio.
Están dejando atrás infinidad de imágenes y
experiencias por las honduras de América
y ahora pugnan por vencer las hostilidades del exterior para ensimismarse en sus cavilaciones.
Prevalecen mil interrogantes ante otros tantos
misterios. Tan sólo una certeza cobra cuerpo: la conciencia de que nadie saldrá
indemne de esta introducción a los intersticios
del Tahuantinsuyo que, como se ha
verificado, también integramos.
Los miembros del pasaje proceden de historias, geografías, disciplinas
e ideologías diferentes y los ocho mil kilómetros que han compartido forjaron simpatías, adhesiones y rechazos.
Algo, tal vez una observación de Alberto, o
acaso una pregunta de Chony, desata en Pablo
una confidencia que marca y estremece.
Cuenta, con voz quebrada, ya vencidas sus
inhibiciones, una historia de vida. Un relato más propio del país al que se
accede que la patria que queda atrás.
A medida que las palabras se hilvanan la lluvia arrecia pero ya nadie parece
percibirla. No habrá quien se atreva a interrumpir el monólogo que, en tanto crece despliega una lombriz de sal en
las mejillas o una articulación, sigilosa, de asombro.
El chofer dice lo último que faltaba decir y
queda callado. Le responde un coro de silencio. Cobra aliento y agradece
con los ojos húmedos un gesto de comprensión o de sustento.
La historia no está cerrada, quizás aliente otras indagaciones. Ha tenido la
virtud de discernir fraternidades y
fomentar introspecciones.
Los habitantes del piso inferior del bus hacen
conciente que algo se ha fraguado en ese parlamento. Una circunstancia inefable
e inasible que, si no bastare con los influjos
del viaje, los torna distintos.
Fue un momento mínimo. Luego, abrazos, una despedida morosa y pasos resignados
en una localización que es
al mismo tiempo geográfica y doctrinaria. Una
fragua de fraternidad para ese reducido grupo que ha compartido la
narración sin saber que con ella, o desde
ella, han confirmado su pertenencia al grupo de los de abajo.