La violencia es la partera de la historia. Este
es un dato de la vida desde que la vida es vida. Como fruto de la reflexión
científica la aseveración apenas alcanza el siglo. Este fin de semana, al
anochecer, se formuló una indagación sobre esta cuestión en su vinculación con
un aspecto esencial de la historia de la
violencia: la libertad.
Los hombres escapan a sus
prisiones apoyándose uno en el otro. Una
vez en el suelo vuelven a ser atrapados por los conflictos terrestres y sólo pueden evadirse de ellos precisando objetivos y empuñando sus espadas hacia los
enemigos comunes, que suelen tener contornos más precisos que las cárceles del
pensamiento. Esto es lo que vimos, o creímos ver, tras el humo y los gritos, en
la propuesta que el sábado, en los sombríos laterales de la vieja usina,
formularon los integrantes de Serenito Deyovani.
Comenzaba a despuntar la luna, a
la misma hora en que otros jóvenes y no pocos adultos penetraban lentamente en
el territorio de las sombras, otros vahos, otros humos. No todos concretan sus
faenas al son de un rap frenético en las callecitas santarroseñas
iluminadas por antorchas.
"Perro ladrando en
vivo" es dura y cruel. Como la violencia... o la vida. Quizás ello
explique la presencia descarnada de Bukowski, la ironía de Luis Luchi, la
acidez de Norberto Righi o la impiadosa crónica de los libertarios de
principios de siglo.
Los Serenito no hacen demagogia
y pagan caro sus osadías. Pero están allí, proponiendo a la ciudad que cubre
sus desnudeces y harapos con luces de colores que enfrente este debate porque
la libertad, al fin de cuentas, se gana o se pierde todos los días a la vuelta
de cualquier esquina. Ya lo advirtió el poeta. La libertad se canta... y se
pelea. Y se sigue peleando. Hasta
alcanzarla.
J.C.P.: