Fines del siglo XIX. Arista suroeste de Irigoyen y Rivadavia. “.El
Parque”, almacén y tienda de García Hermanos.
Endechas
de memoria adjudicaron la propiedad y ubicación a Felipe Yarza en 25 de Mayo e
Irigoyen pero los vientos justicieros de los fastos del siglo vinieron a
reparar el equívoco. Los trabajos de Ana Lassalle, Andrea Lluch y Mónica
Luchesse más la registración de la fototeca Bernardo Graff, son demasiado
solventes como para persistir en el error.
El
registro es tan incitante como bello. Pertenece
al estudio de la familia Marostica
, de La Plata , está
debidamente preservado en la
Graff , a cuyos archivos se puede acceder en la web.
La
edificación de ladrillos se realza en a encrucijada.. En el frente, quizás por
indicación del probable autor, huís
Marostica, o mera casualidad, se halla estacionado un carro corto y alto, sin
su carga, mientras que dos, tres…. ¿cuatro? Caballos descansan mirando con delectación
el breve espejo de agua que se forma gracias a la depresión del terreno en el centro
mismo de la calle.
¿Es
otoño?
Cualquiera
coincidiría en que es una buena foto.
Con letras prolijas, un letrista pionero ha pincelado en negro la denominación del comercio y, en
los laterales, los rubros diversos con que opera. Al elevar la mirada , el
observador encuentra que la rígida línea del techo se interrumpe justo en el
frente de la esquina en una media luna flanqueada por dos pequeñas murallas que
constituyen la base de dos lanzas largas, seguramente utilizadas para el doble
propósito de contener las banderas y oficiar de pararrayos.
La
edificación es amplia. Sobre el costado izquierdo de la representación se
advierten dos enormes ventanales. Pero debe haber otros más, a estar por lo que
revela el examen del lateral derecho: dos, cuatro, seis, ocho, diez… ¡once!
Aberturas con una guarda pintada de blanco y una arcada de ladrillos de canto
custodiando su iniciación.
Más
allá la vista se extiende en dos edificaciones menores, pero esta apreciación
quizás sea un engaño de la perspectiva. Ambas están separadas y seguramente con
ellas se completa la cuadra. En la mitad del paseo, sobre una vereda apenas
insinuada, el contorno de un toldo de lata a otro carruaje. La arteria es ondulada y por ella se cruza a la vereda de
enfrente donde se perfilan otras tantas edificaciones y la invitación a un
patio trasero que inicia su dominio. Por doquier hay postes de un metro de
altura pero no se advierten las argollas para sujetar a los caballos, los
postes cumplen un doble oficio: delimitan también la frontera de los predios
del sector.
La
vista se desliza hacia el fondo, donde alcanza a divisarse la línea del
horizonte, apenas superior al nivel de los techos. Más allá, las dilataciones
del arenal tan significantes para
Safontás o Mariano Rosas, los
primeros vecinos. Una mirada más atenta
permitirá visualizar la copa de menos de media docena de árboles ¿eucaliptos,
tal vez? Que marcan el inicio de los arrabales de este poblado tempranero.
La
foto es, decididamente, reveladora. Pero…¿y la gente? ¿Dónde están los vecinos,
el herrero, el conductor de carros, el albañil, el arquitecto que diseñó con
esmero esa fachada? ¿Dónde?. Alguien taló esos postes y le quitó la corteza;
otros descargaron ese carro. En ese charco jugaron niños y no vuelan pájaros.
…Así
es la historia, mezquina en lo que deja hacia delante. Así es la historia, un
eterno desafío para encontrar al hombre detrás de las fachadas.
Acaso
haya que volver a buscar. Lo que se
dice, volver a ver, que es una buena
manera de apoderarse de nuevos corolarios.