sábado, 31 de agosto de 2013

¿Qué ves cuando no ves?

          Fines del siglo XIX.  Arista suroeste de Irigoyen y Rivadavia. “.El Parque”, almacén y tienda de García Hermanos.
Endechas de memoria adjudicaron la propiedad y ubicación a Felipe Yarza en 25 de Mayo e Irigoyen pero los vientos justicieros de los fastos del siglo vinieron a reparar el equívoco. Los trabajos de Ana Lassalle, Andrea Lluch y Mónica Luchesse más la registración de la fototeca Bernardo Graff, son demasiado solventes como para persistir en el error.
          El registro es tan incitante como bello. Pertenece  al estudio de la familia  Marostica , de La Plata,            está debidamente preservado en la Graff, a cuyos archivos se puede acceder en la web.
          La edificación de ladrillos se realza en a encrucijada.. En el frente, quizás por indicación del probable autor,  huís Marostica, o mera casualidad, se halla estacionado un carro corto y alto, sin su carga, mientras que dos, tres…. ¿cuatro? Caballos descansan mirando con delectación el breve espejo de agua que se forma gracias a la depresión del terreno en el centro mismo de la calle.
          ¿Es otoño?
          Cualquiera coincidiría en que es  una buena foto. Con letras prolijas, un letrista pionero ha pincelado  en negro la denominación del comercio y, en los laterales, los rubros diversos con que opera. Al elevar la mirada , el observador encuentra que la rígida línea del techo se interrumpe justo en el frente de la esquina en una media luna flanqueada por dos pequeñas murallas que constituyen la base de dos lanzas largas, seguramente utilizadas para el doble propósito de contener las banderas y oficiar de pararrayos.
          La edificación es amplia. Sobre el costado izquierdo de la representación se advierten dos enormes ventanales. Pero debe haber otros más, a estar por lo que revela el examen del lateral derecho: dos, cuatro, seis, ocho, diez… ¡once! Aberturas con una guarda pintada de blanco y una arcada de ladrillos de canto custodiando su iniciación.
          Más allá la vista se extiende en dos edificaciones menores, pero esta apreciación quizás sea un engaño de la perspectiva. Ambas están separadas y seguramente con ellas se completa la cuadra. En la mitad del paseo, sobre una vereda apenas insinuada, el contorno de un toldo de lata a otro carruaje. La arteria  es ondulada y por ella se cruza a la vereda de enfrente donde se perfilan otras tantas edificaciones y la invitación a un patio trasero que inicia su dominio. Por doquier hay postes de un metro de altura pero no se advierten las argollas para sujetar a los caballos, los postes cumplen un doble oficio: delimitan también la frontera de los predios del sector.
          La vista se desliza hacia el fondo, donde alcanza a divisarse la línea del horizonte, apenas superior al nivel de los techos. Más allá, las dilataciones del arenal tan significantes para  Safontás o  Mariano Rosas, los primeros vecinos.  Una mirada más atenta permitirá visualizar la copa de menos de media docena de árboles ¿eucaliptos, tal vez? Que marcan el inicio de los arrabales de este poblado tempranero.
          La foto es, decididamente, reveladora. Pero…¿y la gente? ¿Dónde están los vecinos, el herrero, el conductor de carros, el albañil, el arquitecto que diseñó con esmero esa fachada? ¿Dónde?. Alguien taló esos postes y le quitó la corteza; otros descargaron ese carro. En ese charco jugaron niños y no vuelan pájaros.
          …Así es la historia, mezquina en lo que deja hacia delante. Así es la historia, un eterno desafío para encontrar al hombre detrás de las fachadas.
          Acaso haya que  volver a buscar. Lo que se dice, volver a ver, que es una buena  manera de apoderarse de nuevos corolarios.


sábado, 24 de agosto de 2013

Otoño en el monte

Fotografía Pablo De Pian


            Qué puede hacer un hombre en otoño y en el  monte?
            Caminar, por ejemplo, internarse en su selva de rocío y ensimismarse en la figura desmañada de un caldén o con el aroma que el amanecer despierta  entre sus claros.
             Un hombre en el monte y en otoño, puede inundar sus ojos de colores. verdes, pardos y esmeraldas danzando coreografías  de luces encendidas que ni siquiera el invierno se atreve a oscurecer.
             Un hombre puede detenerse a escuchar la más inmensa  sinfonía; mágicas y estridentes melodías que despliegan  los coros del monte en el otoño.
             En la espesura una calandria llama y su frecuencia reverbera  mientras una ronda  de loros charlatanes dilata  sus proclamas en los confines.
            Dicen por ahí, que aquí es donde habita la poesía y no estará de más mirar al cielo para encelestarse el alma o asombrase con ese resplandor que modela el horizonte cuando la noche se despide  hasta mañana.
           Aquí ,la vida es vida. Y,  a veces, en otoño la vida se encuentra enamorada.
           Un reclamo de amor desesperado se puede escuchar en madrugada.
          Son urgencias, lamentos,  los síntomas de una pasión que estalla.
          Y sucede en abril, para que la naturaleza confirme sus demandas.
          Así, pues, un hombre en el monte y en otoño tiene el    privilegio de ser espectador de   sinfonías, asistente a una muestra plástica de avanzada, anfitrión del sol, peatón de los senderos sembrados de  cortezas que yacen  perezosas y abrazadas.
          Un hombre puede contemplar el portento de la vida.
 y también, si se le antoja, detenerla.





Juan Carlos Pumilla


Otoño 1989

sábado, 17 de agosto de 2013

La noche de la memoria

Quién sigue tus pasos, general. Te escoltan tus guerreros, espectros que vagan por las noches en busca de la luz. Allí están tus glorias general, trocadas en el bronce al que el viento de agosto va cubriendo de herrumbre. ¿Te escoltan los recuerdos general, pero no son memorias las que quedaron sobre el mar para albricias de los nietos? ¿Y tus cuitas, tus lunas, los misterios, tus dolores, soledades y miserias? Todos están allí, integrando el cortejo. Pero… ¿quién sigue tus pasos, general? La respuesta está en la lava y en el trueno, en el fulgor azul que eleva una torcaza, en el fragor de mayo y en el reloj del pueblo que avanza, lentamente, paso a paso.

sábado, 3 de agosto de 2013

Evocaciones


Marcas


Y también porque uno es lo que recuerda resulta imperioso armarse en sus memorias.
 Amparos para el porvenir, armazón de protecciones que, acaso, sirvan como antídoto para el olvido.
        La primea vez que la palabra “Alpachiri” se hizo presente en nuestras conciencias fue cuando Andrés Arcuri (venía con un temple en la guitarra y un óleo en el salar) la deslizó en una noche rumorosa en Bernasconi. Al filo de la conversación anticipó que, antes de regresar a sus pagos en el Valle Argentino, pasaría a visitar amigos por Alpachiri “para que no me olviden”.
        Fue una formulación circunstancial, preámbulo de una despedida, pero “Alpachiri”, tan eufónica como extraña, perseveró a manera de registro de aquella   jornada en que amanecían los años cincuenta.
        De manera que desde ese episodio doméstico hasta hoy ha transcurrido más de medio siglo, mucho más de la mitad de lo que hoy convoca.
        Alpachiri. Andaba por allí (tal vez en Remecó) con su mirada clara y barba de tres días, don Eliseo Tello midiendo las distancias y alentando misterios.
Tello, confirmando topónimos y extrañas migraciones.
        Con el paso de los años Alpachiri dejó de ser una palabra curiosa. Al punto que se impuso sin traumas a la frecuentada referencia de “kilómetro 49” tan apelada por quienes tomaban el tren en Alta Vista o Darregueira.
        El ferrocarril, por supuesto, fue factor de esta victoria. Durante años y años sus andenes fueron ambulados por abrazos y evidencias de un progreso que no percibía aún las ominosas reincidencias del Plan Larkin redivivas a partir de los ochenta.  Claudicaciones que convertirían al trazado del riel en una dilatada llaga a cielo abierto.
        El poblado creció a la par que sus trenes.  Cada campanada en sus andenes reflejó un flujo que enriquecería la mixtura fortaleciendo sus apetencias de futuro.
Esta expansión tuvo su expresión en las mesas familiares. Sabores y aromas germinales.  De la carbonada a los vareniques, de los tallarines al puchero.
La brisa era una fiesta.
        En ocasionales tardecitas de otoño alguien llevaba apelstrudel.
        Luego, con un poco de suerte, sonaría una mazurca en la Colonia Urdaniz.
        Época de caudillos y también de derrotas. El aire se fue poblando de voces y las melgas fueron extendiendo sus dominios hasta donde antes había bosque y alguna rastrillada.
        Bisectrices en esta comarca que eligieron los antiguos para sentar sus reales.  Desde Chilihué hasta Médano Massallé, pasando por Salinas.  Un itinerario de ida y vuelta inaugurado a lanza y sangre.

            “…Arcaica letanía colorada/ o canto de muerte/ borogano./ Médano rojo,/ ¡Ay Masayé!/ Quebrada tribu,/ !Ay Yalmaché¡/ YA, ya, ya, aaaah.../ Curú Agué,/ Nahuel Quintún, /Calvú Turem, /Curú Locó,/ Carú Agué,/ Millá Pulquí,/ Melín, Alún,/ Calvú Quirqué/ Todos murieron/ ¡Ay arenal , lanzas y gritos!/ Tembladeral./ La muerte vino, / Malú Mapú,/ a los borogas/ como una luz./ Los adivinos del carrizal./ Rondeau,/ cacique del medanal,/ capitanejos sin perdonar,/ gargantas rojas/ del degollar/ y los ancianos/ de nuestro lar/ desechas carnes/ sin palpitar,/ todos rodaron/ bajo el fulgor/ de piedras locas/ del invasor./ Guerrero toro,/ Calfucurá ,/ que nos trajiste/ tu tempestad./ ¡Ay peregrinos/ de destrucción !/ ¡Ay comerciantes/ de maldición!/¡Ay Cara negra! ¡Flecha de Oro!/ ¡Ay Cara Verde, / Cabeza Negra!/ ¡Canas azules!/ ¡Médanos rojos!/ ¡Ay Masayé! / Ya, Ya, Ya,... ya... aaaah! . ..”(1)

        ¿Se sintieron aquí los ayes   voroganos?
        Cómo saberlo. Fuera cual fuere la especulación lo cierto es  que esas reverberaciones horadaron el siglo y cien años más tarde replicarían en la escena nacional  flagelando también, porque de eso se trataba, cada lugar donde se alzara una conciencia.
        Ya están en este volumen, habitando el necesario inventario de Norberto Asquini, los nombres de Analía y Mario Urquizo, Daniel Rocche…Y, como si no bastare, Miguel Ángel Nicolau, el curita pampeano, atrapado por la misma furia en el mismo lugar, al que le fueran insuficientes sus invocaciones.
Historias que arden en la tierra fría.
        Demasiada tragedia para el poblado que se refugió en el silencio para exorcizar sus laceraciones.
        Opciones, complicadas en la geografía del ultraje.
        ¿Cómo juzgar?  ¿Desde dónde juzgar?
        El dilema justifica y alienta este texto mínimo: buscarle la vuelta, hincarle el diente a los silencios hasta derrotar al ministerio del olvido.
        Porque la historia –según se mire- no hace justicia. Ni siquiera repara,   pero a menudo alivia.
        En la gran nevada de 2009 que hubo sobre Alpachiri alguien incorporó la silueta del Eternauta a una instantánea callejera. Fue una buena idea que devino en un resultado mágico.
        Quizá venga bien este ejercicio para estimular procederes. Incluir una ficción a la realidad. Imaginar, hasta tocarle el rabo a nuestros propios límites, las mil maneras de enfrentar a las ausencias.
        Si se pudiere, no estaría mal intentar superponer las entrañables figuras de Analía, Daniel, Mario, Miguel Ángel a cualquier postal pueblerina y dejar que lo demás fluya.
Hacerlos visibles, porque las heridas no cierran hasta que no son expuestas a la luz.  Luego, el tiempo hará lo suyo y de ellas quedará una cicatriz delgada, blanca, como un pañuelo.
        Resulta incierto presumir el porvenir de una idea peregrina.  Pero insistimos en ella, aunque más no sea para plasmar ahora, en esta fecha que marca un mojón, las expectativas verbalizadas en clave de esperanza por aquel viajero que, hace más de medio siglo en un crepúsculo de Bernasconi, partía con rumbo a Alpachiri.



J:C:P
Julio 2011
       (Para el libro del centenario de Alpachiri)
       


       
       
(1)    fragmento de un poema de Juan CarlosBustriazo Ortíz
(2) Composición de DCB.



La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...