jueves, 20 de diciembre de 2012

Un brindis con el Penca

foto Nahuel Pumilla

Llevaba el envoltorio como si fuese un bebé. Cuando lo desplegó, el rostro compañero del gringo De Pian se amplió desde atrás  en una sonrisa cómplice.  Coco Severino demoró una eternidad hasta comprobar el efecto de su acción. Solo cuando quedó satisfecho depositó el recipiente sobre la mesa.
         Parecían niños y probablemente lo fueran. Ambos habían decidido esa  ofrenda para honrar una  amistad forjada en tiempos fragorosos y lejanos. No fue azarosa la elección de ese viernes apacible para  la ceremonia. Los viernes eran los días en que una sexta en Re  se internaba en la madrugada entre fraternidades y romances a la última luna.
Coco ejecutó un gesto galano y entonó un chán chán como si  hubiese dicho voilá. Se  trataba de una botella de caña de duraznos que había descubierto hurgando en los sótanos de la vieja casona de avenida San Martín.  Un legado del pionerismo sobreviviendo en la modernidad.
¡Vaya a saber cuántos años tenía!
La etiqueta, rasgada en su borde superior, dejaba  para el misterio la marca acentuando su embrujo. Los dos duraznos del dibujo habían marchitado y la inscripción inferior nos remitía a una destilería de la calle Lavallén  denunciando una graduación de infiernos. Un trago fuerte para paladares sin indulgencia.
Todo un regalo. Con cubierta de plomo y todo.
Hubo una breve discusión sobre añejados y otra acerca el momento apropiado para paladear la bebida. Los brindis sólo adquieren sentido bajo el ministerio de la convicción. Juan Carlos Bustriazo Ortíz, que en su condición de alquimista se había convertido en copropietario natural de la redoma, esgrimió  sus credenciales en la materia para avalar la propuesta que establecía la apertura en el 2000.
Fue, seguramente, una manera de mojarle la oreja  al futuro, tal vez una forma sosegada de desafiar a la muerte.. Una botella al mar. El dos mil era un lugar remoto e inasible en esas agitadas jornadas de 1988 en que las crónicas presentaban a nuevos actores sociales   y los vecindarios redescubrían las formas artesanales de hacer el pan.
El licor quedó sobre un estante y en estos largos años soportó desplantes, acosos adolescentes, indiferencias  y mudanzas.
         Eran lindos los viernes.
     Coco deslumbraba con sus cuchillos y el gringo deleitaba con un relato, cada vez distinto y mejor, de los tiempos de la guerra. El flamenco Bustriz, el Linyera Poeta, el Milodón, el Penca...;en fin, Juan Carlos, musitaba trovas y en cada una inauguraba vidas. Nuevas vidas, que es como decir varias muertes.
         La última sobrevino en forma de silencio pero él, murmuran las matronas por las  tardes,  exorciza sus demonios silabeando “brujalabra”, “brujalabra”con voz queda y temblorosa.

“...hubo una vez una mañana loca.
un carromato. un león. hubo una rosa.
hubo un jazmín en celo. no tremola
en el velorio su esternón: oh loba...”

         Muchas cosas pasaron estos años. Idas y vueltas. Mas idas que vueltas. Juan Carlos contó las cuentas del rosario y olvidó cisnes en casa de Rayén leoncilla. Más tarde  marchó para jugar a las escondidas con las musas.
Interrumpió su charla con los dioses, que es la forma en que algunos definen a este oficio de la juglaría.
         Ya nada es lo mismo porque la palingenesia no sabe de poesía. En un sendero de la callecita Florida quedaron aquellos viernes. Ya nada es igual pero nadie se queja porque, es cosa sabida, el pasado es como  la memoria: no  sirve para retroceder sino para avanzar.
Coco sigue buscando maravillas y cada tanto el gringo asoma su figura para mentir un asado que nunca se produce.
         La caña de duraznos quedó allí, atrincherada entre papeles, porque una promesa es una promesa y de estas pequeñas esperanzas se alimenta el sol de nuestra existencia.
         Cuando el dos mil tocó a la puerta (”puro fuego y colorinches” Raquel quitó  el polvo a la botella y se armó la partida para cumplir con lo pactado.
         La casa le besa las pestañas a la laguna y él es el nuevo “señor de las orillas”. Dicen que es feliz y acaso lo sea.
         El Penca contempló el envase, verificó su autenticidad y guardó silencio. Fue una pausa nostalgiosa y profunda.

“...cuando me quite el fantasmal chambergo.
Y en esa esquina un guitarrero fino
se conmueva en la sexta hasta el Eterno,
¡y el muerto vaya a acicalar su estribo!...”

Con mano experta quitó la envoltura y  olió su aroma como si estuviera ante  una flor. “Está buena”, deslizó austeramente, en lo que se pudo interpretar como sorpresa o veredicto.
         Luego, la despedida.
foto Nahuel Pumilla


         Nada más. Dos palabras para el final de un brindis Tal vez algún día, cuando hayamos bebido hasta la última gota de la dorada sangre de otra década, podamos repetirlas.
         Solo hace falta una ilusión. Y una promesa.
        
           Juan Carlos Pumilla
                 Febrero, año 2000

sábado, 15 de diciembre de 2012

Canción deGuadalupe



Te vuelves horizonte y oculto mis silencios
porque es mejor gritar que lamentarse.
Atesoro esa lección que me enseñaste
en este puerto del sur que está naciendo.

Contemplo el mar y lo que veo es cielo
un resplandor de ilusión en la retina
celestes estandartes alzan vuelo
enarbolando un adiós a la partida.

Te vas, pasión, y acaso no regreses

llevas contigo mi corazón y mis memorias

quedan  aquí los fuegos que han nacido.
Ellos son los motores de la Historia.

Imagino un amanecer plebeyo
no importa cuántos calendarios.
La rebelión flameando por las calles
esparciendo  fulgores de aquel mayo

Advertirás amor, Moreno de mi alma
Cuánta congoja delatan estas cartas
la soledad se abre paso entre los labios
cuando sello las cuartillas  con mi savia.

Si no vuelves sabrás que te he querido
yo buscaré la forma de encontrarte.
Desandaré los pliegues de la patria
hasta  abrazar la luz que nos dejaste.




                                                 julio 2000

jueves, 6 de diciembre de 2012

Cabezas - memoria


Una constelación de globos negros inunda las plazas. Bocas crispadas se abren para lanzar un reclamo que reverbera en la inmensidad junto con las salpicaduras del cielo en que se han convertido esos mensajes náufragos. 
Botellas al espacio.
Los ojos siguen la caprichosa trayectoria hasta el infinito a medida que una punzada de inquietud, una chispa de dolor se instala en el centro de la ilusión. Es la sospecha de que tampoco allí habrá nadie para recibirlas.
El ciudadano toma su lugar en la marcha y contempla por enésima vez la fotografía solarizada que impone la necesidad de no olvidar.
Es una leyenda perentoria, imperativa, que desnuda impotencia y angustia. Pero al mismo tiempo cómo somos. Cómo estamos.
Cuando el ciudadano era niño la memoria y el dolor se presentaban en la forma de una franja negra alrededor del brazo. Al llegar a su juventud no olvidar cobró figura de pañuelo blanco. Negro y blanco, la estética de un final de siglo dominado por los contrastes.
Entre una y otra expresión colectiva hay un clamor, un gesto que se extiende y crece. Como la bronca.
_ Señora de los ojos ciegos... ¿estás ahí?
Pero la justicia se está ajustando los breteles pues debe salir en la televisión. En realidad –reflexiona el hombre de la marcha- la demanda colisiona contra su propia formulación. Es que la justicia existe o no existe. Esta es la cuestión.
Estamos frente a un dilema que amenaza con vencer al tiempo. 
El empirismo de la calle enseña que cuando la propia justicia se convierte en otra desaparecida la impunidad sienta sus reales. 
La impunidad. Y su lacayo, el silencio. 
Esta es una historia más vieja que la injusticia. En aquellos primeros tiempos del ciudadano, antes de las rondas, las paredes se entristecían con pequeñas retratos del rostro anguloso de Felipe Vallese. Sus ojos parecían reflejar algo que las reproducciones imperfectas de los mimeógrafos no alcanzaban a precisar.
Tristeza, era tristeza, piensa ahora el hombre que sigue las evoluciones de un globo negro hasta que desaparece tras una nube del mismo color.
El padre del ciudadano solía contarle que antes, cuando era joven, en tiempos de otras marchas y de pies hundidos en las fuentes, los carteles reclamaban otros nombres.
Otras caras para este itinerario de la impiedad y el desamparo.
¿Quién mató a Cabezas?
¿Dónde está Vallese?
¿Quién mató a Rosendo?.
Y treinta mil preguntas más. 
Pero mucho más atrás. Antes de las rondas, de las plazas, de las marchas, de las fuentes. De danzas refalosas o de toldos quemados. Antes, lo que se dice antes, el cielo se teñía con otro interrogante:
¿Dónde estás, señor de la epopeya, primer desaparecido?. ¿Dónde tus huesos, lejos de tu tierra, lejos de tu mayo?.
Dos siglos de preguntas y los mismos dueños de las respuestas.
El tiempo es suficiente para establecer una lógica: a los que piden pan no les dan, a los que piden queso les dan un hueso. A los que insisten les cortan el pescuezo.
Acaso habrá que barajar y dar de nuevo, quebrar de una vez al as de bastos. Dejar de volver y comenzar a revolver. Esto es, volver a los orígenes. Completar lo que quedó pendiente. Esa es la deuda. No está nada mal acariciar la idea en estos días de mayo y de recuerdos.
Repensar el otoño y aprender su lección: las hojas que caen retornarán en brotes nuevos. Es sólo cuestión de tiempo. 


jueves, 29 de noviembre de 2012

¿Por quién doblan las campanas?



         Cuando aún no se han disipado los ecos del debate que origina el pedido de cambio de denominación del sector Oeste de nuestra avenida central, por remitir al artífice del exterminio aborigen, un cura párroco  ha pronunciado  una  fervorosa reivindicación del terrorismo de Estado. La exégesis reavivó  la consideración no sólo sobre el papel de la iglesia durante la autoproclamada Conquista del Desierto sino también la  participación de la  institución en la implementación y respaldo  del plan genocida  al que el cura Jorge Hidalgo adhiere y legitima.
         El agradecimiento sacerdotal a la faena de Videla remite a otras de idéntico tono:
Dios en su infinita misericordia ha proporcionado a estos indios un medio eficacísimo para redimirse de la barbarie y salvar sus almas: el trabajo; y sobre todo la religión, que los saca del embrutecimiento en que se encontraban.”
         Este sentimiento de gratitud fue expresado por monseñor José Fagnano  en la culminación  de la incursión punitiva de otro general, Julio Argentino Roca.
         Fagnano acompañó las tropas del Ejército argentino en representación de los salesianos, cuya presencia en el escenario de combate fue auspiciada por el propio gobierno en la convicción de que Iglesia y Estado compartían el mismo objetivo: liberar y homogeneizar culturalmente al país en el proyecto civilizador. A este propósito contribuiría, centralmente, por un lado la ley de Educación Común y, por otro, el Evangelio.
         La cruz y la espada, del brazo y a los codazos en la edificación de un aparato ideológico destinado a dominar, tal como lo describiera Gramsci.
         Hidalgo no es Fagnano. Le falta  edad, protagonismo y sustancia.
         Por ello resulta interesante y hasta conlleva un desafío , introducirse  en  la indagación acerca de    los potenciales orígenes de una cuajada  formación  metafísica  que lleva a un joven de 31 años, nacido al borde de la democracia,  a sostener lo que sostuvo.
         En esa franja etaria, la mitad de la cual fue consumida en el seminario, es admisible  concluir  que el apologista del crimen colectivo moderno incorporó estos contenidos en el seno de  la propia Iglesia.
         Hay indicios que tornan razonable este presupuesto.
         Hagamos memoria.
         No está lejana  la prédica del capellán de la unidad militar de Toay, Alberto Espinal que invocaba  tal carácter para  interrogar  a Ana María Martínez  condenando sus opciones ideológicas e instándola a la delación.
         Espinal fue denunciado  en el reciente juicio a la Subzona 1.4 y en su actual retiro en Casa Inspectorial "Nuestra Señora de Luján" del barrio porteño de Almagro apela a la desmemoria aunque no titubea en acentuar  su fraternidad  con Ramón  Camps.
         Espinal, salesiano, desempeñó su capellanía durante el obispado  de Adolfo Arana, el monseñor que poseía  las llaves y el discernimiento sobre todo lo que acontecía durante el reinado de la tortura.
         Como una competencia de postas resulta inevitable enlazar las conductas  de Arana con  las  sentencias  de su antecesor en la diócesis  pampeana, monseñor Jorge Mayer, a quien se recuerda en Bahía Blanca por sostener en 1976 que “La guerrilla subversiva quiere arrebatar la cruz, símbolo de todos los cristianos, para aplastar y dividir a los argentinos mediante la hoz y el martillo”
         No extrañan, no debieran extrañar estas enunciaciones en hombres provenientes de una iglesia  que en 1904 produce una  señal anticipatoria de lo que hoy nos ocupa.  En el curso de una ceremonia signada por la gratitud emplaza,  en la torrecilla de la por entonces casa parroquial,  una campana proveniente de la fundición de cañones de la  cercanamente consumada “guerra”  del desierto. Circundando esa pieza de bronce refulgía la  leyenda  “Gloria a los soldados argentinos que conquistaron la Pampa a la civilización”
         Palabras más, palabras menos…


JCP



        
        


lunes, 26 de noviembre de 2012

Elementos


Menos mal el cobijo, que es al mismo tiempo  refugio y plataforma. Este es el nido: el  lugar al que pertenecemos, la localización del origen y, acaso, la revelación  de deberes y destinos. Porque el nido se construye al amparo de viento y tempestades, hace pie en las ramas más robustas y procura el sol  como itinerario de vida.



Danzan, iluminan, crepitan. Las  llamas son flores multicolores que crecen, sustentan y subyugan  Hipnotizan. . Este es el milagro del fuego, la consagración  de una maravilla que vence al tiempo y se remonta a los orígenes. En el fuego, o en un simple fueguito, está la localización del sitio como una señal para inferir  procedencias y  destinos. Solo hay que saber leerlo.

(esculturas de Nahuel Pumilla)


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Momento en sepia




       Desprende con destreza los veintidós botones de la blusa y ofrece el pecho al demonio de cachetes rojos que, en el lecho del brazo arqueado, succiona con avidez. La muchacha acaricia su frente e introduce, en el pañuelo con que se cubre, un mechón rebelde color miel.
       El niño agita sus brazos en el momento en que una gota, como una lágrima, cae sobre su mejilla.
La muchacha eleva la vista al techo de chapas del galpón de ferrocarril. Se distrae un momento siguiendo el itinerario de las gotas de la condensación que van construyendo cráteres diminutos en el piso de tierra que algunas matronas resueltas han barrido y regado por la tarde, para la ocasión.
Las glotonas succiones del niño constituyen la única nota discordante que quiebra la callada tregua que se han impuesto los asistentes.
       Nadie, o casi nadie, ha faltado. ¡Si hasta  los de  la Carlota han venido, polvorientos y apretujados, en la caja de un  camión fuera de punto y de barandas carcomidas! En aquel rincón los Ternovoy. Más acá los Kasper que han llegado a última hora. También los Naunchuk, Betenhauser y los demás...
Desbordados de una nerviosa expectación se ensimisman en el informe que un diligente ofrece, de manera tosca y elocuente, sobre las novedades de la hora.
El hombre estruja la gorra con sus manos a medida que su intervención se introduce en regiones tan delicadas como desalojos o tasas de interés del dieciséis por ciento sobre el resultado de las cosechas. En tanto crece el relato sus hombros van cayendo agobiados por un peso insostenible.
El calor aumenta en el interior del galpón pero afuera hace frío. Ese contraste originó en los inicios del encuentro algunas jocosidades (“cuídate, Ana, que vas a quedar cruda al medio”) pero estas predisposiciones al buen ánimo han sido solo recursos defensivos ante la presunción de algo funesto.
Algunos se recuestan o sientan sobre los fardos de pasto apilados en un costado mientras que otros prefieren seguir las alternativas de la exposición parados con las piernas abiertas. Llaman la atención, se balancean hacia delante y hacia atrás  como si estuvieran sobre una embarcación; es un vaivén acompasado con el que  tal vez estén elaborando una críptica metáfora sobre el tiempo o la vida.
 Un grupo numeroso se apoya contra la estiba de bolsas que resiste, menguada por la humedad, a la espera de mejores precios.
Fuera del corrillo un grupo de niños juega a la payana con empeño y recato. Saben, con esa rara intuición que los adultos añoran en su madurez, que esa noche no habrá sermones por rodillas sucias
Dos perros de raza indefinida olisquean en los rincones en procura de alguna rata distraída. Mientas husmean, no dejan dudas de su presencia en el nuevo territorio orinando sitios estratégicos con rigor y economía.
El que informa tiene la voz opaca y exhibe unos papeles sobre el cajón que oficia de escritorio. Los papeles no dicen mucho pero sí lo suficiente. Y lo que no queda claro en esos papeles se manifiesta con elocuencia en la precaria contabilidad que alguien ha dibujado con una rama sobre la tierra. Trazos torpes que revelan de manera brutal que algo, tal vez una promesa, quizás un sueño, quedará pendiente para un futuro que se hace el distraído.
Algunos puños se cierran. Los que se ubican en la primera fila  bajan las cabezas mirando al suelo. Pero el lenguaje de la tierra resulta demasiado hermético para las urgencias.
La explicación termina y el dueño de la voz opaca estrangula la gorra como si con ese gesto pudiera exorcizar el contenido de sus palabras.
Los niños interrumpen su juego advertidos de las predicciones   del nuevo silencio y sus miradas buscan protección y refugio en los ojos de sus fraternidades. Pero no los encuentran.
Nadie habla y todos se revuelven, impotentes e incómodos, frustrados, ante la incapacidad de alumbrar una reflexión que encienda soluciones. Miradas evasivas para los demás porque hay veces en que el desasosiego es pudoroso.
Uno de los niños de la payana advierte un movimiento y codea a su compañero. Son los primeros en registrar al hombre que se yergue sobre el fardo en que se apoyaba para mostrar toda su humanidad a la mirada, extrañada primero e interesada  después, de los integrantes de la rueda.
El hombre que vino del frío no pide la palabra porque nadie ya, en los estertores de la ilusión, la reclama.
El hombre que vino del frío carraspea y articula un pensamiento en voz alta. Lo hace sosegadamente, dejando que también hablen sus silencios. Expresa lo que aún no se ha dicho en la reunión. Grita lo que quizás haya estado en el inconsciente de todos. Pero es él, y no otro, el que elabora una relación y establece una lógica evitando las complejidades del anatosismo y las trampas de la retórica.
Con voz ronca, que pocos conocen, se despliega en una extensión  inexplorada de la acción y repite, con un énfasis que contagia y galvaniza, dos... tres palabras que vienen desde lejos.
Esgrimiendo esas tres palabras que vienen desde lejos recorre los rostros de todos los presentes, uno a uno, cara a cara con sus dignidades malheridas y les regala un soplo de confianza.
En el instante en que esas verbalizaciones, que vienen desde el frío, se instalan en la razón y en los corazones de los presentes una destilación, una lombriz de sal, cae cristalina sobre la frente del niño que succiona.
(Transcripción del capítulo 27 de "El Hombre del Potemkin"

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Inventario del genocidio

ARGENTINA Y UNA
PRACTICA CENTENARIA

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Juan Carlos Pumilla
setiembre de 2012
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“El genocidio es la matriz donde se muestra, con oscura y monstruosa evidencia, el mal absoluto que el poder es capaz deejercer contra sus habitantes (...) Hemos tenido que llegar hasta este extremo límite para comprender los cimientos criminales sobre los que nos asentamos. Porque todo genocidio, todo asesinato, plantea el interrogante más crucial:
¿cuáles son los abismos más oscuros de la humanidad, siempre presentes, en los cuales sumerge sus raíces nuestra propiasociedad actual”
León Rozitchner






Se torna imperioso e ineludible que el Estado, nacional y provincial, demande por sus perjuicios y los haga visibles. Existen razones políticas, ideológicas y éticas para que lo haga. Acaso, como una manera de repara-ción y prevención hacia el futuro pero al mismo tiempo para redimir las prácticas genocidas que el mismo Estado argentino protagonizó o consintió a lo largo de su historia desde los albores de la organización nacional en que la dialéctica de civilización o barbarie ganó el escenario de América.


"En cualquier punto del territorio argentino en que se levante un brazo fratricida, o en que estalle un mo-vimiento subversivo contra una autoridad constituida, allí estará todo el poder de la Nación para reprimirlo (…) Los partidos políticos, siempre que no salgan de la órbita constitucional y no degeneren en partidos revolucionarios, pueden estar tranquilos y seguros de que su acción no será limitada ni coartada por mi gobierno. Julio A. Roca (12 de octubre de 1880)






En la Metáfora del Jardinero un concepto introducido por Zygmunt Bauman, se hace referencia a la contraposición entre culturas cultivadas, producidas, dirigidas y diseñadas por una parte y culturas silvestres o “naturales” por otra. En las primeras prima la necesidad de un poder que ejerza un diseño artificial, ya que el jardín en que la sociedad se ha convertido no tiene los recursos necesarios para su propio sustento y autoreproducción por lo que es dependiente de este poder. En las culturas silvestres, en cambio, los recursos de autoreproducción están en la propia sociedad y en sus lazos co-munitarios, lo que les permite saber cuáles son las malas hierbas, las malezas, y cómo eliminarlas.

Estas motivaciones –expresadas en otra cuerda literaria pero siendo fiel al mismo espíritu- constituyeron el basamento de la invasión al pueblo paraguayo bajo la errónea denominación de “Guerra” del Paraguay.


El país hermano fue la gran víctima. Antes del inicio de la invasión su población era de 1.300.000 personas. Al final del conflicto, sólo sobrevivían unas 200.000 personas. De éstas, únicamente 28.000 eran hombres, la mayoría de las cuales eran niños, ancianos y extranjeros.

niños deAcosta Ñu



Casi doscientos años antes de aquellas formulaciones de Bauman un preclaro hombre de nuestra historia, Juan Bautista Alberdi, las anticipaba sustentando que “Para gobernar a la República Argentina vencida, sometida, enemiga, la alianza del Bra-sil era una parte esencial de la organización Mitre-Sarmiento; para dar a esa alianza de gobierno interior un pretexto internacional, la guerra al Estado Oriental y al Paraguay, viene a ser una necesidad de política interior; para justifi-car una guerra al mejor gobierno que haya tenido el Paraguay, era necesario encontrar abominables y monstruosos esos dos gobiernos; y López y Berro han sido víctimas de la lógica del crimen de sus adversarios”.


El mismo Domingo Faustino Sarmiento confirma las razones de esta necesidad en su extenso epistolario con Mitre o, cuando en 1869, escribe a Mary, la esposa del abogado y pedagogo norteamericano Horace Mann: “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrescencia humana”


Para Bauman, además, el moderno asesinato en masa se distingue por la ausencia de toda espontaneidad y por la incidencia de la planificación racional y calculada. Se caracteriza por la casi completa eliminación de la contingencia y de la casualidad y por su autonomía frente a las emociones grupales y los motivos personales. Y aunque fenómeno moderno, afirmó que la modernidad no es "conditio sine qua non" de holocausto. Ha sido, más bien, consecuencia del impulso moderno hacia un mundo absolutamente diseñado y controlado, pero una consecuencia que se produce cuando ese impulso se empieza a descontrolar y se expande desbocado.


En su obra “Modernidad y holocausto” explica que en la medida en que esa racionalidad incidió en la producción de Auschwitz, y toda vez que la filo-sofía se vio comprometida de manera infinitamente más estrecha que la geometría o la música, a ella le toca, desde ese momento, llevar a cabo el trabajo necesario para que fenómenos parecidos no se reproduzcan.


El genocidio moderno es genocidio con un objetivo. Librarse del adversario ya no es un fin en sí mismo. Es el medio para conseguir el fin, una necesidad que proviene del objetivo final, un paso que hay que dar si se quiere llegar al final del camino. El fin es una grandiosa visión de una sociedad mejor y radicalmente diferente. El genocidio moderno es un ejercicio de ingeniería social, pensado para producir un orden social que se ajuste al modelo de la sociedad perfecta.


Por si no bastaren razones para la excusación del Estado argentino ante su propio pasado valgan las consecuencias del genocidio aborigen a través de las mal denominadas “campañas al desierto” que reconocen las mismas razones ideológicas, económicas y políticas. Resulta arduo hallar una génesis pero ,como contribución a estudiantes y futuros investigadores vale la pena recordar las expresiones de Martín Rodríguez, gobernador de la pro-vincia de Buenos Aires, sosteniendo como objetivo de sus tres campañas punitivas (1820 a 1824) que “`primero hay que exterminar a los nómades y luego a los sedentarios…”.


El propio Julio Argentino Roca escribirá décadas más tarde que “La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida”. Este anuncio -oportunamente exhumado por Osvaldo Bayer- se explicitará luego ante el Congreso nacional insistiendo que “El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. La información no tardará en replicarse en Gran Bretaña que saluda el resultado de la campaña exterminadora que, entre otras consecuencias, depositó en un pequeño grupo de familias e intereses extranjeros el dominio sobre cuarenta millones de hectáreas.






Existe una simetría histórica que nos toca de cerca a los pampeanos y la hallamos en la figura de Napoleón Jerónimo Uriburu Arenales (en cuyo honor se denomina la población homónima), comandante de una de las co-lumnas de exterminio indígena en el Chaco como así también en nuestro te-rritorio antes de extenderse hasta cercanías de Nahuel Huapi.


(...) Cumilao dice que él y Marillán debían reunirse con Baigorrita antes de llegar al Colorado en Puelin; pero que marchando a ese punto les alcanzó un indio que ahora está prisionero también, y le dijo que a Baigorrita lo habían derrotado en Conlon y Cochicó [se refiere al ataque de Rudecindo Roca]; que entonces resolvieron venirse a lo de Purrán. Los indios vienen con mucha viruela; los pocos a quienes no les ha dado antes la tienen ahora y les sigue a todos; es una verdadera epidemia entre ellos. Voy a mandarle una remesa de esa gente al cacique Purrán.

Julio 2 (..) Despachóse al cacique Painé, su mujer y sus hijos, y diez enfermos de viruela, poniéndolos en libertad, para que al mismo tiempo conduzcan una nota que se dirige a Guaiquillán, segundo de Purrán(...)






Napoleón Uriburu

Cabe preguntarse qué diferencias conceptuales y metodológicas exis-ten entre Uriburu -también veterano de la incursión al Paraguay- que inaugura la guerra bacteriológica inoculando el virus de la viruela a cautivos liberados para exterminar a sus tribus y la practica de Luís Alves de Lima e Silva, o Duque de Caxiaen la contienda del Paraguay que con la aquiescencia de Bartolomé Mitre ordena arrojar cadáveres coléricos a las fuentes de agua pa-ra contaminar toda la cuenca.,El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace cuanto yo le ordeno, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, aún en cuanto a que los cadáveres se tiren a las aguas del Paraná, ya sea de la escuadra como de Itapirú, para llevar consigo el conta-gio a las poblaciones ribereñas, principalmente a las de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe que le son opuestas (…) El general Mitre también esta convencido que deben exterminase los restos de fuerzas argentinas que aún le que-dan, pues de ellas no ve sino un peligro para su persona”.(Caxias. Informe a Pedro II, (18 de septiembre de 1867 )


Como si no bastare el sucesor de Caxias, Luis Felipe María Fernando Gastón de Orleans, Conde de Eu, tras la infame degollina de los vencidos en la batalla de Piribebuy ordenó incendiar, después de cerrar las puertas y ventanas del Hospital de Sangre, dejando que pereciesen centenares de enfermos y heridos


Pero quizás la evidencia más notable del proyecto exterminador haya sido el gran genocidio de niños en la batalla de Acosta Ñu, acaecido el 16 de agosto de 1869, donde las tropas de la Triple Alianza mataron a 3.000 niños menores de 14 años de edad.(+)


(+)Chiavenatto Juilio José. Genocidio Americáno: A Guerra do Paraguai.-Sao Paulo




También pueden encontrarse analogías en justificaciones éticas de entonces y en el auto absolutorio o discurso que los artífices del terrorismo de Estado han esgrimido a lo largo de los procesos judiciales desarrollados en el último lustro.


Argumentos que, singularmente, se apoyan en anteriores elaboraciones justificativas sobre la puesta en práctica y necesidad de implementar la industria de la muerte. Con este corpus ideológico se ha ido conformando una estela fundamentalista en el firmamento de nuestra patria que deviene en sustento para eventuales latrocinios.


"Estamos -sostiene Julio Argentino Roca en 1843- como nación empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civili-zación. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este propósito".
Y retruca Samiento:
¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapare-ciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su extermi-nio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado."






El término y la práctica del exterminio adquiere de esta manera su legi-timación y se naturaliza en fundamentos y procederes de las generaciones venideras. Estanislao Zeballos, desmintiendo esa observación piadosa (la segunda, claro) que tuviera sobre Pancho Francisco adhiere al concepto sin cortapisas: “El Remington les ha enseñado (a los ‘salvajes’) que un batallón de la República puede pasear la pampa entera, dejando el campo sembrado de cadáveres” (Viñas, Indios, ejército y frontera, p. 49).


La ausencia de una revisión crítica y de condena ha contribuido a fertilizar la proyección de las prácticas genocidas en los albores del siglo XX en las que sobresalen los despiadados asesinatos contra los vecinos de Nueva Pomepya en el marco de la represión a los talleres Vassena, las matanzas impunes de indios mocovíes en Napalpí, colonia del Chaco, y el genocidio del pueblo Pilagá en Formosa, ambos impunes.


Acaso este inventario resulta insuficiente, porque la historia no tiene voz: se expresa en las vervalizaciones de quienes pueden y quieren rescatarla.


La lógica del exterminio de los opositores al sistema, auspiciada en el país por la ley de Residencia, nuevamente encuentra en La Pampa sus si-metrías porque no otra cosa fue la feroz represalia a los bolseros de Jacinto Aráuz en el año 1921 , con el respaldo de la Liga Patriótica y el pregón de los representantes santarroseños de esa organización que, encaramados en funciones públicas, pregonaban la licitud del asesinato de los subversivos.


Contemporáneamente los más de mil quinientos fusilados en la Patagonia por el teniente coronel Varela espesan este catálogo de la muerte ins-titucionalizada ara desembocar en esta actual fase de la historia negra del país que nos ocupa . Otro capítulo de la impunidad cuya plataforma de en-sayo se procesara con sumo esmero en la aciaga noche del 22 de agosto de 1972 en la base aeronaval Almirante Zar de Trelew.


Las fuerzas motrices de estos comportamientos son infinitas y provienen de los espectros más variados de la sociedad pues no importa tanto la procedencia como la identidad ideológica y política con los ejecutores del la-trocinio nacional. No desentonan estas voces con las consignadas mas arriba:


“Si para salvar…la constitución, un nuevo gobierno debe negarla de inmediato, habrá que optar”. “…creo que sólo un milagro salva a este gobierno”. Juan José Güiraldes, director de la revista Confirmado y sobrino de Ricardo Güiraldes.

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“Detrás de Onganía queda la nada. (...) Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó el Ejército (...) ¿por qué no puede encauzar el país? Puede y debe. Lo hará”. Revista Extra, el Mariano Grondona.








Y una última consideración: no todos los crímenes colectivos encuadran dentro de la calificación de genocidio. Merece un examen más exhaustivo el infame bombardeo de los aviones Gloster Meteor de la Armada sobre los indefensos paseantes de la Plaza de Mayo en la aciaga jornada del 16 de junio de 1955 o los fusilamientos en los basurales de José León Suárez del 9 de junio del año siguiente propicia esta secuencia histórica de la infamia

En fin, la caza del hombre institucionalizada y traducida en crímenes colectivos. Perpetrados por esa lacra del sistema expoliador -que con tanta precisión habita en la metáfora de Baumann- cuyas facetas más conspicuas hoy reviven, se exponen y serán juzgados en esta segunda etapa del juicio de la Subzona 14 en La Pampa.

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LOS UNOS Y LOS OTROS

A esta altura quizás resulte ocioso apuntar que, en la observación de la constante histórica, la plataforma ideológica pa-ra arropar la práctica genocida ha requerido de sustentos teóricos y jurídicos. A menudo esta cobertura es prodigada por intelectuales de fuste, no necesariamente ejecutores o afiliados directos al poder de turno.

Concluyendo el siglo XIX descubrimos al insigne Miguel cané aportando el texto de la ley de residencia, sancionada en 1902, por la que se propiciará la cruenta represión a la inmigra-ción.

¿Absolverá Juvenilia a su autor por este aporte a la consumación de una de las páginas más negras de nuestro pasado reciente?

Acaso se pueda establece un manto de piedad sobre las Crónicas de Viaje de José Ingenieros, quien tras llegar de Cabo Verde, en 1905, produjo un texto de contenido inequívocamente francamente racista

En 1923, con idéntico sentido, lo hace una de las plumas más ilustres e influyentes de la Argentina: Leopoldo Lugones. El autor de La Guerra Gaaucha inicia en julio de 1923 una serie de conferencias patrocinadas por la Liga Patriótica Ar-gentina y el Círculo Tradición Argentina, La primera de las cua-les lleva el título de Ante la doble amenaza, en la cual da bendi-ce diseño de la arquitectura de la xenofobia argentina exaltan-do el militarismo. Lo hace basado en que “existe advierte en el país una invasión provocada por una masa extranjera discon-forme y hostil, que sirve en gran parte de elemento al electoralismo desenfrenado” ., Lugones enfatiza que “ pueblo, como entidad electoral, no me interesa lo más mínimo. Nunca le he pedido nada, nunca se lo he de pedir, y soy un incrédulo de la soberanía mayoritaria demasiado conocido para que pue-da despertar sospecha alguna. (Y porque) me causa repulsivo frío la clientela de la urna y del comité…”

Este corpus ideológico es ampliado y superado en no-viembre de 1924 cuando acepta la invitación del presidente del Perú, Augusto Leguía, para asistir a la celebración del Centenario de la Batalla de Ayacucho; allí produce el cé-lebre discurso que causa gran preocupación interna al punto de provocar la interpelación en el Congreso argentino:





El único remedio está en acabar con la política. Adoptar un decenio de vacaciones políticas. […] Ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada. […] (esta) hará el orden nece-sario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada […] hacia la de-magogia o el socialismo. Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado; es decir, al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin ley […]. El sistema constitucional del siglo XX está caduco. El ejército es la última aristocracia; vale decir, la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica.[…]El Estado nada tiene que ver con la libertad. Su objeto es el orden.”


Leopoldo Lugones, El payador y antología de poesía y prosa. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979.



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ESTADISTICA DE LA MUERTE



Pergeñado por el imperio inglés para terminar con la progresista Paraguay y todo su pueblo, y llevado a cabo por sus cipayos del Brasil de Pedro II, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Venancio Flores, las cifras del genocidio son difíciles de digerir:
Población de Paraguay al comenzar la guerra 800.000 (100,00 %)
Población muerta durante la guerra 606.000 (75.75 %)
Población del Paraguay después de la guerra 194.000 (24.25 %)
Hombres Sobrevivientes 14.000 (1,75 %)
Mujeres sobrevivientes 180.000 (22.50 %)
Hombres sobrevivientes menores de 10 años 9.800 (1,22 %)
Hombres sobrevivientes hasta 20 años 2.100 (0,26 %)
Hombres sobrevivientes mayores de 20 años 2.100 (0,26 %)
(Fuente:“Genocidio Americano, A guerra do Paraguai, p.150- Julio José Chiavenatto. Sao Paulo)








jueves, 8 de noviembre de 2012

Soles

SOLES






Los soles asoman y alumbran hasta las zonas más sombrías.

Encienden las tinieblas.

Aun cuando no se ven, brillan. Por la elemental circunstancia de la memoria.

Por las noches, prosiguen su tarea

Es una labor enorme y tenaz, que trasciende geografías.

Soles militantes, potentes, aguerridos.

Se ensombrecen las jornadas y persisten: es que la obcecación no obedece a las coordenadas del tiempo.

Son soles bisectrices , como crucificados.

Ocupan todos los confines y vencen a los siglos para confirmarse en la certeza de que el sol es vida.

Encienden el paisaje con sus luces.



Luces,

Cincuenta y dos fulguraciones para comenzar a ver.



Se perciben también otros soles.

Nacientes, galácticos.

Tan distantes pero tan cercanos.

Lucen inocentes, como niños.

Apenas amanecen en nuestro firmamento y ya se dilatan en los confines.

Anticipan albricias y cobijos, alboradas de tibieza para nuestras germinaciones.

Vienen del otoño, Soles Primavera.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El que viene



         Ella vibra expectante.  Porque está enamorada y entonces, ya está escrito, se hace larga la espera.
         El sabe que lo aguardan, que el amor precisa del ritual de la cita y esas palpitaciones que la ansiedad propicia en el centro del pecho.
         Ella se reclina en la penumbra de su alcoba y es una bella imagen la miel de sus cabellos.
         El apura el paso vehemente del regreso mientras cae la noche puntual, como el lucero.

         Ella y sus silencios
         El y sus demostraciones.
         Celebraciones de la vida
         Fulgores de la esperanza

         Ella, que viene desde lejos, desde las profundidades de la luz, atesora riquezas y unos cuantos secretos que se van revelando cada vez que se encuentran.
         El hurga en sus misterios y descubre nostalgias, algunas cicatrices y un horizonte azul donde albergan los sueños.
         Ella se estremece al presentir sus pasos y su cuerpo aletea como si fuese pájaro.
         El se inclina para tomarla en   brazos y   repasa las formas confirmando su estampa.
         Ella y el.
         Peregrinos de la bienaventuranza,
         se estrechan n la copla
         y en la misma proclama

         Nosotros, que sabemos de este amor, testigos y cómplices de una relación que se dilata en los confines, lo celebramos y decimos, como auspicio y convite:



Bienvenido Juan
abraza a tu guitarra
has vuelto por La Pampa
… estás… como en tu casa.


jcp

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...