viernes, 12 de septiembre de 2014

El Negro Castillo

foto Eduardo Pérez

Un  cronista escribió unas  líneas que nadie leyó y Bustriazo le dedicó un neotango policial y mistongo. Tras la salida de la escuela los niños apresuran sus meriendas para correr hacia la esquina de la Roque Sáenz Peña. Es allí donde el Negro Castillo les dirá como en secreto sobre aquella vez  que peleó con un oso en un ignoto circo de la ciudad que todavía no era pero quería ser. Cuenta la historia una y otra vez estimulado por un festival de  ojos de asombro y cejas arqueadas. Una y otra vez y cada narración será  distinta y mejor y nadie parecerá  advertir las diferencias. Los osos son dos, tres,...  cientos. Feos, peludos y  con colmillos grandes como postes. Caen y se levantan como por arte de magia mientras la figura pesada y negra de Castillo se  agiganta aún más envuelta por un electrizado halo de niebla, admiración y misterio. Castillo gladiador, Castillo capitán de mil tormentas, Castillo protector de niños buenos. De esta madera, aseguran, se construyen las leyendas.

(del libro Viejos, tras un retazo del olvido)

domingo, 7 de septiembre de 2014

La muerte obscena



En la penumbra amarilla de una casa de inquilinatos la mujer  tapa las hendijas. Lo hace lenta y cuidadosamente, como si fuera dueña de todo el tiempo del mundo. Luego, raspa sus manos contra las mejillas y cuenta sus arrugas. Una a una, hasta llegar a la  final.
            En el país de los olvidos el rey es el silencio.
            La reina es una noche sin estrellas que bebe sombras en el altar de los sedientos. Danza. Con gesto pródigo regala un niño a un umbral desnudo y lo bendice con dos gotitas de cólera. Ejecuta una coreografía voluptuosa y final. Gira y gira hasta dominar al viento. Vuela. Vomita tormentas en las rondas de los ancianos.
Ellos están allí, dando vueltas y vueltas, como madres, en la plaza de los miércoles.
Rondas... vueltas y más vueltas.
Círculos, hasta llegar al séptimo.
Piden pan con ademán de niños. Piden pan mientras  un altavoz anuncia que los últimos quedarán.
     Lejos, en la desmesura del monte bajo que queda poco más allá de Carro Quemado el anciano busca un claro alfombrado de pasto punta. Inclina su cabeza contra la corteza rugosa de un caldén y se deja caer hasta quedar sentado. Cierra los ojos y aparecen las imágenes sepias de toda su vida, cuadro por cuadro, vuelta por vuelta. Cuando concluye con la ceremonia del recuerdo alza la vista y se detiene en el vuelo de las águilas que parten hacia la luz. Musita una oración de despedida... De nadie, porque en las últimas vueltas se ha quedado solo. La soledad, ya se sabe, es una compañera colmada de tristezas.

     Una fina y extraña llovizna comienza a caer y las gotas, escasas como lágrimas de viejo, forman lagunitas en el cuenco de sus manos que han quedado hacia arriba, como reclamando al cielo.
(del libro Viejos, tras un retazo del olvido)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...