foto Eduardo Pérez |
Un cronista escribió unas líneas que nadie leyó y Bustriazo le dedicó
un neotango policial y mistongo. Tras la salida de la escuela los niños
apresuran sus meriendas para correr hacia la esquina de la Roque Sáenz Peña. Es
allí donde el Negro Castillo les dirá como en secreto sobre aquella vez que peleó con un oso en un ignoto circo de la
ciudad que todavía no era pero quería ser. Cuenta la historia una y otra vez
estimulado por un festival de ojos de
asombro y cejas arqueadas. Una y otra vez y cada narración será distinta y mejor y nadie parecerá advertir las diferencias. Los osos son dos,
tres,... cientos. Feos, peludos y con colmillos grandes como postes. Caen y se
levantan como por arte de magia mientras la figura pesada y negra de Castillo
se agiganta aún más envuelta por un
electrizado halo de niebla, admiración y misterio. Castillo gladiador, Castillo
capitán de mil tormentas, Castillo protector de niños buenos. De esta madera,
aseguran, se construyen las leyendas.
(del libro Viejos, tras un retazo del olvido)