viernes, 27 de marzo de 2020

Cuarentena.Postal de marzo



Deslizó un comentario insípido en la mensajería  de una amiga, en parte por cortesía, mitad  aburrimiento.
Él le clavó  un like como en  una excursión de pesca en la laguna.
Asaltada por el gusano de la intriga,  ella escudriñó en  su perfil para  ver qué onda. Hurgó prolijamente  el historial de publicaciones y al fin  localizó una postilla plausible hospedando  un pulgar alzado.
Él  regresó a la netbook conectar igualdad, comprada de ocasión, sándwich en una mano y en la otra la última latita de la heladera. Constató la observación y olvidó el sándwich. Rebuscó en  la galería de los abrazos y eligió el más elocuente.
Ella repasó pensativa la  réplica recibida y se alisó el pelo con el rastrillo de sus dedos. Lo hizo una, dos,… tres veces, náufraga de la indecisión.
Él garrapateó una glosa poco consistente  con el bloque de mayúsculas.
Ella le señaló “no me grites” y luego debió explicarle su sentido al ver flamear el signo de interrogación emergiendo en el cuadro de texto.
Él formuló  una invitación  para la tarde siguiente.
Ella  respondió  con un incierto:
-Tal vez.
 Él terminó el sándwich y extravió  una mirada de desesperanza a la  Quilmes estrujada en un rincón de la mesa. Acostado, abstraído, se hundió en las desmesuras crepusculares de un horizonte incierto.
Ella limpió toda la casa, plegó la ropa y dispuso una caja para las prendas  de verano. La invadió la idea de encerar el piso pero titubeó asaltada por la duda de que esa pavada no justificara   el riesgo de ir al  mercado.
Él encendió la compu y se puso a escuchar a René Pérez desangrando  retazos de infancia. En las estribaciones de la banda sonora, lo asedió una desazón creciente. Estranguló el nivel de volumen hasta sofocarlo.
“Ya no queda casi nadie aquí,
 a veces  ya no quiero estar aquí.
Me siento solo aquí,
en medio de la fiesta,
quiero estar donde nadie me molesta..”
Ella depositó un frasco  de cera en la mesada, lavó sus manos con energía y en un stripease solitario fue arrojando cada  prenda  en el interior del canasto de la ropa sucia.
Él revisó sus correos y constató  su ausencia. Decidió que Residente  completara la  endecha.
Ella experimentó una receta nueva, confirmó  sus sabrosuras y cuando reparó en la hora advirtió que ya nadie estaba en los enlaces activos. En fin, mañana sería  otro día.
Él volvió a revisar sus sitios habituales y, al no verla, plegó los  hombros, desalentado.
El lunes, abrumada por los ominosos guarismos  del Piamonte,  ella retornó a la pantalla  para concederse una audacia reparadora:
-¿Estás ahí?
-Sí, desde el jueves  último.
Ella le concedió el emoticón de la cara sonriente.
Más tarde se internaron en otras honduras, porque la soledad es cruel y promueve sus antídotos.
-¿Tenés camarita? deslizó él  implorando que el  peso de las palabras, escritas, no sobrecargaran la intensidad subyacente.
-Claro, escribió  en Courier bold que se le antojó sonrojada.
¿Probamos? invitó  él.
-Mañana, titubeó  ella estableciendo  un paréntesis ante  la irrupción de la  efemérides en el  calendario de la barra de herramientas.
-Sabés qué pasa, mejor lo postergamos: resulta que debo  coser  unos  pañuelos para colgarlos en la puerta. ¿Estarás  al tanto?, desafió.
-¡Por supuesto! , replicó  mesando  sus cabellos en tanto  especulaba  dónde habría dejado el que le regalaron en la marcha de diciembre.
Fue un martes luminoso, pletórico de presencias y pluralidades.
Ella habilitó la webcam, exultante por las reverberaciones de una manifestación plebeya. Una colectividad inmensa  sustentando que la memoria es más que un lema.
Él se asoció al júbilo y arriesgó “estás más linda que  en la foto de perfil”
-¿Te parece?
El respondió  con una lisonja atrevida, y otra.
_Un amplio rubor progresó por sus mejillas. Entendió que era momento de desviar el rumbo de la  conversación.
-A mí me gusta Serrat y Borges , ¿a vos?
-Calle 13 y Cortázar, mintió,  mientras desplegaba presuroso la solapa del Google para buscar Cortázar.
La semana se desgranó  por  estas vertientes.
Y la ineluctable  recurrencia a la trama de la jornada, el mes, el año. De la época.
Al borde del  segundo ciclo  ella repasó  la imagen que le devolvía  el monitor antes de habilitar el enlace. Con sumo cuidado dejó que un bretel de la blusa se deslizara  natural sobre el hombro.
-Descansaste bien, inquirió con una chispa de suspicacia  mientras su imaginación se internaba en los  itinerarios del bretel.
-De a ratos, las noticias me dan pesadillas.
-Acaso debiéramos verlas juntos, aventuró- No sé,  digo,… de a dos se enfrenta todo mejor.
-¿Juntos?
-Sí, vamos, en tu casa o en la mía.
-Hmmm.
-Dale
-Podría ser, vaciló ella.
-Animate, hacele caso a Serrat.
                     “Sin ti mi cama es ancha…”
-Bueno, el  viernes, cuando termine este encierro, te contesto.
-Decime ahora.
Ahora no. Te escribo.
-No te vas a arrepentir, alardeó él.
Como toda respuesta ella  inclinó  su espalda  provocando un nuevo deslizamiento.
-Me pongo a contar las horas, balbuceó, tragando saliva.
Ella arqueó los labios en un adiós silencioso dejando que la banqueta girara como su imaginación.
Él otorgó licencia  a sus instintos.
La semana se empobreció en rutinas. Ella se ofrendó  a los dioses del orden y desplegó sus destrezas entre el ropero y una nueva retocada  a los cerámicos.
Auspicios del otoño.
La noche de la víspera un embrión de vacilación magulló su osadía. Acarició el escritorio con la punta del ratón y se puso a juguetear con la opción eliminar contactos.
En tanto él abanicó la habitación con la mirada para establecer cómo doblegar el  desorden acumulado desde el comienzo de la veda.
En algún lado, alguien, pronosticaba la absolución del miedo
Y llegó el día.
 Subyugada por una pulsión indescifrable ella inició  la tarea de a instalarle  palabras  a  su decisión. Concisa y llana. Una línea, dos, tres… hasta que su dedo índice, tras una leve vacilación, se aplastó en el “enter”.
La pantalla de la sala seguía vomitando impiedades.
El no alcanzó a leer la contestación, ensimismado en la lapidaria   lectura de su termómetro.







viernes, 13 de marzo de 2020

La era en cuarentena


IMÁGENES PAGANAS
La historia   está insinuando  su vuelco más pronunciado y es probable que tardemos en advertirlo. Ni las diez plagas de Egipto, las pestes del medioevo, los estragos del ébola, la viruela…, fueron tan veloces, tan voraces, tan amenazantes por sus proyecciones más que por las consecuencias inmediatas.
Este giro cambia el eje e inaugura un ciclo incierto que acaso los cubanos, tal vez los chinos, puedan sojuzgar. Y esto convierte a la pandemia en una doble metáfora.
Estados Unidos pasó de hacer la plancha a limitar sus vuelos aéreos. Los más suspicaces, a menudo adherentes de las teorías conspirativas, deslizan que Tump resultará víctima de sus  propias políticas. El efecto boomerang, que le dicen. China e Irán no lo  deslizan, lo sostienen  sin barbijos:  EEUU  introdujo el virus en Wuhan sin pensar que hasta el Boeing más arcaico puede devolverlo a su origen en menos de doce horas.
¡Ni siquiera está Rosenfeld para vendernos Tamiflú!
El coronavirus predice una cuarentena a los dueños del capitalismo, -léase buitres del capital financiero-  y pronostica una pandemia de quebrantos y debacles en el sistema productivo internacional para el  cual, a estas horas, no hay antídoto.
Los gestos defensivos, sanitarios y políticos, se  inclinan por las articulaciones más severas. Toques de queda, tabicamientos sectoriales, disgregación social, paralización de actividades comunitarias…
¿Será el fin de los neutrales, de la jactancia  de la  duda?
En teoría, la puesta en  práctica de estos dispositivos, beneficiará en el largo plazo a las gestualidades mas autoritarias, los regímenes más duros, las posiciones más insolidarias y sectarias. En fin, el sustento de la praxis capitalista.
Pero las tareas  tutelares del corto plazo la debilitarán. Un escenario que podría presentarse como  propicio para cualquier pensamiento libertario, si no fuera por la circunstancia de que el contexto asimismo se lleva puesto sus exteriorizaciones.
Veamos en nuestra casa: si el coronavirus  conspira contra las concentraciones en la plaza Italia y sofoca el tañer de  rotas cadenas en las grandes alamedas, el régimen de Piñera sobrellevará su momento histórico más aciago.
Lo mismo en Colombia, alzada  en el heroico ejemplo de Eleicer Gaitán. O en las callejuelas del Alto, esos reservorios de lucha y dignidad que desvelan los sueños imperiales de Añez.
¿Y en Argentina este solar de lágrimas?  Gracias al Dios  de la  ubicuidad  que esta coyuntura nos encuentra sin el regenedor   del sarampión,  exterminador de la investigación científica, el apóstol de la distopía en su trono de reposera. Como decían nuestros maestros: si siembras semillas de naranjos no tendrás la mínina certidumbre del porvenir de esta acción. De una cosa podrás estar seguro: de allí no germinarán zapallos.
Por si no bastare, anida  otra certeza. Las crisis obedecen a la lógica de las crecidas: los afectados resultan siempre los que viven más abajo.
Mujeres y hombres de este país, ya han iniciado sus ejercitaciones más sublimes tras el objetivo de  que la memoria nos conduzca a una comarca  de esperanza y vida.  Descubren, al borde de la efemérides, que en los desvelos al enfrentar al virus no solo un escollo sino también un contrincante.
El coronavirus instala el  desafío  de inaugurar nuevos escenarios, modificar viejos  métodos de aprendizaje y análisis, intentar mecanismos originales para cimentar la cofradía, fraguar la nueva lucha.
La calle, que hasta hace unas horas era el centro de todas nuestras expectaciones debe ser, más temprano que tarde, heredada por la imaginación.
El nuevo azote  se prefigura con  una corona y el porvenir solventará si quien la luce será   un rey o los plebeyos.




ELOGIO DE LA LUCHA

  Unas palabras iniciales para el libro de Federico Martocci y Pablo Volking, "La HuelgaAgraria de 1919", primera ediciójn de La T...