domingo, 30 de septiembre de 2012

La Capital


Cuando la pesada puerta de hierro con vidrio repartido se abre, la primera percepción es olor a emulsiones  y humo de tabaco negro. Quizás Brasil o Fontanares. Seguramente los Particulares de albañil que el Toro Jaime consume para mitigar el hastío.
Jaime, el guerrero de inclaudicables  luchas sindicales, que ahora se encorva sobre el burro buscando una palabra imposible; con parsimonia, apresura  una  Bols que sellará  el final de un nuevo porrón y acaso de su vida.
La redacción del diario La Capital es luminosa, entonada de gris hasta el hartazgo. Cualquier aprendiz de arqueólogo podrá contabilizar  pinceladas  e inferir antigüedades a poco que indague en las cáscaras que florecen en la pared del frente.
Es La Capital de la calle Pellegrini, el diario centenario, el diario en el exilio que se resiste a abandonar   las glorias de su fundación en general Acha y probablemente perciba, en estos finales de los sesenta ¿o setenta?, el  ocaso de una leyenda del periodismo escrito.
La sala consta de tres enormes escritorios y  está coronada por un amplio hogar donde crepitan los leños que cada mañana se encienden vertiendo sobre ellos una generosa espátula de tinta de imprimir.
Por intervalos  se abre la puerta de madera placa  que divide la redacción de los talleres y emerge la figura de Justo Godoy, Domínguez, el flaco Laurnagaray o tal vez el Chito Vargas con un reclamo imperioso de más textos para engordar las galeras  porque los imperativos de las linotipos se tornan cada vez más exigentes.
Alguien traspondrá la puerta para satisfacer la demanda, seguramente Poroto Arballo mascullando una frase indescifrable, que  volverá prontamente al seguro refugio de la redacción donde apenas se filtran las estridencias de los teclados, el rechinar de las tolvas que transportan el plomo o el rugido de la plana que tanto atormenta a los vecinos en las madrugadas de verano.
El taller es espacioso. Piso de cemento, tapizado de colillas que sin mucho esmero  alguien barre construyendo una pirámide de tabaco. La parva sucumbirá en la estufa hogar más pequeña donde se ennegrece una pava para el mate amargo o tal vez se  dore una chuleta.
Es un festival de ruidos y de deslumbres este taller cruzado por imprecaciones y premuras, al que solo llegará la paz por las mañanas, cuando la pesada puerta encristalada se cierre.  
Atrás, franqueando el delgado pasillo, Eduardo Pérez probará un gran angular y el  Pato Muñoz intentará  una nueva retícula  para obtener clisés más definidos.  Conformes,  pondrán en marcha la turneta  para hipnotizarse  en sus giros.
A,O.Olaechea
Giros, círculos, universos insondables, Trazo a trazo  el lápiz de Ferma se abisma  en  esos laberintos de la luz  buscando un dato,un  in indicio mínimo, un gesto que lo conduzca hasta la figura del indispensable Alejando Omar Olaechea. Desaparecido.
Afuera, en la calle, la ciudad se empeña en abandonar su adolescencia. Entre tanto, siempre habrá un lector que se ensimisme todas las mañanas en una columna de la primera plana del decano. Una rutina en Bodoni  escrita por  alguien que ya está de vuelta.  Un hipertexto  que desgrana con arte algún  acontecido mientras se interna en  la búsqueda de un nuevo amanecer.

JCP
(fotos Eduardo Pérez(

jueves, 27 de septiembre de 2012

Juan Carlos Bustriazo Ortíz

EL QUE REGRESA




Por algún prodigio antojadizo, cuyo hermetismo nos supera, Juan Carlos Bustriazo Ortiz emerge diáfano y diferente de cada uno de los hombres que ha sido.

Por Puelches, lo vieron. Por el arroyo Los Berros, por Guatraché, acarreando ¡ay! su linterna de ¿cuatro... cinco? elementos, en sus transiciones de linyera nictálope, de flamenco a milodón, de búho insomne a trovador

¡Si hasta dicen que fue piedra!

“He visto un pájaro de anochecido vuelo” (*)

Ponderaciones del peregrino, inventarios azarosos.

Siempre está viniendo, lo que quiere decir que alguna vez se fue.

Partió, el hombre que supo descubrir la belleza de un rostro Polifemo, que olvidó un cisne en la casa de Rayén  Leoncilla y confirmó en un tango a compinches y tocayos. Volvió, el que germinó una rosa entre la niebla y echó a dormir su siesta por la arena.

Cada vez que alzó vuelo, dejó un poema. Un presente mínimo; acaso una chaquira en el collar del tiempo, un papiro amarillo o una piedrita azul... En fin, una manera de decir “no me olviden”

“El viento está del sur, dijo una ninfA” (**)

Nos dejó, cada vez, ensimismados en nuestros misereres y desde entonces fue una fiesta la hora del retorno.

Durante sus ausencias aplicamos la terapéutica que promueve la parábola de Bradbury.

Guy Montag somete al fuego los libros que perturban, que cuestionan, que interrumpen los sosiegos del hombre sometido.

Guy Montag, el quemador. Por estas dilataciones de la soledad lo conocemos bajo otras apariencias, pero con similares corolarios. De manera que cada uno fue Juan Carlos a la hora de procesar redenciones, socorrer atrevimientos e imaginerías.

Catequesis del caldenar: contra el fuego, fuego.

En ese aprendizaje nos transformamos en elegías y poemas puelches. Voces de contramuerte, en noches de Temple y vino negro. Coplas del crepúsculo vagando por el monte o callecitas floridas. Confirmaciones de que la vida es vida si vence la memoria y sus deberes.

Ahora, Juan Carlos Bustriazo Ortiz re-luce al cabo de una nueva travesía, con sus incógnitas y sus silencios. Quizás tan solo musite ¡Brujalabra!, en la cúspide de un exorcismo lírico.

Será bastante.

Afuera, cantan albricias las calandrias y el gozo se amplifica en clave de cuatro.

¡Cuatro!, buen número para reanudar el compromiso.

Porque para eso están hechos sus poemas.

Para que se nos encarnen.



Juan Carlos Pumilla

Marzo 2006

        (* Ricardo Vaquer,”¿Duermen todos los pájaros de noche?”,1979

        (**) JCBO, Inalén Cuyén, 1988Foto Fabián Muñoz (fotograma del video "El Encuentro"-ver en Youtube)







viernes, 14 de septiembre de 2012

Ese hombre

Ese hombre

Lo veo andar incierto, con paso vacilante, trastornado. En ocasiones, por esos peregrinos efectos del crepúsculo , su sombra se desgaja y florea una espectral coreografía a sus espaldas.

Alguna vez este hombre fue fuerte, vigoroso. Bebió los vientos de las tempestades y con sólo extender sus brazos, en un simple ademán jamás pensado, tomó a la ternura en la cintura y la invitó a recorrer con él sus mil oficios.

Así fue estibador, cobrador de cuentas incobrables, changarín, aprendiz de panadero, peón de albañil, cortador de ladrillos, desempleado.

Yo conozco a este hombre desde años. El me enseñó que el macho del caldén es el más duro, que el pan leuda mejor en los regazos, que la cola de la iguana es comestible, que para ver hay que mirar de nuevo. Y dijo más:  que no hay que gastar los pantalones en las rodillas y que la vida no es vida sin un amor que la acompañe y un hijo que le alegre las mañanas.

Este hombre que digo, este señor que pasa cabizbajo, convivió con el hambre y las tristezas y alguna vez, de puro mozo, coqueteó con la muerte a cuchilladas.

Lo dejé de ver una estación de otoño por cosas que no vienen al caso. Por eso me conmuevo ahora que contrasto su andar extraviado con memorias de tiempos que fueron más gratos.

Dicen en el barrio que por falta de trabajo salió una noche negra  a asaltar un mercado. Su hijo, que lo vio muy extraño, partió tras su figura a desentrañar el misterio y se topó con una bala a mitad del camino.

Pasa, el viejo pasa ensimismado y me subo a su sombra... a acompañarlo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Postal de marzo




La vi danzar y me extasié


con su vestido Margarita color sol,

pensé en un tango y deseché

un elogio buscando otra ocasión



Lo vi, juglar, y percibí

ausencias de abrazos y de hermanos,

luego cantó un vals y reprimí

la imagen de un país a contramano



El ya ocupaba desde antes un lugar

intenso, en la callecita de las flores.

Vino tenaz, la copla y ese andar

urgente, en el que leudan los albores



Ella se ganó mi corazón a fuerza

de acertarle a un tipo en plena frente,

un lanzamiento logrado en la certeza

de una mano guiada por la gente



Radiantes, los tuve frente a mí

la noche de Raquel y sus vestidos,

en ese momento decidí

que eran dos ángeles etéreos, del estío.



Inicio otro renglón que se interrumpe

al verlos pasar tan decididos

por la avenida que tendrá otro nombre

cuando ya nunca más penas ni olvido



Luego se irán, nocturnos, desplegando

un arco iris con forma de bandera,

la Negra y Juani, dos pájaros cantando.

Qué ganas de seguirlos donde sea.

JCP


Agosto 2008









La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...