jueves, 20 de diciembre de 2012

Un brindis con el Penca

foto Nahuel Pumilla

Llevaba el envoltorio como si fuese un bebé. Cuando lo desplegó, el rostro compañero del gringo De Pian se amplió desde atrás  en una sonrisa cómplice.  Coco Severino demoró una eternidad hasta comprobar el efecto de su acción. Solo cuando quedó satisfecho depositó el recipiente sobre la mesa.
         Parecían niños y probablemente lo fueran. Ambos habían decidido esa  ofrenda para honrar una  amistad forjada en tiempos fragorosos y lejanos. No fue azarosa la elección de ese viernes apacible para  la ceremonia. Los viernes eran los días en que una sexta en Re  se internaba en la madrugada entre fraternidades y romances a la última luna.
Coco ejecutó un gesto galano y entonó un chán chán como si  hubiese dicho voilá. Se  trataba de una botella de caña de duraznos que había descubierto hurgando en los sótanos de la vieja casona de avenida San Martín.  Un legado del pionerismo sobreviviendo en la modernidad.
¡Vaya a saber cuántos años tenía!
La etiqueta, rasgada en su borde superior, dejaba  para el misterio la marca acentuando su embrujo. Los dos duraznos del dibujo habían marchitado y la inscripción inferior nos remitía a una destilería de la calle Lavallén  denunciando una graduación de infiernos. Un trago fuerte para paladares sin indulgencia.
Todo un regalo. Con cubierta de plomo y todo.
Hubo una breve discusión sobre añejados y otra acerca el momento apropiado para paladear la bebida. Los brindis sólo adquieren sentido bajo el ministerio de la convicción. Juan Carlos Bustriazo Ortíz, que en su condición de alquimista se había convertido en copropietario natural de la redoma, esgrimió  sus credenciales en la materia para avalar la propuesta que establecía la apertura en el 2000.
Fue, seguramente, una manera de mojarle la oreja  al futuro, tal vez una forma sosegada de desafiar a la muerte.. Una botella al mar. El dos mil era un lugar remoto e inasible en esas agitadas jornadas de 1988 en que las crónicas presentaban a nuevos actores sociales   y los vecindarios redescubrían las formas artesanales de hacer el pan.
El licor quedó sobre un estante y en estos largos años soportó desplantes, acosos adolescentes, indiferencias  y mudanzas.
         Eran lindos los viernes.
     Coco deslumbraba con sus cuchillos y el gringo deleitaba con un relato, cada vez distinto y mejor, de los tiempos de la guerra. El flamenco Bustriz, el Linyera Poeta, el Milodón, el Penca...;en fin, Juan Carlos, musitaba trovas y en cada una inauguraba vidas. Nuevas vidas, que es como decir varias muertes.
         La última sobrevino en forma de silencio pero él, murmuran las matronas por las  tardes,  exorciza sus demonios silabeando “brujalabra”, “brujalabra”con voz queda y temblorosa.

“...hubo una vez una mañana loca.
un carromato. un león. hubo una rosa.
hubo un jazmín en celo. no tremola
en el velorio su esternón: oh loba...”

         Muchas cosas pasaron estos años. Idas y vueltas. Mas idas que vueltas. Juan Carlos contó las cuentas del rosario y olvidó cisnes en casa de Rayén leoncilla. Más tarde  marchó para jugar a las escondidas con las musas.
Interrumpió su charla con los dioses, que es la forma en que algunos definen a este oficio de la juglaría.
         Ya nada es lo mismo porque la palingenesia no sabe de poesía. En un sendero de la callecita Florida quedaron aquellos viernes. Ya nada es igual pero nadie se queja porque, es cosa sabida, el pasado es como  la memoria: no  sirve para retroceder sino para avanzar.
Coco sigue buscando maravillas y cada tanto el gringo asoma su figura para mentir un asado que nunca se produce.
         La caña de duraznos quedó allí, atrincherada entre papeles, porque una promesa es una promesa y de estas pequeñas esperanzas se alimenta el sol de nuestra existencia.
         Cuando el dos mil tocó a la puerta (”puro fuego y colorinches” Raquel quitó  el polvo a la botella y se armó la partida para cumplir con lo pactado.
         La casa le besa las pestañas a la laguna y él es el nuevo “señor de las orillas”. Dicen que es feliz y acaso lo sea.
         El Penca contempló el envase, verificó su autenticidad y guardó silencio. Fue una pausa nostalgiosa y profunda.

“...cuando me quite el fantasmal chambergo.
Y en esa esquina un guitarrero fino
se conmueva en la sexta hasta el Eterno,
¡y el muerto vaya a acicalar su estribo!...”

Con mano experta quitó la envoltura y  olió su aroma como si estuviera ante  una flor. “Está buena”, deslizó austeramente, en lo que se pudo interpretar como sorpresa o veredicto.
         Luego, la despedida.
foto Nahuel Pumilla


         Nada más. Dos palabras para el final de un brindis Tal vez algún día, cuando hayamos bebido hasta la última gota de la dorada sangre de otra década, podamos repetirlas.
         Solo hace falta una ilusión. Y una promesa.
        
           Juan Carlos Pumilla
                 Febrero, año 2000

sábado, 15 de diciembre de 2012

Canción deGuadalupe



Te vuelves horizonte y oculto mis silencios
porque es mejor gritar que lamentarse.
Atesoro esa lección que me enseñaste
en este puerto del sur que está naciendo.

Contemplo el mar y lo que veo es cielo
un resplandor de ilusión en la retina
celestes estandartes alzan vuelo
enarbolando un adiós a la partida.

Te vas, pasión, y acaso no regreses

llevas contigo mi corazón y mis memorias

quedan  aquí los fuegos que han nacido.
Ellos son los motores de la Historia.

Imagino un amanecer plebeyo
no importa cuántos calendarios.
La rebelión flameando por las calles
esparciendo  fulgores de aquel mayo

Advertirás amor, Moreno de mi alma
Cuánta congoja delatan estas cartas
la soledad se abre paso entre los labios
cuando sello las cuartillas  con mi savia.

Si no vuelves sabrás que te he querido
yo buscaré la forma de encontrarte.
Desandaré los pliegues de la patria
hasta  abrazar la luz que nos dejaste.




                                                 julio 2000

jueves, 6 de diciembre de 2012

Cabezas - memoria


Una constelación de globos negros inunda las plazas. Bocas crispadas se abren para lanzar un reclamo que reverbera en la inmensidad junto con las salpicaduras del cielo en que se han convertido esos mensajes náufragos. 
Botellas al espacio.
Los ojos siguen la caprichosa trayectoria hasta el infinito a medida que una punzada de inquietud, una chispa de dolor se instala en el centro de la ilusión. Es la sospecha de que tampoco allí habrá nadie para recibirlas.
El ciudadano toma su lugar en la marcha y contempla por enésima vez la fotografía solarizada que impone la necesidad de no olvidar.
Es una leyenda perentoria, imperativa, que desnuda impotencia y angustia. Pero al mismo tiempo cómo somos. Cómo estamos.
Cuando el ciudadano era niño la memoria y el dolor se presentaban en la forma de una franja negra alrededor del brazo. Al llegar a su juventud no olvidar cobró figura de pañuelo blanco. Negro y blanco, la estética de un final de siglo dominado por los contrastes.
Entre una y otra expresión colectiva hay un clamor, un gesto que se extiende y crece. Como la bronca.
_ Señora de los ojos ciegos... ¿estás ahí?
Pero la justicia se está ajustando los breteles pues debe salir en la televisión. En realidad –reflexiona el hombre de la marcha- la demanda colisiona contra su propia formulación. Es que la justicia existe o no existe. Esta es la cuestión.
Estamos frente a un dilema que amenaza con vencer al tiempo. 
El empirismo de la calle enseña que cuando la propia justicia se convierte en otra desaparecida la impunidad sienta sus reales. 
La impunidad. Y su lacayo, el silencio. 
Esta es una historia más vieja que la injusticia. En aquellos primeros tiempos del ciudadano, antes de las rondas, las paredes se entristecían con pequeñas retratos del rostro anguloso de Felipe Vallese. Sus ojos parecían reflejar algo que las reproducciones imperfectas de los mimeógrafos no alcanzaban a precisar.
Tristeza, era tristeza, piensa ahora el hombre que sigue las evoluciones de un globo negro hasta que desaparece tras una nube del mismo color.
El padre del ciudadano solía contarle que antes, cuando era joven, en tiempos de otras marchas y de pies hundidos en las fuentes, los carteles reclamaban otros nombres.
Otras caras para este itinerario de la impiedad y el desamparo.
¿Quién mató a Cabezas?
¿Dónde está Vallese?
¿Quién mató a Rosendo?.
Y treinta mil preguntas más. 
Pero mucho más atrás. Antes de las rondas, de las plazas, de las marchas, de las fuentes. De danzas refalosas o de toldos quemados. Antes, lo que se dice antes, el cielo se teñía con otro interrogante:
¿Dónde estás, señor de la epopeya, primer desaparecido?. ¿Dónde tus huesos, lejos de tu tierra, lejos de tu mayo?.
Dos siglos de preguntas y los mismos dueños de las respuestas.
El tiempo es suficiente para establecer una lógica: a los que piden pan no les dan, a los que piden queso les dan un hueso. A los que insisten les cortan el pescuezo.
Acaso habrá que barajar y dar de nuevo, quebrar de una vez al as de bastos. Dejar de volver y comenzar a revolver. Esto es, volver a los orígenes. Completar lo que quedó pendiente. Esa es la deuda. No está nada mal acariciar la idea en estos días de mayo y de recuerdos.
Repensar el otoño y aprender su lección: las hojas que caen retornarán en brotes nuevos. Es sólo cuestión de tiempo. 


La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...