Esta Noche
de otoño. La oscuridad insolente ante la claudicación de la luna. Son malas
noches, suelen decir los cazadores, estas noches de otoño sin luna. Es noche
del reinado de las bestias.
Ya no
quedan restos de los murmullos que habían resistido los tentáculos de las
penumbras. Es el imperio del silencio que se extiende paralelo avanzando
inexorable en la concreción de un nuevo contrato cotidiano con la negrura.
El águila
le ha dado la espalda al sol.
La suave
brisa disimula su presencia entre los árboles, en el frío diseño de los
edificios altos y en los vulnerables y múltiples resquicios que ofrecen las
puertas de lata y cartón de la miseria.
Esa brisa
se desprenderá luego de su timidez y será viento.
Pero falta
mucho aún para agosto.
Es buena
noche para las bestias. La fealdad se disimula y los pasos felinos pueden
recorrer impunemente cada vestigio de esta geografía de miedos y temores, de
felicidades pasajeras, de amores truncos, de atormentadas esperanzas. De
conciencias adormiladas.
En algún
momento, una débil luz intentará penetrar en estos dos niños inescrutables
buscando perfilar el amanecer. Será un brillo tenue y vacilante pues luego del
otoño viene el invierno. Y el frío y el viento. No en otoño, entonces, será en
la primavera.
Quizás no
sea demasiado tarde. El tiempo también responde a los intereses y controles de
la mente.
No, quizás
no sea demasiado tarde.