viernes, 13 de septiembre de 2019

Balada por la muerte de Lorca


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El crepúsculo es el más luminoso que recuerda y alumbra  relámpagos de plata sobre el lomo de los pájaros. Se abaten los ojos al fulgor de su pechera mientras  una lágrima se  dispara
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Bajo de aquel olivo que crece entre los lirios yace  una rama mustia, trunca  madera. Acaso suene un río y ese rumor del agua fluye como  un poema.
Una línea que diga,  propiciando un vaticinio: quiero dormir el sueño de las manzanas…”
El trueno de la  noche mancilla  una paloma incierta. Un pétalo de rapa  abriga su herida.
No hay testigos, Goya ya ha marchado  astillando  las tinieblas de  Príncipe Pío.
Desde el Sur de la sombra, aligera y desangra, esta  elegía.
¿Alguien sabe dónde?
Hay un barranco y una  pala, sudor en la frente del que cava y  esa  matriz  de sal  andando cauce abajo en la mejilla del que aguarda.
La pala lacera la ladera  hasta la piedra  y la piedra  magulla su  filo. De la misma manera que lo hace un verso, aquel  texto de otoño, ese pregón de alerta por los que avanzan sembrando hogueras.
“”Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos
El que busca sabe del montecillo, del río y la pradera. Y de la desgajada sombra granadina , sus latidos.
Interpela, tenaz, entre  cien  silencios, cien   olvidos.
No reclama  aquiescencias   tampoco  concede treguas. No se detiene, ni se rinde.
Se extiende, sin premuras ni sosiegos.
Procede como la memoria…
…o esa mantilla verde de Viznar  que se dilata, al amparo  del árbol, donde crecen  los lirios 
(set.2019)



domingo, 8 de septiembre de 2019

'Lonja!

Si por algún efecto de la prestidigitación alguien, una cosa, un fenómeno, lograra que la consideración del hambre –o el dólar—quedara en segundo plano, emergerá  en el foco de la atención argentina la estela creciente de la violencia promovida en forma institucional y encarnada como un elemento más de nuestra cotidianeidad.
No hay que ser muy vivos para percibirla . Allí está Carrió advirtiendo que será la nueva mártir que reedite a Allende en su último minuto en la Casa de la Moneda. O Macri, impostando la voz para vociferar un ¡carajo! poco convincente en términos actorales pero muy efectivo en el examen de sus connotaciones.
Si el dólar se evadiera del firmamento nacional, brotará fuerte, potente, eficazmente letal, un protocolo ya sedimentado en la escena histórica: desde Joaquín Penina a Vallese, partiendo de Santiago Maldonado a Rafael Nahuel , desde los bombardeos en plaza de Mayo a Kosteki y Santillán.
Ya sabemos lo que suturó este historial del luto.
El protocolo debutó, oficialmente, con el ejercicio de tiro por la espalda de Bonadío y prosiguió, casi sin transición, con Chocobar.
Pero hay otras ejercitaciones de la muerte que la crónica adultera  hasta  tornarlas  espasmos sin relación. El asesinato de un anciano por un pote de mermelada o esa patada en el pecho a un borrachito aturdido que avanza hacia su verdugo con las manos  atrás, como un número nueve en falta.
El espectro de esa  pulsión  sobrevuela nuestros días. Y peor: nuestras horas.
En los setenta asistimos con fruición a la proyección del film “I Como Ícaro” en lo que fuera el cine Monumental. Allí, el formidable Ives Montand replica un pasaje de lo que fue en los sesenta el experimento Milgram: un ejercicio de violencia ficcional que se presenta como real a sus observadores. Dependerá del grado de verosimilitud de la práctica  para que el que asistiere  al martirio de un sujeto indefenso reaccione provocando la paralización de  la práctica. Los hubo quienes no pasaron del grado dos y también los que insistieron en proseguirla. En la película de Verneuil,  Montad, aturdido por lo que creía una tortura real, se rebeló en  el grado cinco.
A vastas capas de la sociedad les pasó inadvertida la reedición del experimento de Stanley  Milgram pero, sin el componente de ficción.
Sucedió a la luz del día, ante un  público pletórico de violencia, asumiéndose Césares en el circo romano de la Asociación Rural  Argentina.
Gallardos, viriles, empeñados jinetes  criollos henchidos de fervor  nacional arremetieron blandiendo sus rebenques contra un grupo de pibas veganas que alzaban sus pancartas proclamando su filiación.
Constituyó un ejercicio de tortura colectiva y al aire libre.
Pero no fue, eso, lo peor. Lo execrable lo instituyó la circunstancia de que la platea, encendida de pasión redentora, alentara a los hidalgos representantes de la Rural al grito de ¿Lonja!¡¡ Lonja!
Imaginamos a Patricia, en ropa de fajina,  siguiendo las exteriorizaciones desde su plasma, restregando sus  manos de puro gozo.
Sirvan estas desordenadas líneas como pretexto para promover expectaciones con más enjundia  y  rigor. Tentativas propensas a   elevar la puntería en el análisis de esta  espiral de violencia que se internaliza, como  predominio de esa   terrible fuerza, al decir de Gelman, infatigable    y mortal: la de la costumbre.


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jcp
setiembre8 de 2019

Acerca del hambre

En el Museo de la Historia habrá un contenedor. En su interior un zapato sin suela, una silla de tres patas, el mango de un hacha, acaso un ...