miércoles, 29 de agosto de 2012

Cuba, la vida misma





Con puntualidad que lleva siglos a la hora 21.00 suena el cañón en La Cabaña. Desmintiendo su nombre el lugar es una antigua fortaleza que integra el sistema protectivo español ante las incursiones de la piratería inglesa. La andanada tranquilizaba a la población de La Habana y avisaba a los navegantes demorados que regresaran a puerto. Todos los días, a la hora indicada, un pregonero ingresa al patio de armas y anuncia las novedades. Poco después, una formación de soldados realiza los aprestos para el cañonazo y todos saben, hasta los turistas, que tras esta rutina se esconde alguna lección, alguna enseñanza que habrá que desentrañar.



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Lleva diez minutos de conocer a los viajeros y ya ha formulado tres bienaventuranzas y dibujado seis amplias sonrisas en su rostro moreno. Angelita es la esposa del secretario político de la embajada de Cuba y en las escaleras del sobrio edificio pronuncia una cálida despedida. Sus últimas palabras son para indicar su número telefónico particular, por cualquier cosa, dice. Esto sucede en Buenos Aires, Argentina, el país en donde hasta en los más inocentes programas televisivos de sorteos se omite indicar el teléfono de los agraciados por temor a las consecuencias.



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Chacha es argentina y hace ocho años que vive en La Habana. Al volante de su trajinado Lada observa lo que entiende es un peligro para el tránsito y no vacila en detenerse para reprender al autor de la incorrección. El hombre la escucha mientras Chacha ofrece, encendida, una cátedra de seguridad vial. El hombre asiente y se disculpa. El hombre viste uniforme de policía.



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La mujer hace botella, que es la manera nacional y na-tural de hacer dedo. Nadie rehúsa un pedido, lo que quizás tenga que ver con la solidaridad y la falta de prevenciones, entre otras cosas. Al cabo de veinte minutos la mujer se apea y dice: pueda ser que no lo necesiten en esta visita a la isla pero, si les ocurre algo, llamen a mi casa, soy médico. Y tras dictar su teléfono se aleja tan silenciosa como subió.



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El hombre es grande y fiero. Viste uniforme militar y una gorra de visera que descubre una delgada cicatriz. Sus ojos negros e incisivos leen lentamente el poema que se le ha entregado y al término de la lectura se ve precisado a decir: yo... yo soy un romántico.



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Boris es un hombrón ruso-canadiense que todos los veranos, como Hernando de Soto, busca la fuente de la juventud en la isla. De día esquilma a los presuntuosos turistas de los yates que amarran en la marina Hemingway y de noche se sumerge en el ron, la droga y las jineteras, las prostiutas bilingües que se cobijan en los lugares donde fluye el dólar. Esa noche Boris se propasó con su cuota de ron, drogas y mujeres y durante una semana pugnó entre la vida y la muerte, Ahora, desvalijado, humillado y sucio, se repone en la Casa de Protocolo número seis del Centro de Investiga-ciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ). Cada tanto intenta pellizcar el trasero a alguna de las enfermeras mientras mira las palmeras de un país al que ya no podrá volver nunca más.



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Chacha denosta con ardor la actividad de las jineteras, condena las evidencias del mercado negro,. Sostiene que hay que ser más duros, más severos, con las secuelas indeseables del ingreso del dólar al mercado nacional. Chacha se apasiona, critica y se autocrítica. El militar que la escucha con atención esboza una sonrisa y le dice: oye compañera, ya estás aplatanda.



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En el free shop del aeropuerto internacional de Ezeiza los dos hombres de negocios saludan el proyecto intervencionista de Jesse Helms y se ilusionan con una maniobra de tipo financiero que ayudaría a desestabilizar el gobierno de Castro. Acá, dicen en voz alta buscando complicidades, hay que proceder como en Irak. Este es el internacionalismo que queda bien.



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El sinsonte no puede vivir en cautiverio. Cuando lo en-cierran, su familia le lleva semillas de plantas venenosas que él ingiere. Porque el sinsonte, como los cubanos, sólo quieren vivir de una sola manera.



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Pedro y Marta acaban de regresar de Santo Domingo, el país donde más del noventa por ciento de su población es pobre. Los dominicanos, comentan, no pueden salir al exterior porque los pasaportes los extiende el gobierno a valores siderales. Para los amigos de Mascanosa los dominicanos son libres.



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Héctor regala a los visitantes las obras completas de Martí y comenta que su lectura lo acompañó en las frías noches angoleñas donde estuvo varias veces en posición de combate. Al día siguiente ofrece detalles del Complejo Tarará, el lugar donde más de seis mil niños de Chernobyl acudieron y acuden curarse. Ese es el internacionalismo que queda mal.



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Guillermo es un gigantón dominicano enorme y jovial que amenaza visitar a la Argentina para comer achuras. Es miembro de la Organización para la Liberación de los Pueblos de Asia, Africa y América Latina. Guillermo ha estado preso en Santo Domingo y cuenta entre carcajadas como debió dormir con sus zapatos atados al cuello para que los carceleros no se los roben. Ahora, la OSPAL lo envía a un congreso en aquel país y Guillermo quiere viajar con su pequeña hija para que la conozcan sus familiares. Su mujer cubana se resiste, porque -argumenta- en Santo Domingo se-cuestran a los niños para vender sus órganos.



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Naborí es hombre sabio y sensible. Lleva el nombre de los más humildes entre los humildes. Su poesía es tierna y paisana y alguna vez el Che se lo hizo saber con su silencio. Naborí es ciego y desgrana con gracia y emoción los versos que los campesinos repiten luego en toda la isla. El habla y los demás callan. A su término, luego de las emociones y los abrazos un guajiro se le acerca y apunta: compañero, tu has empleado una sinestesia muy atrevida.



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En cada calle de Cuba hay dos miembros del Comando de la Revolución. De manera que por manzana hay ocho ce-deristas. Ellos son responsables de las cuestiones ideológicas, políticas y de seguridad de su barrio. Esta tarea es complementada por los Pioneros, los niños de edad escolar que con su sola presencia son un toque de atención sobre todo lo que está en juego en Cuba. Además, en forma ascendente, en cada barrio hay un delegado, una especie de concejal al que se le debe y pude pedir cuenta cotidianamente de sus actos. En la proyección de responsabilidades se encuentran las asambleas y núcleos orgánicos más específicos que ga-rantizan, entre otras cosas, la preservación de las formas democráticas de participación y protagonismo. Todo esto va configurando un entramado sutil y apretado, como una malla de metal. Por esta trama podrá pasar el viento pero es seguro que no penetrarán las moscas.



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Las telenovelas son pasión nacional. En ellas hay intrigas y desvelos, misterios y rencores. En sus argumentos tampoco estarán ausentes aspectos de la historia o de la despiadada realidad. Al día siguiente de un corte de luz buena parte de la jornada laboral se emplea en repasar el episo-dio que no se ha visto. porque nadie debe quedar desactualizado sobre qué le pasa a la muchacha que ha sido abandonada por el hombre que no la merece.



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Los turistas son franceses, holandeses, mejicanos es-pañoles... Miran sin ver, aburridos, la enorme biblioteca que Papa Hemingway poseía en su finca de ocho hectáreas rodeadas de cocoteros, mangos y framboyanes. Los turistas consultan sus relojes y se deleitan con el ron con cola que tomarán al cabo de la visita. De pronto sus lucubraciones se detienen y un brillo de interés crece en sus ojos. El guía va diciendo: aquí, ven, en esta piscina se bañaba desnuda Ava Gadner.



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En la Isla del Pino estuvieron prisioneros Raúl y Fidel Castro. Ahora se llama Isla de la Juventud, por la cantidad de colegios que allí se han construido. Ese es el punto donde en breve transcurrirá, el festival Cuba Vive, en el que participarán el grupo Iraupén y la pareja de baile Marín-Rogero. El lugar tiene encanto y misterio, grandes palmeras, arenas blancas e hilillos de agua. Un paraíso. No en vano se inspiró en ella Robert Louis Stevenson para escribir su Isla del Tesoro.



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El almacén está ubicado a media cuadra de la catedral. Por eso le quedó su denominación de Bodeguita del medio. Entre el aluvión de cámaras y flashes y voces altisonantes en varios idiomas todavía se puede advertir, no sin esfuerzo la presencia linda y buena del fantasma de Guillén diciendo sus sones para el mítico Martínez, el primer dueño el negocio de abastecimiento. En los años cuarenta, ya decidido su destino de bar y casa de comidas, Ernest Hemingway elaboraba de-tallados planes de patrullaje costero y misiones de hostigamiento al nazismo en ascenso. Los planes se hacían y des-hacían con una facilidad increíble, de la misma manera que desaparecían las botellas de ron. Uno de los bebedores, que participaba de aquellas estrategias de guerra sería luego un personaje muy bien conocido por los argentinos: Spruille Braden.



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La Cabaña es un prodigio desde el punto de vista del sistema defensivo colonial en la bahía de La Habana y una maravilla arquitectónica. Tras sus puentes levadizos se encuentran las edificaciones de la superioridad y las celdas pa-ra prisioneros. En una de ellas estuvo José Martí, antes de su deportación a España y de su corresponsalía para el diario La Nación de Buenos Aires. A pocos metros la memoria histórica conserva un garrote vil e instrumentos varios de tortura. Todo se conserva, porque la memoria no es memoria si contiene olvidos.



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La mulata se ríe y confiesa que muchas cosas faltan pero nadie deja de comer, ni de vestirse, ni de educarse, ni de curarse en salud. Con decirte, chico, que ahora tenemos un problema: no hay casi mortalidad infantil y se ha aumen-tado a más de setenta años la expectativa de vida, con los problemas que ello trae aparejados. Luego, vuelve a decir que añora un chicle y esas trusas tan boniticas que aparecen en la televisión por cable. Cuando el viajero cuenta la situación de su país la mulata pone cara de lástima y exclama: ¡ay, pobres!.



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Roberto Robaina es, simplemente Robertico. Como es costumbre todos lo tutean y el responde con carcajadas a las preguntas ingeniosas de los periodistas. Avanzada la conferencia de prensa, en la que ha hecho gala de un fino humor y grandes ademanes, mira su reloj y decide: bueno, compañeros, por hoy ya basta, que está por comenzar la telenovela y la gente la quiere ver.



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En la víspera de las elecciones municipales toda Cuba se entremezcla en un debate de críticas y propuestas, de condenas y planteos. Nadie se salva de la mirada penetrante de los cubanos a los que nada les cae bien, para los que todo anda patas para arriba. Nadie se salva, con excepción de los próceres de la historia y el Che. En la víspera el debate es tan intenso y arduo que el viajero es sacudido por el flagelo de la duda. Este es el panorama de la víspera que Niurka, Eduardo y Ramón no ocultan y proponen a la discusión. El día del comicio amanece poblado de pioneritos que llevan las urnas y ejecutan el Operativo Tun-Tun, para despertar a los dormilones. El sol se eleva lentamente y a los primeros votantes de cada mesa se les regala una flor. Están en condiciones de votar siete millones y medio de isleños pero el voto no es obligatorio y más de un habitante de Miami sueña con un estrepitoso fracaso. No será así: un día después las agencias internacionales admiten que votaron positivamente más del noventa y cinco por ciento.



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Una, dos, tres... doscientas. El que sabe o las ha con-tado sostiene que son doscientas y están rodando en toda la isla. Son las ambulancias de marca francesa que el actor Alain Delón regaló al gobierno cubano en reconocimiento a sus adelantos quirúrgicos y la grandeza de su pueblo.



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La cabaña era el reducto de las fuerzas de Batista que el Che debía recuperar en la última ofensiva para dominar La Habana. Luego de cumplir con este objetivo, lentamente, fue ingresando a la leyenda. Es en la comandancia del Che en que se produce la ceremonia, repetida por siglos, del cañonazo de las nueve. Quizás en esta relación haya una enseñanza, algo, una cosa, que ayude a establecer una conclusión didáctica. El viajero se aleja del lugar sumido en estos pensamientos mientras se escucha, a lo lejos, como un cañonazo, el canto de un sinsonte.


JUAN CARLOS PUMILLA

14.07.95

viernes, 24 de agosto de 2012

El cóndor y el sinsonte

Una estela de nubes ominosas juguetea sobre nuestras cabezas y hace peligrar la cómoda ubicación que hemos conquistado en el balcón de Chacha. Hacia el norte el rumor del tráfico compite sin suerte con el eterno estallar de olas contra el malecón.

Chacha advierte nuestra curiosidad y sonríe mientras sorbe con fruición el mate que se ha servido y que todavía es contemplado con una mezcla de sorpresa y recelo por sus amigos de La Habana.

Durante horas hemos estado cambiando figuritas. Nosotros comentando nuestros padeceres y esperanzas y ella introduciéndonos en la realidad flagelada de un país que no se rinde.

Durante su largo exilio Chacha ha aprendido infinidad de cosas como para llenar todas las tardecitas del balcón. Con su voz ronca cuenta aconteceres y experiencias y su decir se hace grato e insoslayable haciendo retroceder la incipiente tormenta que huye avergonzada.

Nos hace saber que el canto del Sinsonte es tan bello y cautivador que a veces hay quienes no resisten tanto encanto y los apresan para gozar en forma permanente de tanta hermosura.

Cuando ello sucede los demás sinsontes despliegan una estrategia que sobrecoge: depositan con sus picos semillas de frutos venenosos en la jaula del prisionero y éste no tardará en ingerirlas hasta morir.

Chacha calla deslizando su mirada por los techos vecinos. Quizás esté repasando otro o procurando la pausa simplemente para no turbar nuestro silencio.

El sinsonte.

A nuestra memoria acude un viejo relato que hemos escuchado tantas veces en las madrugadas insomnes de la APE de la calle Vallée.

En las alturas descomunales de América se conoce como "vuelo de la muerte" a aquel que el cóndor ejecuta al quedar ciego como consecuencia de las reverberaciones del sol sobre la nieve.

Esta determinación ha derivado en una práctica, una especie de rito iniciático que los padres desarrollan en el afán de educar a sus hijos.

En ocasiones, llevan a los pequeños hasta las alturas y no cejan hasta atrapar un cóndor. Cumplido este objetivo le vacían sus ojos y lo lanzan a volar para que los hijos contemplen el ultimo planeo, la majestuosa elevación del cóndor y su abrupta caída sobre las laderas buscando el fin.

Pero... ¿qué objeto tiene?. ¿De qué manera una acción tan cruel puede servir de lección de vida?. ¿Por qué, por qué?.

Las preguntas se agolpan, vencen al rumor de la brisa jugueteando en las tejas. La inquietud se agiganta hasta interrumpir la nueva ronda del mate amargo.

Entre todos procuramos la respuesta. Es probable que la crueldad esconda una infinita sabiduría. Esos padres, tal vez, estén enseñando a sus hijos una lección que a Chacha le resulta familiar en estas tierras...

La clave está ahí. El aprendizaje está allí. En las semillas que toma el sinsonte y en la última evolución del cóndor. En ambas actitudes hay un hilo conductor, una sugestiva y tremenda coincidencia. Es la manifestación de la voluntad de vivir de una sola manera: con las alas abiertas, a pleno sol.

A plena vida.



Juan Carlos Pumilla-95

viernes, 17 de agosto de 2012

Dos miradas

Se observan, se miden, guardan silencio y comparten vino negro con circunspección, en una ceremonia secreta de la que son miembros privilegiados. Cruzan las miradas y dos estrellas titilan en el aire, dos quetrales, dos ascuas  ardiendo  en una invocación a los espectros de la luz  y de la noche que los reúne. Una multitud los rodea y en la subyugada  contemplación del niño que completa la escena se resume todo el reconocimiento  que ambos  generan .Son, y se saben, plebeyos. Antes hubo  una presentación y dos abrazos: uno por el encuentro y otro para honrar los afectos comunes. Ariel Petroccelli, desde las distancias, bendice la junta y se ensimisma en una canción de amanecidas. Sobran las palabras y escasea  el vino. Todavía falta mucho para la dilatada noche aciaga  que a uno le hará cambiar su nombre por el de Casimiro Cobos para huir de la muerte y sobrevivir en el canto. Al otro el silenciamiento  de sus trovas por herejes, libres , Por u su  inclaudicable procedencia de sur y  viento . Los años sesenta se escurren con morosidad y las guitarras se instalan en el corazón de esta región de arenas. Más tarde, cuando la noche avance y se embriague en los fogones delClub Belgrano uno  entonará, como nunca, El Antigal y otro musitará un agradecimiento quedo y estremecido   ratificando, por si hiciera falta, que  la poesía es el pájaro y el canto sus alas.
JCP

(foto Eduardo Pérez)

jueves, 16 de agosto de 2012

Cotidiano


Repite que la quiere. Una y otra vez, como una plegaria, en voz muy baja. Ella asiente con los ojos cerrados y la cabeza baja. Se afana por abrirlos para verificar si miente.

(de la serie microrelatos de 33 palabras)

viernes, 3 de agosto de 2012

Palabras para Hilda

Canta y se enciende la mañana.

Profunda y grave, su voz penetra y se dilata en los confines para confirmar que existen las jornadas.

Canta, que es su manera de decir “aquí estoy y aquí me quedo”.

Y es así nomás: construye su hogar en cada corazón y desde allí procura la cofradía, descubre la emoción, despliega la raíz para confirmar procedencias y preservar juglarías.

Lo hizo ayer e insistirá mañana. Porque el canto es más que vocación. Acaso es un destino, una imposición de la naturaleza, una manera de hacer y de pensar que se confirma en cada verso, en cada prosa, en cada .pentagrama.

De ahí el amor que le profesan las guitarras.

Canta, Hilda Alvarado canta.

Si alguna vez volara, sería una calandria.

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...