LOS HIJOS
A
Nahuel, Lihué y Rayén
Suelen
jugar a la pelota por las tardes
arrebatándole
a la siesta sus silencios;
otros
andan por ahí, de guitarreada,
devolviéndole
a la noche nuevos sueños.
Es
en vano presentarlos
ignorarlos
constituye un despropósito.
Se
anuncian solos
su
presencia no pasa inadvertida
vienen
a sostener que no todo está perdido
y
lo dicen sin tapujos ni sonrojos.
Son
jóvenes, como alguna vez lo fuimos,
pero
a la vez distintos:
ellos
han sobrevivido a las afrentas,
bebieron
en la mesa de fantasmas
el
amargo licor de nuestros miedos;
y
ahora están aquí, tozudamente,
ensayando
un singular corte de mangas
a
la historia oficial y adulterada.
Son
protestotes
cuestionan
todo
beben
los vientos
pintan
consignas
andan
en grupo
nunca
más solos.
Están
en plazas
en
los potreros
en
las escuelas
con
los obreros.
Y
uno que parece estar de vuelta
arrastrando
la vida en las espaldas
comienza
a comprender un poco tarde
que
resulta requisito indispensable
volver
a las antiguas rebeldías
encaramarse
a la cima del coraje
e
inaugurar un ministerio de ternura
sin
pausa, porfiados, sin alardes.
Quizás
será posible entonces
tras
una noche de luchas y recuerdos
sentir
el leve roce en la ventana
de
una flor estallando en madrugada
anunciando
que han llegado nuevos sueños
de
la mano de esos cantos y guitarras.
Marzo 88