martes, 31 de diciembre de 2013

Un año más, un sueño más

(estamos alcanzando las ocho mil lecturas, lo que colma nuestras expectativas desde  que, hace menos de un año, esta página cobró cuerpo y regularidad. Gracias, estos textos no tienen dueño.Pertenecen a quien los asumen, a quienes despiertan alguna emoción o consideración.En fin, tienen como patrón y destino las ocho mil miradas condescendientes, generosas, solidarias de estos tiempos que vamos construyendo)

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"...Ha llegado la hora de aprovechar la noche para pensar el nuevo día. Y soñar.

¿Soñar?

¡Sí!, Pero que los sueños sean sueños. Esto es, imaginar los sitios donde seremos felices y comenzar su construcción, ladrillo a ladrillo. Vale la pena el intento. Además, como se sabe, soñar no cuesta  nada.

Soñar, hacerlo fuerte y bien hasta conjugar la primera persona del plural.

Soñar, un sueño tan grande como será la nueva casa. Y que no quede nadie afuera: ni el abuelo de rostro crispado, ni el joven que borra el rastro del regreso, ni los niños que ayer tiraban piedras a la luna y hoy arrojan ladrillos a los trenes. Todos claro, menos los asesinos de los sueños porque para ellos no será el reino de los cielos.

Barajar y dar de nuevo, ganarle la partida a la guadaña. Serruchar de una vez al as de bastos, aprender de La Pampa  y sus sabios hacheros: el fuego no penetra donde ya estuvo el fuego.

En fin, un sueño con todas las de la ley. O mejor, con la ley para todos.

Hacia el amanecer un suave sonido penetrará por las ventanas. Vendrá de abajo y crecerá de a poco, como los trigales. Irá cubriendo todos los espacios, como un estilo en las guitarras e irrumpirá potente por la mañana... como los sones de la calandria.

Será el momento de levantarse. Allí está el sol. Elevemos la mirada para celebrar sus rayos y en un ademán, en un gesto común, emprendamos la tarea cotidiana...

Un poco más, un sueño más.
Un poco más, un poco más y ascenderá. Ascenderá...
Se elevará en la térmica del volcán de la esperanza y seguirá subiendo...hasta tocar el cielo con las manos..."
(fragmento de NUNCA MAS PENAS NI OLVIDOS)

Juan Carlos Pumilla

viernes, 27 de diciembre de 2013

Sara



El hueco que  han dejado las botellas de aceite es ocupado por una radio que vomita impiedades. Otras ausencias de las estanterías están disimuladas por almanaques o publicidades que no convencen a nadie. Sara Pelàez  repasa innecesariamente la superficie de fórmica  aguardando que su única clienta se decida entre el paquete de fideos o el de harina. La vieja demora la elección y su mirada acaricia por algunos instantes  el canasto de los panes y   el trozo de queso que languidece arqueado y lagrimeante bajo la campana de vidrio. De pronto, seducida por vaya a saber qué conmoción interna, la vieja se abraza a los paquetes y sale corriendo ante el estupor de Sara que  parte furiosa tras la  osada. Cruzan la esquina, disparan por la calle y siguen por la otra cuadra mientras las distancias se acortan porque Sara es algo más joven y la bronca es mucha. Cuando el barrio se transforma en villa las espaldas de la anciana se aplastan  y su paso se vuelve cada vez más pesado. Al borde del aliento aprisiona sus tesoros con un solo brazo y deja que la palma de la otra mano sostenga su cuerpo contra la pared, edificando  una arcada en medio de la vereda. Está vencida. Voltea la cabeza con ademán de deshacer el abrazo pero descubre que no hay nadie a sus espaldas. El desconcierto invade sus pupilas y al cabo de algunos segundos baja la vista. Mueve imperceptiblemente sus labios dibujando una palabra corta que no se escucha y reanuda su marcha hasta convertirse en una mancha marrón entre las acacias.  Sara la ve alejarse entre el invierno y retorna a su mostrador flagelada por un aluvión de sentimientos confusos. El locutor sigue disparando  las noticias con voz acre. Suenan como escopetazos... Sara aprisiona la perilla del  volumen hasta que sus nudillos blanquean. Gira   y un tambor obstinado retumba en sus costillas. Lo hace lentamente. Lentamente... hasta estrangular  definitivamente las palabras.


sábado, 7 de diciembre de 2013

Teófilo Ivanowsky




Teófilo Ivanowsky deserta de la milicia y se transforma en linyera. Allá, en Montevideo, renuncia  a una historia e inmigrantes junto a sus documentos .Se introduce luego  en  los caminos  del país vecino que tropieza  en las incertidumbres de su organización. Teófilo trajina, sin prisa y sin pausa, huellas y años hasta que recala en los andenes de una estación que lleva su nombre. Nunca imaginó (él, que hizo de la imaginación una religión) que aquellos documentos abandonados en Montevideo  convertirán a otro  don nadie en  un guerrero, un héroe del proceso nacional que a su muerte sería honrado con un decreto de denominación de un pueblito ignoto de la Pampa Central.  El nombre de Karl Reichert quedó extinguido en una leva de los pagos  de Azul, engrosando  las infinitas sepulturas de la historia. Edgar Morisoli hace justicia con ambos en un relato donde la poesía también honra estas bisectrices de la vida, estas coincidencias cósmicas, estas armonías de la existencia que uno-por insondables imperativos  de la síntesis -  titula, simplemente, “rimas”.

(de la serie Rimas)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...