Leónide romero-Juan C.Pumilla
Este domingo Alicia
Piombo, con un pellizco de humedad en sus ojos claros nos proveyó una noticia
aciaga. Un día de este otoño que inicia
nos dejó Berlamino Leónide Romero.
Fue en Santa Rosa, en compañía de sus más allegados, a los setenta y pico, un
dato cuya precisión se nos escapa.
Importa poco este detalle porque preferimos recordarlo
siempre joven, como cuando lo conocimos en los albores de los setenta, recién
llegado de Córdoba.
El viejo taller de la calle Spinetto fue desde entonces centro
de confluencias. Su procedencia y el momento histórico marcaron su nuevo apodo.
Una especie de homenaje a su estirpe plebeya lo convirtió en “Negrazón”. Nosotros,
en consecuencia, fuimos ”Chaveta”…
En la provincia mediterránea había despuntado como metalúrgico y de la mano de este oficio no
tardó de encolumnarse al incipiente clasismo y sumarse a sus luchas cerrando filas con los sindicatos de Luz y
Fuerza, Smata y Sitrac y Sitram, entre otros.
Fue constante su prédica por los contenidos centrales de Huerta Grande
y La Falda, que
establecieron una contradicción principal, “Liberación o Dependencia” que aun
hoy no ha perdido vigencia en la escena latinoamericana.
Estas adscripciones le
confirieron una experiencia que fue bienvenida y providencial para todo
protagonista de combates nobles e insignes. La lucha de salineros, por ejemplo,
la más larga de la historia del país. O las de la COPDRIP que nunca cesan,
colectiveros o municipales, más tarde, justo al borde del la luctuosa noche cuyo
cuadragésimo aniversario acabamos de conmemorar.
A la altura de aquellos conflictos estaba enrolado en las filas del Partido Socialista de los
Trabajadores y promoviendo la fórmula Coral Ciápponi en estos confines. Su
filiación, lejos de alejarlo del conjunto de actividades y agrupaciones
políticas partidarias, lo acercó al punto de convertirse en un actor
indispensable tanto por el vigor de su militancia como por la comprensión de
las complejas articulaciones de frente
único que lo convirtieron en una prenda de unidad.
Así, lo vimos compartiendo asambleas en Salinas Grandes, en los encuentros de ATE,
en los debates en el salón de Villa Parque, en el Club Independiente, la Casa del Pueblo o la histórica
casona del PC de la calle
González. No estuvo ausente, tampoco, en el diseño de otras defensas en el
lamentablemente abandonado local de la Democracia Cristiana
en la calle 9 de Julio o en el reciclado taller de actividades frentistas que
alumbró tantas jornadas de discusión y enriquecimiento ideológico en Alsina y Gil.
Como si no bastare puso empeño en la adecuación de la
sede de “Con todos”, en la avenida San Martín, casi Rivadavia. Una maravillosa
experiencia contestataria que deja como
herencia una revista y una conducta.
A pocas horas de
que Balbín apelara a Almafuerte para
sostener que todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte,
Leónide subió a su trajinada moto para recorrer distintos puntos de la
militancia con el objeto de organizar la resistencia.
Repitió esta conducta luego cuando los carapintadas y la
volvió a ejercer cada vez que la Cooperativa
Popular fue víctima de asedios. Allí estuvo, de principio a
fin, con su desvencijado colectivo devenido
en escenario para los oradores de
la solidaridad.
Sufrió en su oficio, al igual que una legión, los
avatares del Rodrigazo tanto como de los
Alsogaray y sus epígonos. Estas contingencias pusieron a prueba su ingenio al
punto de convertirlo en precursor de una
estufa metálica de gran utilidad y economía cuyos derechos de paternidad nunca se arrogó al
punto tal que hoy las vemos reproducidas con precios a tono con
la tendencia off shore que se
abre paso en algunos titulares de la
actualidad.
Cada tanto, en espacios más dilatados porque la realidad
impone agendas a contramano de nuestros deseos, lo visitábamos procurando un
recreo para la ronda de mate amargo o someterlo a una tarea que desafiara sus
habilidades de tornero.
Vamos a extrañar esas jornadas en que la realidad se detenía para abrirle paso a la
fraternidad.
A muerto un amigo, querido Negrazón. Nos ha dejado un
socialista cabal, un luchador inclaudicable, un hombre de temple y fierro.
Nuestra memoria hará que siga vivo.
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