viernes, 28 de junio de 2013

Cotidiano



Cotidiano

         Repite que la quiere.  Una y otra vez, como una plegaria, en voz muy baja.  Ella asiente con los ojos cerrados y la cabeza baja.  Se afana  por abrirlos para verificar si miente.


(microrelatos de 33 palabras)

viernes, 21 de junio de 2013

Wall Street

El viejo arrastró la palma suplicante sobre las baldosas, pero la moneda siguió a su dueño hasta el último piso. Desde los ventanales la calle era una línea y el viejo una coma.


(de microrelatos de 33 palabras)


sábado, 15 de junio de 2013

Una historia con Bustriazo Ortíz

Marcas




Marcas



“...uno lo dice quién lo piensa yo soy el dueño de mi boca pero ella sabe lo que es de ella y estoy de piedras mil rodeado digo de piedras de aura buena piedras que andan por mi sueño piedras que suenan en mi lengua y de una piedra vos viniste y en tu apellido están sus señas tal vez mañana y ahora mismo me suban piedras azulencas lo que te digo me lo escucho es un salvarte de la ausencia como el  que va por los olvidos y a cicatrices les da tierra tal vez no vuelva ya a cantarte hasta tu sien que me estremezca piedra de amor piedra que canta en mis pisadas veo tu huella!...”
                   
(Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Elegías de la Piedra  que Canta)



          Amonites, nombre común de un grupo de cefalópodos extinguidos que solían tener una caparazón en espiral enrollada sobre sí misma. Estos animales, parecidos a los calamares, aparecieron durante el devónico, hace unos 380 millones de años, y desaparecieron junto a los dinosaurios al final del cretácico, hace 65 millones de años.
          La explicación, en labios de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, tuvo la virtud de establecer una tregua doméstica en medio de  la permanente zozobra  general. Espectros de guerra lucían sus ropajes en el Beagle  y el miedo fundaba nuevos ministerios.
          Ya hemos establecido que es un amonite…¿hace falta  presentar a Juan Carlos?.
          El poeta cumplía con rigor su visita  de los viernes y esta rutina nos arropaba. Nos sentíamos seguros en ella, flagelados por  tanta incertidumbre. Los fines de semana  las consternaciones se daban a la fuga mientras afuera, el caos.
          Una de esas tardes de  otoño, rumbo a la callecita Florida, algo convocó la atención del vate en la cubierta de lajas del Colegio Héctor Ayax Guiñazú.  En una de ellas, con prodigiosa precisión, se advertía la impronta de un molusco en la piedra.
          Era un círculo perfecto con un diagrama  interior que poco más tarde maravilló a Raquel por su belleza y desplegó el  asombro de los niños que ,  esa misma noche, bautizaron el descubrimiento como “el amonite del Penca”.
          Durante muchos viernes y algunas otras derrotas  el “Flamenco  Bustriz” dio cuenta de los avatares  del bajorrelieve  junto a un generoso inventario  de solicitaciones a  las musas y andanzas de compadres.
          Luego vinieron otros otoños y Juan Carlos se internó en ellos  embriagado de  distancias. Todavía  anda por allí.
          El amonite fue, desde entonces, un tesoro cuyos arcones abrimos de tanto en tanto solo por el placer de ver en otros ojos niños las miradas de embeleso  que nosotros mismos habíamos experimentado en las farragosas postrimerías de los setenta.
          En el primer día del nuevo milenio visitamos a Juan Carlos obedeciendo a  una vieja  promesa y, entre otras cosas, ofrecimos detalles  de la perdurabilidad de esta cicatriz del tiempo.
Entre recuerdo y recuerdo, le informamos  que nuestras excursiones a la muralla del Colegio Ayax Guiñazú se habían acrecentado a partir de una certeza que desplegaba la enciclopedia: la piedra pizarra se compone por capas y ellas, a menudo, se desprenden dejando al descubieto sus misterios.
-Como un cuaderno que se deshoja..
          -Como una forma de conversar de la naturaleza
          Bustriazo brindó por ello y por los incipientes pasos de nuestro primer  nieto, Fermín, que hace poco inició su ciclo escolar en el mismo colegio que preserva  “el amonite del Penca”.
          Como era previsible, en esa especie de rito iniciático que padres y abuelos cumplen cuando los vientos son propicios, una tarde sin más señas regalamos a Fermín la historia y la localización del secreto.
          Él escuchó en silencio y con las cejas arqueadas. Luego, se puso a examinar palmo a palmo los cientos y cientos de  placas multiformes hasta que, para nuestro estupor, indicó la localización de un nuevo amonite. Y otro más, a pocos centímetros del primero.
          Desde entonces, asoman en nuestras tertulias consideraciones acerca de  los enigmas de la piedra y los insondables universos de las causalidades. Aconteceres  de las pequeñas cosas, humildes  felicidades cotidianas en las que ahora se hacen presentes, diáfanas y vehementes, menciones recurrentes a  “los amonites de Fermín”.
          Aún no hemos visitado a Juan Carlos para relatarle la novedad.
          Aguardamos, quién sabe, una caricia del aire, algún ademán del alma, probablemente un quiebre del horizonte  que oriente acerca del momento más adecuado para imponerlo de estas revelaciones de la piedra.
          Hasta que eso suceda el tesorero del Club Atlético Positivista podrá inquirir, quizás en los arrebatos de una crispación utilitaria, para qué diablos sirve todo esto.
          Mientras alumbre  otra respuesta balbuciremos voces acerca de la imaginación o la memoria. Búsquedas, tal  vez una tímida ponderación a  Epicuro ...
...O mejor, argüir que esta cuestión de los amonites sigue siendo un buen tema de coloquio para ciertas tardes de otoño en que el desconsuelo o la angustia penetran por la radio.

diciembre 2004

martes, 11 de junio de 2013

Cuchilleros


Se calcularon fieramente. Ponchos pardos guareciendo los brazos. Fue un duelo efímero y singular, sin treguas. Hubo una finta y un esquive. Acaso alguna  lamentación cuando el gavilán del puñal astilló el espejo.

(de la serie microcuentos de 33 palabras)


miércoles, 5 de junio de 2013

5 de junio




         El crepúsculo es el más luminoso que recuerda y alumbra  relámpagos de plata sobre el lomo de los pájaros. Se abaten los ojos al fulgor de su pechera mientras  una lágrima se  dispara.

(de microrelatos de 33 palabras)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...