(Retazos de una charla-reportaje mantenida
con Nelson Nicoletti, en abril de 2014, con
destino a la carrera de Comunicación)
MEMORIA DE RADIO
... la devoción por la radio nace en Puelches. Para los que no conocen
digamos que estamos hablando de La
Pampa profunda, donde la densidad poblacional era del 0,01
habitante por kilómetro cuadrado. Mi madre había sido designada directora de la escuelita y mi padre que
trabajaba en Santa Rosa viajaba los fines de semana desde la capital. La Pampa aún era territorio nacional. Desandar esas distancias constituía una
ventura, una travesía que los viajeros
coronaban felices por llegar a ese oasis que todavía se nutría con las
prometedoras aguas del Curacó.
Aquel día fue una fiesta. El camión de Ruiz
Pérez, que cada quincena transportaba las provisiones al poblado desde General Acha,
depositó en la escuela una voluminosa caja que fue abierta con ceremonia y
expectación por parte de la media docena
de vecinos del lugar. En su interior yacía, reluciente, una Phillips de onda
corta y larga. René Tentham, el encargado de la estación meteorológica corrió a
buscar una batería de las que cargaba con su molinillo y al poco tiempo todos
quedamos extasiados con los primeros balbuceos de la Phillips que, sin antena, apenas reproducía los ruidos
afónicos de una estática que aun así -
para todos nosotros- era la representación misma de la modernidad.
La década del cincuenta apenas
debutaba y la radio nos introducía en ese
universo portentoso y mágico de la comunicación. Ahora que ya estoy con
varios almanaques encima y he dejado
atrás al niño de Puelches milito en el campo de la conversación (más que la
comunicación) pero no dejo de valorar la
fabulosa trascendencia que para toda mi generación ha tenido esa Phillips de
gabinete de madera lustrada a través de la cual accedimos a un mundo
maravilloso.
De esa época provienen mis
primeras palabras en ese inglés Tarzán que nunca he llegado a perfeccionar.
Pero por muchos años la radio fue la broadcasting, los locutores speakers , la el reportaje intefview y los cantantes crooners.
Todo venía a través del éter. Todo, desde las recetas de Gandulfo hasta esa palabra tan ominosa y funesta que Delfor, en su revista Dislocada, deslizó
un día para iniciar y identificar una
práctica y una ideología. El formidable conductor dijo “gorilas” “deben ser los
gorilas, deben ser” y la definición impregnó todas las décadas posteriores.
Hasta hoy, como se puede apreciar.
El nefasto proceso que se autodenominó Revolución
Libertadora tuvo su costado benéfico en
el plano familiar. Mi padre fue asignado al frente de la Agronomía de Bernasconi y mi madre destinada a la escuela número 15. Hasta allí nos
acompañó la fiel Phillips con apenas algunas rapaduras por el paso de los años.
Los hados y las ondas eran propicios en Bernasconi. La
Phillps tenía mayor alcance que en Puelches, de manera que
nuestra vida cotidiana fue ordenada en
función de los horarios del Glostora
Tango Club, el radioteatro Los
amores de Josefina y, por supuesto la Revista Dislocada
que era el programa que concitaba la adhesión general.
Con el paso del
tiempo Delfor se mudó de Radio Argentina
a Splendid y el bendito éter no beneficiaba su
buena recepción. Afortunadamente de
pronto surgió en Radio Belgrano una opción tan desconocida como
maravillosa para toda la familia: Los Cinco Grandes del Buen Humor. Zelmar Gueñol, Juan
Carlos Cambón,Guillermo Rico, Rafael Carret y Jorge Luz
Era tanta la atracción que
generaban esos genios que un día se quemó una de las válvulas de la querida
radio y peligraba la emisión del
domingo. De manera que mi padre comenzó una afiebrada pesquisa que lo
llevó de apuro a San Martín, un pueblo
distante veinticinco kilómetros desde donde regresó con la ansiada
pieza. Ese día fue también una fiesta: por la cara de satisfacción de mi padre,
por el programa y por un dato que ahora se me hace muy visible: la radio
establecía un código común,
fortalecía y discernía gustos.
Pero, fundamentalmente, nos unía.
_Quizás tuviera alguna
percepción elemental de esa
circunstancia o acaso sea por pura
casualidad. Lo cierto es que entre mis tesoros personales más preciados que he
podido conservar y defender a lo largo
de estas mudanzas figura una pequeña
válvula que ya mismo te paso a mostrar. No es aquella que nos devolvió a Jorge
Luz , Los Pérez García y a Odol
Pregunta. Pertenece a otro receptor entrañable pero, qué duda cabe, en cierto sentido es la misma.
Mi padre compró
luego una supertaylor que armaba un técnico muy ingenioso de Santa Rosa, el
señor Antonio Outerelo. _De puro precavido la encargó con una caja de válvulas
de repuesto.
Para ese tiempo ya había ingresado a mi hogar un
flamante tocadiscos Winco y con él el
sortilegio de Nat King Cole
primero y Enrique Guzmán luego. Estoy consciente que el Winco forma parte de
las añoranzas y leyendas de toda mi generación. Diré entonces, solamente, que
cuando decidí a unir mi vida a la de mi compañera Raquel ella sumó a la pareja
otro Winco. Jóvenes, con mil necesidades, sorprendíamos a los visitantes con
esos preciados bienes que una jornada aciaga
el imperdonable Celestino Rodrigo nos
obligó a malvender.
Ya había tenido una experiencia anterior con un reproductor de discos.
Era ajeno pero, en cierto sentido, también propio. Se trataba de una ajetreado
aparato RCA Víctor (creo qué de ahí proviene “victrola”) que pertenecía al Club
Unión Deportiva Bernasconi. En algún momento me confiaron el manejo del RCA y
yo me sentí el adolescente más importante de la comarca. Daba manija, cada
tanto cambiaba las púas, repasaba cada disco de pasta con una almohadilla de
terciopelo rojo. Fui, sin saberlo, un discjockey pionero. Todavía tengo gratas
reminiscencias de cuando mis padres salían a bailar y me prodigaban un guiño
cómplice para que les pusiera su tango favorito, La cunparsita. Eso si, con las
variaciones de Enrique Rodríguez. Raquel, buscadora de tesoros y heredera de
estas reminiscencias, adquirió hace unos
años un reproductor Decca con las mismas características de aquel RCA. Desde ese momento, aun luego de mil andares,
siento que todavía sigo en Bernasconi.
En los inicios de los sesenta la familia fue un mes de vacaciones a
Buenos Aires, a la casa de una tía que
había entronizado un monumental televisor en la sala de estar. ¡La
imagen, qué maravilla! Todavía no lo sabíamos pero esa caja de madrera y vidrio inauguraba una
tendencia que tan detalladamente describiría Sartori medio siglo más tarde. El
tío Humberto estaba muy orgulloso con esa adquisición que le había comprometido
los salarios de todo el año. El Zenith (si la memoria no traiciona) tenía un vidrio combado y por delante el tío,
con mucho deleite ante nuestro asombro,
colocaba una placa transparente tricolor ideal para ver los paisajes de
Bonanza. El efecto resultaba algo incongruente en los planos cortos pero no
dejaba de impactar en los añorados sábados del Club del Clan.
No conservo recuerdos de la marca de mi primer televisor. Tengo memoria
del primero en la familia, un pequeño Noblex que esporádicamente dejaba presentir el fantasma
de una imagen emitida desde el canal de Bahía Blanca. Hemos pasado horas y
horas frente a esa pantalla en blanco y negro tratando de adivinar alguna
escena que nunca se produjo. Pero ahora que lo pienso no cuenta tanto la marca ni el aparato sino sus circunstancias.
Por sí mismos, no son nada. Es como el teléfono de Bell. Su formidable importancia no radica en el primero, sino en el segundo.
Pero si bien la televisión fue valiosa
no tuvo en nuestras vidas la trascendencia y significación de la radio.
Probablemente porque la radio era ingrediente esencial de la imaginación o tal
vez por su carácter iniciático en alguna parcela de nuestra existencia. Cómo no
advertir su decisiva importancia en
aquellas estremecedoras jornadas del
país tan negadas en el plano interno a la que solo accederíamos a
través de las trabajosas emisiones de Radio Colonia. En aquel tiempo comencé a respetar y admirar a una figura señera que creó un
magisterio en el arte de la comunicación: Ariel Delgado. Cada vez que las
estridencias de la marcha de Souza emergía de los parlantes señales de alerta
se desplegaban en la audiencia familiar.
Esos ecos aun resuenan cuando los sones de Barras y Estrellas emergen en los
informativos de Crónica. Creo que García
tuvo la astucia de percibir para su provecho la garrafal significación de la cortina identificatoria de aquella
radiodifusora y la manera en que sus singularidades impactaban en el
imaginario nacional.
Digo todo esto para subrayar una especie de moraleja. Estuvo bien,
realmente muy bien, que hubiera en Uruguay una alternativa a la afonía de las
frecuencias argentinas. Pero está mal, realmente muy mal, si tomamos esto como
un dogma y dejamos que nuestra realidad sea contada con ojos ajenos.
Los albores de otro golpe
me encontraron viviendo en Santa Rosa y fue altamente gratificante reencontrar a un costado feliz de mi
niñez en las añoradas emisiones de
radioteatro que con tanta puntualidad y
persistencia Radio Nacional nos regalaba. Las dos carátulas, teatro de la
humanidad. Un ciclo irrepetible y lamentablemente poco emulado.
Esa época produjo un curioso fenómeno. Uno escuchaba Nacional en su
intimidad pero al salir a la a calle una voz familiar, muy a tono con los
contenidos de LRA 3, seguía nuestros pasos en el exterior. Era la propaladora
Argentina de Alfredo Dalmiro Otálora que
durante lustros se encargó de acercar noticias de último momento, indicar
turnos de farmacia e imponernos de los aconteceres nacionales y del mundo. A
través de Otálora, “Piquito de Oro” supimos de la muerte de Kennedy o los pormenores
de la última película de Tyrone Power. Luego vinieron otras propaladoras,
claro, pero no tuvieron la misma importancia ciudadana. La de Antonio Goncalvez
o la de Guillermo Fernández , que finalmente sucumbieron tras la aparición en
el firmamento radiofónico de la emisora comercial LU33.
Contemporáneamente se
habilitó el canal estatal de televisión,
LU89 Canal 3 y su puesta en marcha operó
como precursora de una década en la que explotan en el firmamento de los medios
locales y regionales infinidad e pequeños emprendimientos den frecuencia
modulada y señales de televisión que aun hoy se conservan. Viven y sobreviven ,
del brazo y a los codazos ,disputando grillas, , actuando como repetidoras,
repitiendo fórmulas, invadiendo frecuencias,, inaugurando conceptos… un abanico
inmenso de alternativas que al tiempo que democratizó el procedimiento fragmentó
la audiencia y fraccionó fervores.
Así, los que por años clavábamos el dial en Splendid, El Mundo,
Belgrano, Excelsior…nos encontramos ahora haciendo zapeo radial buscando febrilmente las mejores opciones en una oferta francamente
abrumadora cuyos contenidos –y
objetivos- quizás se relativicen por tamaño volumen.
Por cierto eso no sucedía cuando los dos, vos y yo, emprendimos aquel
ciclo radial por LU37 de General Pico. Esos días enriquecieron mi vida y le
dieron sentido. .Fue en los albores de la democracia y el Curacó era una herida
reseca e insolente atravesando el Puelches de ayer. Hicimos “La Pampa , sus ríos y su gente”
con un fervor y energía que ahora añoro . Denunciamos la sed de los abajeños, y apelamos a la dignidad de
un país para que se ofenda ante el
despojo. Me siento honrado de haber compartido contigo esa cruzada y, a la
distancia , cualquiera fuere lo que
acontezca con nosotros, estoy más que seguro que ese programa, hecho con dos
pesos con cincuenta, una cassette pregrabada
mil veces y una frazada improvisando una sala de grabación, nos
absuelve en el juicio de la historia.
Por un lado la radio. Por otro, el cine. Nunca mensuré cabalmente la gravitación
que este medio tendría en mi vida. Un día luminoso, en todo el sentido de la
palabra, don Samuel Nandory puso en
marcha en Bernasconi el Cine Bar Duchac.
La inauguración tuvo impacto zonal y
todavía reverberan en las memorias de los pobladores del lugar los
pormenores de aquel acontecimiento. Nandory sólo tenía un proyector, de manera que las películas se
emitían por actos. Entre rollo y rollo Samuel
servía sándwiches de jamón con manteca amarilla
a los parroquianos de las mesitas
del salón que aprovechaban las pausas
para beber litros de cerveza y comentar
los pormenores del film. El operador a menudo equivocaba el orden de los rollos
circunstancia que provocaba el estupor del público a la par que suscitaba funciones surrealistas. Lo cierto es que en
esa sala fui conmovido por películas señeras, entre ellas Pasaron las Grullas o
El acorazado Potemkin, que signarían buena parte de mi destino.
Todo comenzó con un
proyector Cinegraff que coronó uno de mis cumpleaños más sentidos y siguió con otro de 16 milímetros marca
Hollywood que se hundió en los vericuetos de un malhadado préstamo del cual
sigo arrepentido. Ahí se definió uno de mis oficios, el de guionista que me
condujo, por esas cuestiones del
destino, a participar de la Primera Semana
del Cine Nacional, que desde hace más de dos décadas se despliega en todas las salas de
la Provincia. El
azar quiso que coincidiere en una mesa con Jorge Luz. A poco de iniciar el
diálogo puso énfasis en destacar que se sentía muy contento de visitar estos pagos por primera vez. Con algún pudor, no
exento de emoción, asumí mi calidad de anfitrión para comentarle algunas
peculiaridades lugareñas. El aceptó la información con amabilidad y quedó callado. También hice lo mismo para no turbar sus pensamientos y ahora –con el paso de los años- me siento
arrepentido por ese silencio. Debí decirle, con el corazón pletórico de
agradecimiento que se equivocó al decir que era su primera vez en estas inmensidades
, Ya estaba con nosotros –como uno más en la mesa- desde aquellas inolvidables
jornadas de Puelches yBernasconi…