viernes, 10 de octubre de 2014

Memoria de radio


(Retazos de una charla-reportaje  mantenida  con  Nelson Nicoletti, en abril de 2014, con destino a la carrera de Comunicación)

MEMORIA DE RADIO
... la devoción por la radio nace en Puelches. Para los que no conocen digamos que estamos hablando de La Pampa profunda, donde la densidad poblacional era del 0,01 habitante por kilómetro cuadrado. Mi madre había sido designada  directora de la escuelita y mi padre que trabajaba en Santa Rosa viajaba los fines de semana desde la capital. La Pampa aún  era territorio nacional.  Desandar esas distancias constituía una ventura,  una travesía que los viajeros coronaban felices  por llegar a  ese oasis que todavía se nutría con las prometedoras aguas del Curacó.


         Aquel  día fue una fiesta. El camión  de Ruiz  Pérez, que cada quincena transportaba las  provisiones al poblado desde General Acha, depositó en la escuela una voluminosa caja que fue abierta con ceremonia y expectación  por parte de la media docena de vecinos del lugar. En su interior yacía, reluciente, una Phillips de onda corta y larga. René Tentham, el encargado de la estación meteorológica corrió a buscar una batería de las que cargaba con su molinillo y al poco tiempo todos quedamos extasiados con los primeros balbuceos de la Phillips que,  sin antena, apenas reproducía los ruidos afónicos de una  estática que aun así - para todos nosotros- era la representación misma de la modernidad.

 La década del cincuenta apenas debutaba y la radio nos introducía en ese  universo portentoso y mágico de la comunicación. Ahora que ya estoy con varios almanaques  encima y he dejado atrás al niño de Puelches milito en el campo de la conversación (más que la comunicación)  pero no dejo de valorar la fabulosa trascendencia que para toda mi generación ha tenido esa Phillips de gabinete de madera lustrada a través de la cual accedimos a un mundo maravilloso.

         De esa época provienen mis primeras palabras en ese inglés Tarzán que nunca he llegado a perfeccionar. Pero por muchos años la radio fue  la broadcasting, los locutores speakers , la el reportaje intefview  y los cantantes  crooners. Todo venía a través del éter. Todo, desde las recetas de Gandulfo  hasta esa palabra tan ominosa y funesta  que Delfor, en su revista Dislocada, deslizó un día para iniciar y identificar  una práctica y una ideología. El formidable conductor dijo “gorilas” “deben ser los gorilas, deben ser” y la definición impregnó todas las décadas posteriores. Hasta hoy, como se puede apreciar.

         El nefasto  proceso que se autodenominó Revolución Libertadora  tuvo su costado benéfico en el plano familiar. Mi padre fue asignado al frente de la Agronomía  de Bernasconi y mi madre destinada  a la escuela número 15. Hasta allí nos acompañó la fiel Phillips con apenas algunas rapaduras por el paso de los años. Los hados y las ondas eran propicios en Bernasconi.  La Phillps tenía mayor alcance que en Puelches, de manera que nuestra vida cotidiana fue ordenada en  función de los horarios del Glostora  Tango Club,  el radioteatro Los amores de Josefina  y, por supuesto la Revista Dislocada que era el programa que concitaba la adhesión general.

         Con el paso del tiempo  Delfor se mudó de Radio Argentina a Splendid y el bendito éter no beneficiaba su  buena recepción. Afortunadamente de  pronto surgió en Radio Belgrano una opción tan desconocida como maravillosa para toda la familia: Los Cinco Grandes  del Buen Humor. Zelmar Gueñol, Juan Carlos Cambón,Guillermo Rico, Rafael Carret y Jorge Luz

Era tanta  la atracción que generaban  esos genios que un día  se quemó una de las válvulas de la querida radio y peligraba la emisión del  domingo. De manera que mi padre comenzó una afiebrada pesquisa que lo llevó de apuro a San Martín, un pueblo  distante veinticinco kilómetros desde donde regresó con la ansiada pieza. Ese día fue también una fiesta: por la cara de satisfacción de mi padre, por el programa y por un dato que ahora se me hace muy visible: la radio establecía un código común,  fortalecía  y discernía gustos. Pero, fundamentalmente, nos unía.

         _Quizás tuviera alguna percepción  elemental de esa circunstancia  o acaso sea por pura casualidad. Lo cierto es que entre mis tesoros personales más preciados que he podido conservar y defender  a lo largo de estas  mudanzas figura una pequeña válvula que ya mismo te paso a mostrar. No es aquella que nos devolvió a Jorge Luz , Los Pérez García y  a Odol Pregunta. Pertenece a otro receptor entrañable pero, qué  duda cabe, en cierto sentido es la misma.


La Phillips se quemó por culpa de una vela que olvidé sobre la cubierta una noche que no quiero recordar. Ya teníamos electricidad  en Bernasconi  pero  el fluido se interrumpía a la medianoche de manera que la radio seguía siendo el contacto nocturno con el mundo. Coloqué el candelero para poder sintonizar y eso es todo  lo que diré.


                   Mi padre compró luego una supertaylor que armaba un técnico muy ingenioso de Santa Rosa, el señor Antonio Outerelo. _De puro precavido la encargó con una caja de válvulas de repuesto.


         Para  ese tiempo ya había ingresado a mi hogar un flamante tocadiscos Winco y con él el  sortilegio  de Nat King Cole primero y Enrique Guzmán luego. Estoy consciente que el Winco forma parte de las añoranzas y leyendas de toda mi generación. Diré entonces, solamente, que cuando decidí a unir mi vida a la de mi compañera Raquel ella sumó a la pareja otro Winco. Jóvenes, con mil necesidades, sorprendíamos a los visitantes con esos preciados  bienes que una jornada aciaga el imperdonable Celestino Rodrigo  nos obligó a malvender.

Ya había tenido una experiencia anterior con un reproductor de discos. Era ajeno pero, en cierto sentido, también propio. Se trataba de una ajetreado aparato RCA Víctor (creo qué de ahí proviene “victrola”) que pertenecía al Club Unión Deportiva Bernasconi. En algún momento me confiaron el manejo del RCA y yo me sentí el adolescente más importante de la comarca. Daba manija, cada tanto cambiaba las púas, repasaba cada disco de pasta con una almohadilla de terciopelo rojo. Fui, sin saberlo, un discjockey pionero. Todavía tengo gratas reminiscencias de cuando mis padres salían a bailar y me prodigaban un guiño cómplice para que les pusiera su tango favorito, La cunparsita. Eso si, con las variaciones de Enrique Rodríguez. Raquel, buscadora de tesoros y heredera de estas reminiscencias, adquirió  hace unos años un reproductor Decca con las mismas características de aquel RCA.  Desde ese momento, aun luego de mil andares, siento que todavía sigo en Bernasconi.


En los inicios de los sesenta la familia fue un mes de vacaciones a Buenos Aires, a la casa de una tía que  había entronizado un monumental televisor en la sala de estar. ¡La imagen, qué maravilla! Todavía no lo sabíamos pero  esa caja de madrera y vidrio inauguraba una tendencia que tan detalladamente describiría Sartori medio siglo más tarde. El tío Humberto estaba muy orgulloso con esa adquisición que le había comprometido los salarios de todo el año. El Zenith (si la memoria no traiciona)  tenía un vidrio combado y por delante el tío, con mucho deleite  ante nuestro asombro, colocaba una placa transparente tricolor ideal para ver los paisajes de Bonanza. El efecto resultaba algo incongruente en los planos cortos pero no dejaba de impactar en los añorados sábados del Club del Clan.

         No conservo  recuerdos de la  marca de mi primer televisor. Tengo memoria del primero en la familia, un pequeño Noblex que  esporádicamente dejaba presentir el fantasma de una imagen emitida desde el canal de Bahía Blanca. Hemos pasado horas y horas frente a esa pantalla en blanco y negro tratando de adivinar alguna escena que nunca se produjo. Pero ahora que lo pienso no cuenta  tanto la marca ni el aparato sino sus circunstancias. Por sí mismos, no son nada. Es como el teléfono de Bell. Su formidable  importancia no  radica en el primero, sino en el segundo.

Pero si bien la televisión fue valiosa  no tuvo en nuestras vidas la trascendencia y significación de la radio. Probablemente porque la radio era ingrediente esencial de la imaginación o tal vez por su carácter iniciático en alguna parcela de nuestra existencia. Cómo no advertir su decisiva  importancia en aquellas estremecedoras jornadas del  país tan negadas en el plano interno a la que solo accederíamos   a través de las trabajosas emisiones de Radio Colonia. En aquel tiempo  comencé a respetar  y admirar a una figura señera que creó un magisterio en el arte de la comunicación: Ariel Delgado. Cada vez que las estridencias de la marcha de Souza emergía de los parlantes señales de alerta se desplegaban en  la audiencia familiar. Esos ecos aun resuenan cuando los sones de Barras y Estrellas emergen en los informativos de Crónica.  Creo que García tuvo la astucia  de percibir  para su provecho la garrafal  significación de la cortina  identificatoria  de aquella  radiodifusora  y la manera en que  sus singularidades impactaban en el imaginario nacional.

Digo todo esto para subrayar una especie de moraleja. Estuvo bien, realmente muy bien, que hubiera en Uruguay una alternativa a la afonía de las frecuencias argentinas. Pero está mal, realmente muy mal, si tomamos esto como un dogma y dejamos que nuestra realidad sea contada con ojos ajenos.

         Los albores de otro golpe me encontraron viviendo en Santa Rosa y fue altamente gratificante  reencontrar a un costado feliz de mi niñez  en las añoradas emisiones de radioteatro que con tanta puntualidad  y persistencia Radio Nacional nos regalaba. Las dos carátulas, teatro de la humanidad. Un ciclo irrepetible y lamentablemente  poco emulado.

Esa época produjo un curioso fenómeno. Uno escuchaba Nacional en su intimidad pero al salir a la a calle una voz familiar, muy a tono con los contenidos de LRA 3, seguía nuestros pasos en el exterior. Era la propaladora Argentina de Alfredo Dalmiro  Otálora que durante lustros se encargó de acercar noticias de último momento, indicar turnos de farmacia e imponernos de los aconteceres nacionales y del mundo. A través de Otálora, “Piquito de Oro” supimos de la muerte de Kennedy o los pormenores de la última película de Tyrone Power. Luego vinieron otras propaladoras, claro, pero no tuvieron la misma importancia ciudadana. La de Antonio Goncalvez o la de Guillermo Fernández , que finalmente sucumbieron tras la aparición en el firmamento radiofónico de la emisora comercial LU33.

         Contemporáneamente se habilitó  el canal estatal de televisión, LU89  Canal 3 y su puesta en marcha operó como precursora de una década en la que explotan en el firmamento de los medios locales y regionales infinidad e pequeños emprendimientos den frecuencia modulada y señales de televisión que aun hoy se conservan. Viven y sobreviven , del brazo y a los codazos ,disputando grillas, , actuando como repetidoras, repitiendo fórmulas, invadiendo frecuencias,, inaugurando conceptos… un abanico inmenso de alternativas que al tiempo que democratizó el procedimiento fragmentó  la audiencia y fraccionó fervores.
        
Así, los que por años clavábamos el dial en Splendid, El Mundo, Belgrano, Excelsior…nos encontramos ahora haciendo zapeo  radial buscando  febrilmente las mejores  opciones en una oferta francamente abrumadora  cuyos contenidos –y objetivos- quizás se relativicen por tamaño volumen.

Por cierto eso no sucedía cuando los dos, vos y yo, emprendimos aquel ciclo radial por LU37 de General Pico. Esos días enriquecieron mi vida y le dieron sentido. .Fue en los albores de la democracia y el Curacó era una herida reseca e insolente atravesando el Puelches de ayer. Hicimos “La Pampa, sus ríos y su gente” con un fervor y energía que ahora añoro . Denunciamos la sed  de los abajeños, y apelamos a la dignidad de un país para  que se ofenda ante el despojo. Me siento honrado de haber compartido contigo esa cruzada y, a la distancia  , cualquiera fuere lo que acontezca con nosotros, estoy más que seguro que ese programa, hecho con dos pesos con cincuenta, una cassette pregrabada  mil veces y una frazada improvisando una sala de grabación, nos absuelve  en el  juicio de la historia.


Por un lado la radio. Por otro, el cine. Nunca mensuré cabalmente la gravitación que este medio tendría en mi vida. Un día luminoso, en todo el sentido de la palabra, don Samuel Nandory  puso en marcha en Bernasconi el Cine Bar Duchac.  La inauguración tuvo impacto zonal y  todavía reverberan en las memorias de los pobladores del lugar los pormenores de aquel acontecimiento. Nandory sólo tenía  un proyector, de manera que las películas se emitían  por actos. Entre rollo y rollo Samuel servía sándwiches de jamón con manteca amarilla  a los parroquianos  de las mesitas del salón  que aprovechaban las pausas para beber litros de cerveza  y comentar los pormenores del film. El operador a menudo equivocaba el orden de los rollos circunstancia que provocaba el estupor del público a la par que suscitaba  funciones surrealistas. Lo cierto es que en esa sala fui conmovido por películas señeras, entre ellas Pasaron las Grullas o El acorazado Potemkin, que signarían buena parte de mi destino.



         Todo comenzó con un proyector  Cinegraff que coronó  uno de mis cumpleaños más sentidos  y siguió con otro de 16 milímetros marca Hollywood que se hundió en los vericuetos de un malhadado préstamo del cual sigo arrepentido. Ahí se definió uno de mis oficios, el de guionista que me condujo, por esas cuestiones  del destino, a participar de la Primera Semana del Cine Nacional, que desde hace más de  dos décadas se despliega en todas las salas de la Provincia. El azar quiso que coincidiere en una mesa con Jorge Luz. A poco de iniciar el diálogo puso énfasis en destacar que se sentía muy contento de visitar estos  pagos por primera vez. Con algún pudor, no exento de emoción, asumí mi calidad de anfitrión para comentarle algunas peculiaridades lugareñas. El aceptó la información con amabilidad  y quedó callado. También hice lo mismo  para no turbar sus pensamientos  y ahora –con el paso de los años- me siento arrepentido por ese silencio. Debí decirle, con el corazón pletórico de agradecimiento que se equivocó al decir que era su primera vez en estas inmensidades , Ya estaba con nosotros –como uno más en la mesa- desde aquellas inolvidables jornadas de Puelches yBernasconi…

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...