Marcas
Marcas
“...uno lo dice quién lo piensa yo soy el dueño de mi boca
pero ella sabe lo que es de ella y estoy de piedras mil rodeado digo de piedras
de aura buena piedras que andan por mi sueño piedras que suenan en mi lengua y
de una piedra vos viniste y en tu apellido están sus señas tal vez mañana y
ahora mismo me suban piedras azulencas lo que te digo me lo escucho es un
salvarte de la ausencia como el que va
por los olvidos y a cicatrices les da tierra tal vez no vuelva ya a cantarte
hasta tu sien que me estremezca piedra de amor piedra que canta en mis pisadas
veo tu huella!...”
(Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Elegías de la Piedra que Canta)
Amonites,
nombre común de un grupo de cefalópodos extinguidos que solían tener una caparazón
en espiral enrollada sobre sí misma. Estos animales, parecidos a los calamares,
aparecieron durante el devónico, hace unos 380 millones de años, y
desaparecieron junto a los dinosaurios al final del cretácico, hace 65 millones
de años.
La
explicación, en labios de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, tuvo la virtud de
establecer una tregua doméstica en medio de
la permanente zozobra general.
Espectros de guerra lucían sus ropajes en el Beagle y el miedo fundaba nuevos ministerios.
Ya
hemos establecido que es un amonite…¿hace falta
presentar a Juan Carlos?.
El
poeta cumplía con rigor su visita de los
viernes y esta rutina nos arropaba. Nos sentíamos seguros en ella, flagelados
por tanta incertidumbre. Los fines de
semana las consternaciones se daban a la
fuga mientras afuera, el caos.
Una
de esas tardes de otoño, rumbo a la
callecita Florida, algo convocó la atención del vate en la cubierta de lajas
del Colegio Héctor Ayax Guiñazú. En una
de ellas, con prodigiosa precisión, se advertía la impronta de un molusco en la
piedra.
Era
un círculo perfecto con un diagrama
interior que poco más tarde maravilló a Raquel por su belleza y desplegó
el asombro de los niños que , esa misma noche, bautizaron el descubrimiento
como “el amonite del Penca”.
Durante
muchos viernes y algunas otras derrotas
el “Flamenco Bustriz” dio cuenta
de los avatares del bajorrelieve junto a un generoso inventario de solicitaciones a las musas y andanzas de compadres.
Luego
vinieron otros otoños y Juan Carlos se internó en ellos embriagado de
distancias. Todavía anda por
allí.
El
amonite fue, desde entonces, un tesoro cuyos arcones abrimos de tanto en tanto
solo por el placer de ver en otros ojos niños las miradas de embeleso que nosotros mismos habíamos experimentado en
las farragosas postrimerías de los setenta.
En
el primer día del nuevo milenio visitamos a Juan Carlos obedeciendo a una vieja
promesa y, entre otras cosas, ofrecimos detalles de la perdurabilidad de esta cicatriz del
tiempo.
Entre recuerdo y recuerdo, le informamos que nuestras excursiones a la muralla del
Colegio Ayax Guiñazú se habían acrecentado a partir de una certeza que
desplegaba la enciclopedia: la piedra pizarra se compone por capas y ellas, a
menudo, se desprenden dejando al descubieto sus misterios.
-Como un
cuaderno que se deshoja..
-Como
una forma de conversar de la naturaleza
Bustriazo
brindó por ello y por los incipientes pasos de nuestro primer nieto, Fermín, que hace poco inició su ciclo
escolar en el mismo colegio que preserva
“el amonite del Penca”.
Como
era previsible, en esa especie de rito iniciático que padres y abuelos cumplen
cuando los vientos son propicios, una tarde sin más señas regalamos a Fermín la
historia y la localización del secreto.
Él
escuchó en silencio y con las cejas arqueadas. Luego, se puso a examinar palmo
a palmo los cientos y cientos de placas
multiformes hasta que, para nuestro estupor, indicó la localización de un nuevo
amonite. Y otro más, a pocos centímetros del primero.
Desde
entonces, asoman en nuestras tertulias consideraciones acerca de los enigmas de la piedra y los insondables universos
de las causalidades. Aconteceres de las
pequeñas cosas, humildes felicidades
cotidianas en las que ahora se hacen presentes, diáfanas y vehementes, menciones
recurrentes a “los amonites de Fermín”.
Aún
no hemos visitado a Juan Carlos para relatarle la novedad.
Aguardamos,
quién sabe, una caricia del aire, algún ademán del alma, probablemente un
quiebre del horizonte que oriente acerca
del momento más adecuado para imponerlo de estas revelaciones de la piedra.
Hasta
que eso suceda el tesorero del Club Atlético Positivista podrá inquirir, quizás
en los arrebatos de una crispación utilitaria, para qué diablos sirve todo esto.
Mientras
alumbre otra respuesta balbuciremos
voces acerca de la imaginación o la memoria. Búsquedas, tal vez una tímida ponderación a Epicuro ...
...O
mejor, argüir que esta cuestión de los amonites sigue siendo un buen tema de
coloquio para ciertas tardes de otoño en que el desconsuelo o la angustia penetran
por la radio.
diciembre 2004