Roberto Fontanarrosa percibe la expectación de los asistentes al II Congreso de la Lengua Española y en su interior engorda una sonrisa. Luego, con firmeza y desenfado, dicta una absolución plebeya para las malas palabras. Hay picardía y enjundia en las formulaciones que, a medida que crecen, promueven sorpresas, sonrisas y hasta carcajadas. Al cabo del exorcismo la audiencia aplaude, liberada. El rey de España contempla un cristal de sal
descendiendo por la mejilla de Sofía mientras exclama, estremecido, ¡qué lo parió!
descendiendo por la mejilla de Sofía mientras exclama, estremecido, ¡qué lo parió!