sábado, 2 de noviembre de 2013

El hombre que volaba y los Trogorditos


Hace mucho tiempo, en un lugar lejano, muy lejano, había un hombre que volaba.
El hombre que volaba causaba la sorpresa y alegría de los chicos y la envidia de sus mayores.
Los mayores de la tribu de los Trogorditos rascaban sus cabezas, nerviosos al no entender cómo alguien que no fuera pájaro pudiera volar.
Así fue pasando el tiempo.
Días, semanas,… años…
Y, mientras los chicos se maravillaban ante el hombre que volaba , los Trogorditos grandes seguían alborotando sus cabelleras.
Hasta que un mal día los hombres envidiosos miraron sus cabezas en una lagunita...
¡Ay!, gritaron horrorizados.
En el espejo de agua comprobaron que, de tanto insistir, se habían quedado sin pelos.
Los chicos comenzaron a reír al ver tantos pelados.
También rieron los pájaros, los perros, los loros y las ranas.
El hombre que volaba dejó de hacerlo, tentado por tanta peladura. Su panza se movía con las carcajadas y, para evitar caer, no tuvo más remedio que apoyarse en las ramas de un árbol inmenso.
El árbol también reía agitando las ramas.
Ante tanto festejo los Trogorditos señores (que seguían sin entender cómo alguien que no era pájaro volaba como un pájaro), se enojaron.
Colorados de rabia espantaron a los perros, los loros y las ranas que reían.
Al árbol le cortaron sus ramas .
A los pocos pájaros que atraparon los colocaron en jaulas. Más tarde pusieron en penitencia a los chicos que aplaudían.
Intentaron apresar al hombre que volaba pero, claro, no pudieron alcanzarlo.
De esto, como dijimos al comienzo, ha pasado mucho tiempo.
Tanto, que al árbol le volvieron a crecer las ramas y las crías de los perros, los loros y las ranas vuelven a corretear por el monte y la llanura donde todos los pájaros son libres.
Todos están felices después de tanto susto.
El hombre que volaba ya está viejito y se divierte contemplándolos desde las alturas.
No está solo. Como se iba poniendo anciano les enseñó a volar a los niños que aplaudían.
Esos niños ahora son muchachos voladores que por las tardes juegan al fulbito en los campitos y luego suben a dormir recostados en la luna creciente.
Cada tanto, cuando están aburridos, hacen pis hacia abajo tratando de acertar a unos puntitos brillantes que resplandecen allá abajo.
Son las cabezas de los Trogorditos que siguen reluciendo por tanto fregar.


(de la serie relatos para nietos)

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