Teófilo
Ivanowsky deserta de la milicia y se transforma en linyera. Allá, en
Montevideo, renuncia a una historia e
inmigrantes junto a sus documentos .Se introduce luego en los
caminos del país vecino que
tropieza en las incertidumbres de su
organización. Teófilo trajina, sin prisa y sin pausa, huellas y años hasta que
recala en los andenes de una estación que lleva su nombre. Nunca imaginó (él,
que hizo de la imaginación una religión) que aquellos documentos abandonados en
Montevideo convertirán a otro don nadie en
un guerrero, un héroe del proceso nacional que a su muerte sería honrado
con un decreto de denominación de un pueblito ignoto de la Pampa Central. El nombre de Karl Reichert quedó extinguido
en una leva de los pagos de Azul,
engrosando las infinitas sepulturas de
la historia. Edgar Morisoli hace justicia con ambos en un relato donde la
poesía también honra estas bisectrices de la vida, estas coincidencias
cósmicas, estas armonías de la existencia que uno-por insondables
imperativos de la síntesis - titula, simplemente, “rimas”.
La memoria es un tatuaje del alma. Se lleva en la conciencia y obedece a sus dictados. Indeleble, eterno, nos dice quiénes fuimos y revela lo que somos. Testimonio para presentir destinos y decidir qué haremos
domingo, 26 de enero de 2020
jueves, 16 de enero de 2020
Isidoritos del PRO
Charly acarició la idea de una
recreación condenatoria de una de las facetas más inhumanas y feroces de la
dictadura. Mercedes supo de ella y lo persuadió de abandonarla dejando
constancia de que la reiteración, ya no como tragedia sino devenida en farsa (gracias Marx (), dilataba y reeditaba
el drama en el seno de un conglomerado que no termina de lamer sus laceraciones .
Las heridas, ya se sabe,
cicatrizan mejor cuando se las expone a
la luz del sol.
Esta consideración es la que
presidió las lucubraciones de miles de
argentinos ante lo que los más piadosos definen como una excentricidad de mal
gusto: arrojar un animal desde un helicóptero. No es un cuento chino, ese
pasaje cinematográfico de una ficción encantadora: es la ejecución en vivo y en
directo del nuevo pasatiempo de las clases altas de la sociedad. Sectores
saciados, encarnaciones del privilegio, que matan su aburrimiento con lo que, ellos
conjeturan, son divertimentos hasta que pase el estío y retornen a su ocupación
central: vivir al país.
Proxenetas de los country no quieren a la Argentina para volcar en ella sus esfuerzos, se la
apoderan para gozarla.
No son forasteros en la historia
nacional, estos mequetrefes. Herederos de la década infame, reinado del espolio luego del
vergonzoso acuerdo entre Roca y Runciman.
Exégetas actuales de aquel momento histórico en el que hubo razones sobradas al acuñar el término “vendepatrias”
Nada fortuita la hermandad con la deuda contraída hace pocos meses, en el marco de la gran rifa de la soberanía nacional.
Nada fortuita la hermandad con la deuda contraída hace pocos meses, en el marco de la gran rifa de la soberanía nacional.
Simetrías que nos conducen a
rememorar aquellas jornadas del treinta
y de la ignominia que, entre otras cosas, alumbraron el nombramiento como “Sir” de un ciudadano
argentino, Guillermo Eduardo Leguizamón. “Sir” William, caricia de la corona
británica, por su abnegada contribución a la entrega.
Petimetres de la primera escuela,
usaban las cucharas y tenedores del Petit Paris , una arrogancia que luego
repetirían en algunos salones de la vieja Europa, para estampar en el techo
rebanadas de manteca. Los cartoneros de ese tiempo galvanizaron su indignación
bautizándolos “petiteros”. El ingenio de
un funcionario actualizó el epíteto conceptuando al
“domador de reposeras”.
Crece la sospecha que las
palabras tienen una reticencia y acaso el del
episodio del autogiro, sustraído de su cometido de socorro (o desalojador de presidentes)
requiera de un examen más riguroso de sus subjetividades. Aspiraríamos,
ciertamente, a que promueva articulaciones
que soslayen el escueto umbral de la
bronca.
El debate no es si era cerdo o un
cordero. Ni siquiera si vivo o muerto. Nada fructificará de un cambio de ideas,
una reflexión plebeya, que excluya la ponderación
de que en ese animal volcado a las suntuosidades de Lara
Bernasconi, habita una de las formas en
que el poder real se expresa: “seguimos aquí”, “hacemos lo que nos canta”.
Desde la matriz de la grieta, con
la misma lógica, Calígula nombró cónsul a Incitatu, su caballo.
Pues bien, tal vez la digresión
genere, siguiendo la exposición de Aníbal Ponce, nutrientes para los nuevos deberes
de la inteligencia. Su revitalización acaso nos dote de nuevas energías contestatarias.
El develamiento de un nervio ignorado que se subleve ante esa fuerza poderosa,
temible antagonista, con que la
indiferencia embaraza a la costumbre.
viernes, 10 de enero de 2020
Los que mataron a Nisman
Laura
Alonso, con su frenesí telefónico.
Ronald
Noble, con una desmentida.
Kirchner,
designando aStiuso.
Stiuso , con
un mutis por el foro.
Waldo Wolff,
con una teoría.
Bogado, con tres
líneas de un informe trucho.
Rafecas, con
un rechazo.
Cristina,
con un memorándum.
Justin
Webster, con su corrección política.
Gendarmería,
con una pericia.
D Elía, con
su verborragia.
Carrió, en
una epifanía.
La triple frontera, con su leyenda.
Bullrich, derribando
el record de Alonso.
Hezbollah ,
con su silencio
Lanata, con
un set de TV.
ClArin, con
cien tapas.
La Nación,
con noventa y nueve tapas.
Kurt Cobain,
dando letra.
Majul,
copiando a Lanata.
Arroyo
Salgado, con una conferencia de prensa.
Peritos de
Arroyo salgado, con su fidelidad.
Diputados,
anticipando “tapones de punta”.
Stornelli,
proclamando l “Todos somos Nisman”
La Corte,
con sus afonías.
LA DAIA, con
su sumisión a la CIA.
Revista
Noticias. con una foto y un marcador.
El propio
Nisman, con un dictamen berreta.
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