“Si
ves al futuro dile que no venga…”.
JUAN
JOSE CASTELLI
No sin pesar buena parte de los protagonistas de la
generación de los sesenta y setenta (“liberación o dependencia”, “no pasarán”,
“la imaginación al poder”) reconocen su desliz al predicar la certeza
de que el anhelo de una patria distinta y mejor era inexorable. Dicho en otras
palabras: que la revolución constituía un hecho inevitable, como si concurriera
una suerte de determinismo que así lo estableciera fuera de nuestra voluntad.
Ahora, admiten que, para que se produzca un proceso insurreccional,
resulta indispensable, además de las condiciones objetivas y subjetivas
adecuadas, tener a mano teoría y prácticas revolucionarias y sustentarlas en el
tiempo. Conclusión didáctica: para que el cambio se produzca hay que trabajar
por ello. En todo caso porque la contrarrevolución es preexistente y, desde el
fondo de la historia a nuestros días, cuenta con aportaciones teóricas
primordiales.
Los jacobinos de mayo lo sabían. Por la tarde se internaban
en Rousseau y por las noches repasaban al conde de Maistre.
Por aquí persisten los epígonos de Fukuyama dictando
cátedra.
La desaparición física, del escenario emancipador, de
Mariano Moreno, el acoso a Castelli y Belgrano constituyeron, si no los únicos,
al menos algunos de los elementos cardinales para que a partir de enero de 1811
lo que fuera revolución trocara en derrota. Primero Saavedra, luego Rivadavia y
Mitre se encargarán de que así sea. Y las corporaciones, claro. La práctica
esterilizadora vino a completar, con otros procedimientos, la prédica y acción
de Liniers y los integrantes de CLAMOR.
Dos bandos en pugna, caso tres…
Osvaldo Soriano, en una línea de “Sin paraguas ni
escarapelas” lo sintetiza de manera incomparable: “uno quiere la independencia;
otro, la revolución”.
Tal vez porque existe una simetría entre el momento
político y la remembranza. Acaso porque el apotegma de los maestros es
irrefutable e irreversible “quien controla el presente controla el pasado”, los
fastos de esta década son más previsibles que nunca.
El bicentenario ya tiene dueño: el reformismo.
Las compulsiones
del calendario nos conducen a extremar durante todo el año la evocación del
período que la historia oficial, asumida como legítima por la sociedad toda,
define como “la revolución de mayo”. Quienes controlan el presente, empero, se
están ocupando –las evidencias se registran cotidianamente en la crónica
diaria- de mantener la caracterización del período pero al mismo tiempo lavar
su contenido.
De tal manera
Moreno será recordado por su fogosidad pero no por ser el que dará forma a esa portentosa
herramienta teórica y práctica cuyo esbozo pusiera en sus manos Manuel
Belgrano: el Plan de Operaciones.
Castelli perseverará como el orador
de la revolución. La alusión no se extenderá empero las acciones que lo
elevaron a la categoría de enemigo público por parte de la Iglesia.
French estará presente como lo que
la historia oficial lo condenó a ser: repartidor de cintas y no el chispero que
no vaciló en Cabeza de Tigre; mientras que a Monteagudo le escamotearán su
enorme, indispensable y actual reflexión
de Mártir o Libre para confinarlo como secretario de San Martín.
¿Vieytes?, una
calle.
¿Rodríguez Peña?,
un tango…
Al establishment le conviene que sea así. Si lo que se caracteriza
como revolución es, en realidad, la
sublimación de lo que vino luego
de enero de 1811, … si el repaso de la historia se agota en Billiken la proyección
de lo acontecido, entonces, no distará mucho de lo que en la actualidad se dice y se
practica. El silogismo es simple, de
esta manera todos se convierten en
revolucionarios.
En el bicentenario está,
entonces, predeterminada la disyuntiva de la opción. Y en estas coordenadas la
puesta en escena otorgará el protagónico a Mariano Moreno pero el guión será el
de Cornelio Saavedra.
No existen titubeos en
consentir que es posible vencer a la rebelión. Los manuales de historia abundan
en registros que así lo indican. Quizás como consuelo, reconforte saber que lo
que es imposible de dominar es la utopía revolucionaria, en tanto y cuanto ella
pertenece al universo de la imaginación colectiva. Sólo si los pueblos se
resignan a no soñar, entonces sí, todo estará perdido.
Moreno lo dijo de
manera magistral: “Si los pueblos no se
ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada uno no conoce lo que vale,
lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después
de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, ser tal vez nuestra suerte
mudar de tiranos sin destruir jamás la tiranía”.
Juan Carlos Pumilla
Abril
de 2010