Juan C.Pumilla- Norita Cortiñas |
Nos lisonjeó el rostro con las manos y
su mirada profunda completó la bendición. Nosotros, los ateos, consagrados en esa ceremonia plebeya. Austera, queda, henchida
de convicción y lucha. Luego fue a la calle
a decir, más bien gritar, por aquellos que estarán ahora y siempre.
Hasta la victoria.
Ella desandó distancias y volvió a dictaminar el triunfo de la memoria en el
sitio del tormento, los aposentos de los dueños de la vida y de la muerte que
media hora antes habían conocido su sentencia: ni olvido, ni perdón.
Hace dos años, agosto era más frío y el futuro incierto. Dos
inviernos se desangraron hasta alcanzar estos auspicios de primavera que tan bien nos
vienen, que tan bien nos hacen.
Con voz pausada
certificó estas conclusiones horas después, desde un escenario pletórico
de luces, pañuelos y emociones. Su
figura menuda emergiendo de las apasionantes páginas de un libro que la pinta
de cuerpo entero. Enorme, no se equivocó Fidel, porque no se trata de estaturas
sino de grandezas.
Luego se fue, pero sabemos que no es así. Sigue palpitando
en estas torpes líneas que intentan infructuosamente la obtención de una
metáfora afortunada. Un texto eficaz para la honra. Una línea auspiciosa desde
estos medanales que ya la extrañan, un pensamiento escrito que haga justicia a
la mujer, la luchadora que no ceja, compañera de mil luchas y dos mil rondas. Ella, paradigma de vida y combate.
¡NORITA!
El viernes 16 de agosto de 2019, hace apenas unos segundos, porque la medición del tiempo es arbitraria
en la conciencia, la vimos llegar montada en su mágico cayado. Amazona blandiendo su pañuelo verde, para corroborarnos – por si hiciere falta - la
inexorable obediencia a las leyes de la perspectiva. Ese dictamen inapelable que
la agiganta, cada vez más portentosa, a medida que nos acercamos.