A Teresa
Pérez, que no olvida.
Hay una fibra de desafío en los
ojos pardos, acaso cierta condescendencia,
mientras su silueta flamea sorteando las hornallas. El cáñamo que protege
sus plantas rubrica los pasos en el piso teñido de rojo. Pareciera que
juega a la rayuela con el chisperío tratando de evitar el asalto de una pavesa a los vuelos de la pollera.
Sabe, porque ha escuchado a
Bustriazo, un amanecer de melancolías y vino negro, la historia del gato yesca,
Humedece sus labios con la punta
de la lengua y un hilo de saliva queda hamacando en las comisuras. Lo quita y
con su dedo índice bendice la frente del capataz.
Allí, donde el barro se hace piedra y no hay como el
piquillín para engordar el calor.
¡Catequesis de los obradores, si
lo sabrá Teresa Pérez!
Los hombres que la contemplan han
abandonado, al verla , sus talantes taciturnos. Algunos celebran besando una redoma, otros hunden sus manos en los
bolsillos practicando con sus dedos un arqueo de los centavos que quedan de la quincena. Hay un anciano al
que las llamas han hipnotizado para trasportarlo a una parcela de su vida que
no tiene regreso.
A esta altura, con un poco de
suerte, Mareque liberará a la guitarra de su encierro y endiablará una brasita
de fogón.
Pero todavía no ha llegado el conticinio.
Un pibe seca el sudor de su rostro
con la gorra y su mirada se enhebra en el pelo cobrizo de la muchacha que ha
descubierto al poeta en la rueda: edifica una sonrisa en su semblante y se la regala, pródiga.
Quizás en
agradecimiento por un mote absolutorio, una indemnización poética que alberga el pasaje de Unca Bermeja,
funda un misterio para iniciados y pone
cimientos a la leyenda.
“ay mi casada de tornasoles
mi
algarroba de treinta sombras…”
-De
quién habla?
-
La chica, che, del pubis desolado
A medida que la noche se destila en sombras ella se hunde
en la fronda que marca la frontera con vehemencias
cercanas de la penumbra. . Lo hace otra
vez y otra…
Y así,…, en tanto el pibe de la gorra enjuga su frustración porque se ha roto el hechizo y
el hombre de las monedas pide un refuerzo que le niegan.
Resignado, pliega su mano para hebras de Caporal en la
cuna de papel arroz.
Crepita el leño, alborozado, disputando con las estrellas.
Luego compareció el tiempo de las lluvias, y
sobrevinieron otras tormentas. EL Penca
se introdujo en su ciclo Lila y el hada
de los hornos no tuvo quien la diga. Sucumbió, como muchas (salvo Rubiatango), ante una de las más eficaces y terribles
trampas de la existencia. La del olvido.
“..y en las hornallas hízose el
fuego
y
la gente bailó sonámbula
las
pirámides truncas moras
de
panes pálidos cuajadas
y
bailaron las bayas secas
de
los mollares enrojecidos
tan
en la música enlazábanse
tan
bien mirábanse a los ojos
el
quejón bailó levemente
y
llamábate en las zarzas
y
bailaron bichos azules
mariposones
bermellosos
bailaba
el polvo de la tierra
la
brisa toda acollarada
y
muy la noche hizóse el beso
y
heridas fueron las caderas
las
cinturas despelechadas
en
la barrienta hechicería
centella
verde no bajaste
y
empurpurada toda fuísteme!...”
Dicen que reía y su risa era canto en las quedas del
estío.
Dicen, también, que anduvo alimentando otros fuegos y
hasta cambió de rumbos, Por Anguil la
vieron, tal vez por Lonquimay. Magdalena
de las orillas, pobre en el pobrerío , herida
de impiedad y desamparo, se salva en una línea, del Juan Linyera o un poema de
laTei, referencias preñadas de cariño, piedad y redención poética.
Ella, Su majestad del obrador, dilapida su ardor a los desosegados.
Si viviera andaría pisando los ochenta.
De no serlo ,valga esta ofrenda en el altar de su memoria. Una esquela mínima que diga, por ejemplo, a la niña cuyo único pecado fue sobrevivir al gusano del
hambre.