sábado, 10 de junio de 2017

Por si acaso el olvido


Algo personal
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POR SI ACASO
EL OLVIDO

Cuatro  horas antes del llamado de Silvina desde Neuquén nos despedimos en la vereda de la callecita Florida. Guillermo (Guiye, de ahora en adelante) apeló a un viejo dicho heredado de su abuelo ”cuídense, que buenos quedamos pocos”. Era la cita obligada antes de cada emigración y todos la adoptamos pese a su incorrección. Porque los buenos son mayoría y los malos, aunque poderosos, menos. Y ya están  casi todos desenmascarados.
         Mirta completó la sentencia a su manera. Nos arropó las solapas, una caricia en la mejilla y el infaltable “abrigate que hace frío”.
         Aliviando  el momento, porque cada despedida augura ausencia, encomendaron un saludo “a todos los que nos conocen”. A cuatro días de distancia queda en evidencia la futilidad de la solicitud. Porque los que los conocen son centenares, miles, que en estas horas no cesan en sus invocaciones en los medios, en las calles, en las redes sociales.
         Allá, la ruta 1 cimentando  una celada.
         Por la mañana habíamos compartido dos pavas de mate repasando ilusiones, fraguando propósitos y concibiendo una  vuelta en  julio. Raquel los sorprendía con su último bordado y Mirta preguntaba si le habría gustado el dulce de higo a Marielita. Charlas de familia fundadas a lo largo de casi cuatro décadas y un itinerario común  que se proyecta en los hijos. Porque Silvina tiene la edad de Rayito, Pablito de Lihué y Eduardo apenas es un poco mayor que Nahuel.
         De eso conversábamos con el Tuqui  y la Calandria cuando el día después marchamos a Guatraché a inaugurar  un  abrazo con Tuchy (cada vez más parecido a Don Guillermo) en una efusión tan prolongada como silenciosa. A veces, ya se sabe, abruman    las palabras.
          Teresa ya estaba allí con Mati, Maris Nora, Hilda  y los demás. A esa altura algo intangible nos mordía los talones del corazón.
         Tuchy salió al rescate con una apostilla acerca de que le gustaría retornar  al Perú, en especial al Valle Sagrado. Fue la ocasión para subrayar  que el Guiye había expuesto una propuesta similar el día anterior .Regresar a los sitios donde la felicidad nos había tocado el hombro.
         El comentario indujo a la  reminiscencia: hace dos años  fuimos hasta Tihuanaco compelidos por  entregar un ejemplar de El Mito en Armas. En aquella ocasión los cuatro votamos para decidir quién habría de ser el guenpín del grupo. La opción de  Guiye perdió por mayoría de manera que instantes después, un puñado de turistas  intrigados y lugareños advertidos se congregó  en la puerta del sol para escuchar a un hombre que, hablando de Castelli, fue Castelli. Encendió un actualizado pregón jacobino. Ferviente y sustentado soliloquio en armonía con una producción intelectual extraordinaria que desborda con creces el hogar de la  avenida  Zeballos donde fue concebido. Ese  refugio  que con tanta ternura y precisión describiera hace unas horas Mara Ferrari.
         Comenzó a llover. Las gotas caían como lágrimas  sobre el pavimento del paseo central. Prontamente llegaron  los chicos, Pablito, tras su combate contra las impiedades de la burocracia, Silvina y Luciano, desde Neuquén,  Eduardo, Carmina  y sus amigos, venidos de  Buenos Aires.   
Y la memoria fue un abrazo.
         Con ellos nos fuimos a la casa a repasar momentos tratando de hacerle un corte de manga a la nostalgia. El comedor se entibiaba a medida que crepitaban los leños. Raquel descubrió con sorpresa que el grabado  sobre Hebe y sus luchas ya estuviera enmarcado. Se lo llevaron apenas hace dos semanas. Ha sido ubicado junto a la música, frente al hogar, en la misma pared que cuelga, inamovible, el lazo de don Justo Tapia que el Bardino dejara en custodia una noche de vino negro y milongas con la sexta en Re.
         “No puede ser/no debe ser…”
         En la habitación interior Silvina acariciaba un teclado trajinado intentando un texto de contingencia mientras que más acá la Negrita se volvía a encontrar con su rostro en el cuadro que, junto a Raquel y Mirta, pende de la pared de los registros familiares.
         La tarde se derrumbaba cuando nos regresamos. La recomendación del abuelo todavía pendía en el umbral. Luego cumplimos con una especie de exorcismo pagano en el espacio   que hemos elegido como final de camino. Resulta cerca, en el medanal que se dilata rumbo a los dominios de Nahuel Payún. Es un predio que hospeda cincuenta y pico de caldenes  y renuevos.  Acordamos  imponerle un nombre a cada uno de ellos y Mirta y Guiye poseen el suyo. Lo eligieron en una localización  en la cual las calandrias acuden a curiosear cada vez que arremetemos  contra las rosetas .La vara se va engrosando y ya tiene copa...  Seguirá así como una prórroga  de vida. Estas líneas tiene ese objetivo. Informar a los chicos que hay un legado que les pertenece y algún día se proyectará en Joaquín y Luisina, en _Sofía y Cami, en los otros dos nietos del corazón. Al principio Mirta se resistió objetando que acaso no hubiera caldenes suficientes. Serenamos su inquietud de inmediato.  Porque si no bastaren allí están los pájaros y sus germinaciones. Y también nosotros, para hundir  semillas que algún día se extenderán  en  frondas en una marcha  raudal e invencible abriendo paso  por la ancha y venturosa   avenida de la dignidad y la coherencia.
         El jueves no estuvimos. Pero estuvimos. Forzamos el oximoron solo para poder mentar  la semblanza del Basko o al Pedrito Cabal en tono de milonga, Fueguito inflamando  quetrales y Teresa correspondiendo  al poema de Pablo con otro que brota como eterno surgente de una obra en construcción. La voz ronca de Negrita se alzó en una honra a los habitantes de la rubia espesura. Sapito y Cachín, dos pulsos, dos temples, que  más…
         Y al punto, los chicos. Empeñados en ser fieles a un mandato implícito. Valientes, comprometidos. Hijos de tigre.
         Y de leona.
         -¿Qué sale de un tigre y una leona?
         -Ellos. Ese tipo de hijos.
         La casa del bicentenario  henchida por las  emociones. Vecinos, amigos, familiares. Músicos, escritores, estudiantes. Todos, la levadura de una obra portentosa, una ofrenda  espiritual que nos compromete una y otra vez.
 Y otra.
 Cada vez que suenen  los  acordes de  una cantata , se alce una proclama  o  cierre un puño por los expulsados de la Mapu. Cada vez, decimos que un cauce se sepulte, con  su  secuela   de  hambre y sed,  comparecerá el Guiye, su  obra en ristre, como un Cid redivivo,  inquiriendo   qué somos, para indagar qué hacemos por  el  patronato de un destino común  que siente sus reales, eterno e inexpugnable, en  el inexorable  Ministerio de los Buenos.
        

        





sábado, 3 de junio de 2017

Acaso una metáfora

La Mujer Maravilla comenzó a girar y una estela de reflejos salpicó las paredes. Desde un rincón, el Hombre Invisible la contempló con envidia.

(de la serie de microrelatos)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...