La memoria es un tatuaje del alma. Se lleva en la conciencia y obedece a sus dictados. Indeleble, eterno, nos dice quiénes fuimos y revela lo que somos. Testimonio para presentir destinos y decidir qué haremos
domingo, 31 de marzo de 2013
martes, 26 de marzo de 2013
Cotidiano
El hombre penetró en el cuarto de
baño. El espejo le devolvió la imagen de un rostro duro, de ojeras
pronunciadas, la boca contraída denunciando ese extraño rictus que refleja en
forma singular el cansancio asociado a una de las formas del placer. No hay
manera exacta de definirlo: es la fisonomía que revela el arquitecto cuando
culmina con la trabajosa descripción de la sala de los sueños, o el albañil,
cuando ejecuta la última hilada de la morada que servirá de cobijo a su
familia; o el carpintero, cuando examina a un metro de distancia la cuna de su
hijo.
No se trata del semblante que emerge como consecuencia del deber
cumplido, perfil que está más asociado con la obligación y para el cual existen
líneas faciales reconocibles. No, es una expresión de la que emana cierto aire de bienestar, de
gozo por lo realizado más allá de su proyección.
Algunos estudios de la condición
humana sostienen que esta forma
particular es apreciable con mayor
nitidez a través de los ojos. Pero los ojos de este hombre no explican
nada. Explora escrupulosamente cada
pliegue de la cara y siguen con atención el escrutinio que de la incipiente
barba realizan sus yemas.
Quitó su camisa, la examinó a trasluz y
refregó con severidad un diminuto lunar
ocre que desarmonizaba la impecable trama de la pechera.
Un hombre prolijo.
Con esa economía de movimientos de que
suelen hacer gala los atletas, colgó la prenda en la percha asida a la cortina
de la bañadera. Luego, tomó la máquina de afeitar eléctrica y comenzó
a rasurarse cuidadosamente.
El murmullo del artefacto y la mirada
depositada en el espejo no le impidieron advertir a la mujer que
silenciosamente se había aproximado al umbral, desde donde lo escrutaba con atención.
El silencio de la mujer no se prolongó
demasiado.
-¿Hoy también? Yo no aguanto más
¿sabés? –dijo con voz que se reveló cansada.
El hombre no contestó. Examinó
críticamente la línea de sus bigotes y continuó con la tarea.
La mujer insistió.
-Estoy esperando una respuesta. Ya sé
que me escuchaste.
Un destello de
irritación brotó en la mirada
tras la demanda.
-
No me
preguntaste nada. Andá a acostarte que todavía es temprano y yo estoy cansado,
-
La precisión de
la réplica no amilanó a la mujer.
-
¡Claro que te
pregunté! Te estoy diciendo si vas a seguir así ¿Te parece justo? Una. Dos
veces, vaya y pase… pero esto ya es demasiado. Tenés que darme una explicación.
El hombre frunció las cejas contrariado, apagó la
máquina y se enfrentó a la mujer.
-
Ya te expliqué,
tontita, tengo mucho trabajo y son cosas que vos no entendés. Cortala che –dijo
con el mismo tono de voz que al comienzo.
-
No me trates
como a una nena, no intentés endulzarme. Ya estoy cansada de todos estos
plantones, sin saber nada de vos, de tantos misterios ¿Me entendés?
-
Te trato como a
una nena porque sos una nena. Y a las
nenas no hay que darles muchas explicaciones. Andá a dormir.
La mujer no vaciló.
- Vos estás cambiando ¿sabés? Y lo peor es que no te
das cuenta. Sos otro y no me gusta nada. Además, tengo derecho a que me des una
explicación. ¡Te exijo que me digas en qué andás!
El hombre meneó la cabeza y su tono de voz se hizo
aún más grave.
- Ya te expliqué. Tengo mucho trabajo y estoy cansado,
así que cortala. No te lo voy a andar repitiendo- murmuró entre dientes.
- ¡Y te parece que yo me voy a conformar con eso! Pues
estás muy equivocado. Vos hoy no te vas de acá sin una explicación. Ya bastante
con lo que me hiciste la otra noche, que me lo trague y no dije nada.
- Ya te aclaré que lo de la otra noche fue una locura.
Perdoname, debe haber sido el vino que tomamos; no se, ya…
- ¡Perdón un carajo, esa también me las vas a pagar!
Pero ahora es otra cosa. Vos a mi no me jodes más… me decís ahora mismo en qué
andás…
El hombre desistió de una nueva repasada a la frontera de sus patillas. Su voz sonó
seca y dura.
-
No me cansés,
haceme la gauchada. Andá a la cama y dejame en paz.
-
Vos en la cama
no me vas a ver nunca más. Ahora te estoy exigiendo una respuesta –replicó indignada…
El hombre la contempló apreciativo. Sus ojos bajaron
por la bata entreabierta hasta el ombligo. Se detuvieron un instante en el
contorno de sus caderas que la tela cubría precariamente, siguieron luego por
las pantorrillas hasta los pies descalzos. Una sonrisa incierta se abrió paso en su rostro.
- Yo en la cama te voy a tener todas las veces que quiera,
no me hagas enojar y hacé lo que te digo.
La mujer estalló.
- ¡Basta! Me entendés, ¡basta! Vos te crees que a mi me
vas a tomar el pelo. Enterate: andá decidiendo ya mismo si me vas a dar una
explicación o tendrás que arrepentirte.
Hubo una crispación, acaso una irradiación de alerta violentando el ambiente.
-
¿Qué me querés
decir con eso?
- Lo que escuchaste; ya mismo me vas diciendo. Yo no me
trago todas esas cosas del trabajo extra y que estás recargado y que…
El hombre la tomó de los hombros, la miró fijamente a
los ojos y le dijo suavemente:
-
¡No te pasés de
vueltas, nena, no juegues conmigo!
Ella intentó desasirse pero no lo logró.
- El que jugás sos vos, que andás en algo y no me
decis. Qué ¿me estás poniendo los cuernos?
- No seas boluda, si te pusiera los cuernos ya te hubiera
rajado.
- Y entonces… - irrumpió en sollozos- por qué tantas
vueltas.
- Ya te dije, estamos recargados. Eso es todo.
La mujer alzó la cabeza con cierto aire triunfal.
- ¡Ves que me mentis! Sos un jodido. Anoche hablé con la guardia y
me dijeron que ya habías terminado con tu turno.
El hombre la soltó y sus pupilas se agrietaron.
- ¡Eso hiciste! Te dije que ese teléfono sólo lo usaras
para una urgencia.
La mujer no contestó y lo enfrentó desafiante. Desoyó esa imperceptible
campanilla de alarma que preanunciaba el peligro. Una tenue luz comenzó a
introducirse por la claraboya anticipando el amanecer.
El hombre permaneció ensimismado. Las lágrimas y la firmeza de ella
desplegaban una cuota de sensualidad que
lo excitaba. Luego, lentitud, tomó nuevamente la afeitadora. Le quitó la cubierta
protectora y puso al descubierto su
interior. En un rápido movimiento terminó de abrir la bata de la mujer que solo
atinó a retroceder un paso.
-Así que querés conocer en qué cosas ando. Bueno.
Ahora te vas a enterar.
(De Crónicas cortas de un tiempo largo)
sábado, 16 de marzo de 2013
mujeres - Felisa
A Paulino, Soa y José
Felisa es una niña para los ojos curiosos del que visita las orillas
de esas extensiones en las que Tomás Masón fundará su aldea. Etérea, bordea una
ceja del monte, indiferente a las expectaciones
del petimetre que escolta al
patrón por su dominio. Pies desnudos en
el medanal, silbos aspirados y un chamal
que ondula cada vez que se inclina a recoger florcitas de verbena para
engalanar el aduar que comparte con
Mariano Rosas.
Ella
se siente mujer y nunca tuvo dudas. No ignora
los secretos que se deben
conocer a su edad. Y sabe aún más: que
es diciembre porque ha salido la última luna.
Descifra sin esfuerzo las
recónditas propiedades de las hierbas
salvajes; cuál es el color de las plantas tintóreas. Ha asimilado que la vida es como el fuego, se
vuelve cenizas si uno lo apura. Además, le
han enseñado que según las hojas del árbol es el rumor del viento y que
la libertad es un pájaro en vuelo.
Magisterios de la diáspora,
aprendizajes del desamparo.
Luego vendrán los vientos empujando
al siglo y Paulino Ortellado imaginará
para ella una elegía con la sexta
en Re que acaso evoque al ocaso pampeano.
Ñamtruy, revoltosa, de qué lugar
recóndito vendrá su nombre, cuáles las
honras.
Anciana, arquea su figura por una
esquina de Villa Tomás Mason y un niño asombrado, Osmar Sombra, se pregunta
cómo sobrevive el raído sacón oscuro que le conoce desde que tiene memoria.
Felisa ríe y su risa chispea en el sol. En el cielo, un águila le ofrece
su pecho altivo cada vez que sobrevuela y ella verifica una vez más que los dioses la acompañan. A lo lejos, los
hombres loncotean y festejan vaya a saber qué cosa que el visitante no alcanza
a comprender.
La vieja se inclina trabajosamente
en la silla y cada tanto levanta con dedos rugosos los párpados que le pesan.
Comprueba que los niños están allí corriendo en las anchuras arenosas del baldío y retorna a su ceremonia
interior de silencios y recuerdos. En sus tiempos, cavila, a los niños no había
que controlarlos, bastaba con enseñarles a conquistar la vida.
La tarde abraza el campamento y
Felisa ayuda con el hogar para no
privarse de la maravilla cotidiana de las brasas crepitando. El fuego también
está contento, certifica, y se queda pensando en esa rara sensación que la
inunda y que sólo muchos años más tarde conocerá bajo el nombre con que algunos
la denominan: felicidad.
El niño de los ojos de asombro ve
partir a su abuela acompañando a la anciana y se pregunta dónde irán, de tanto
en tanto, hacia el centro de la pequeña ciudadela que hace pocas décadas ha
cumplido sus primeros cincuenta años de vida ¿Para qué ir al centro si aquí en
la villa tenemos todo lo que uno puede necesitar, hay luz eléctrica, agua buena
en el aljibe, pasa el lechero y si uno quiere y se acostumbra, don Luís le trae
unos pejerreyes de La Dulce?
Ñamtruy entona una canción que viene desde lejos y la
letanía penetra en el corazón del monte, se eleva con languidez en la esperanza y se prolonga en el son de
las calandrias.
La vieja de los párpados pesados
decide que ya ha visto demasiado y los levanta solamente para despedir al
águila cuya cruz alcanza a percibir tras
la ventana del humilde ranchito de Río Negro y Jujuy. La casa de los Uhalde,
que décadas más tarde integrarán el inventario más atroz de la ferocidad.
Aquel niño, conquistador de baldíos y
amaneceres holgazanes en otoño,
ahora es un hombre que pinta con la paleta terrosa de estas dilataciones. En algún momento de su
vida se detendrá en un retrato, una hechura bermeja para la vieja del imperturbable saco de lana
gruesa. Para la niña del salitral, la Felisa, hija de Francisco Paillagner y Juana Meligner,. heredera de los
zorros.
Ñamtruy, ¡qué lindo suena!. El eco reverbera
en los costados de una ciudad dormida.
Acaso algún día, en el ciclo que se inicia, germine en los potreros de la villa una reminiscencia
por la anfitriona del festival de
las verbenas.
(del libro El Ciudadano)
viernes, 8 de marzo de 2013
Las huellas de la dictadura
CICLO DE CHARLAS Y DEBATE SOBRE HISTORIA REGIONAL
HISTORIAS de LA PAMPA DESCONOCIDA
AS VENAS ABIERTAS
Viernes 16 de setiembre de 2002.
Última exposición a cargo de :Juan
Carlos Pumilla
Tema: "Las
huellas de la dictadura"
María S. Di Liscia: Bueno, vamos a dar lugar al tercer panelista
de la noche, que es Juan Carlos Pumilla. Periodista y Escritor, miembro de la APE, fundador del Movimiento
Pampeano de Derechos Humanos, autor del Proyecto presentado ante la Justicia
Federal para establecer las causas de las desapariciones de Pampeanos durante
la Dictadura. Y coherentemente, en este ciclo, Las Venas Abiertas, Juan Carlos
nos va a referir: “Las Huellas de la Dictadura”.
Juan C. Pumilla: Soy miembro co-fundador, no fundador del Movimiento de Derechos
Humanos.
Quiero agradecer a Norberto
Asquini, quien le puso el título a esta intervención y la llamó “Las huellas de La Dictadura”. Me parece
que es un título correcto o feliz, afortunado. Porque las huellas son marcas,
son caminos, son huellas de ida y vuelta.
Voy a hacer un esfuerzo para no superponerme con lo que ellos han dicho,
porque si les cambiamos los años y los nombres, esta es la base del informe que
yo podría dar sobre la etapa que me toca comentar. De manera que para hacer más
liviana, más breve mi charlita, voy a
proponer a la reflexión posterior y al debate, (que ojalá se genere), algunos
puntos de vista. Consideraciones, conclusiones didácticas, con la esperanza de
poder desarrollarlas con mayor amplitud
y por mi parte, además, poder defenderlas, les parece?
La primera cuestión es que,
los treinta mil desaparecidos, entre los que se encuentran desaparecidos
pampeanos, no son, no fueron el objetivo. Fueron el requisito. El presupuesto
que requería la implementación del plan de postración de la soberanía nacional.
La segunda cosa, ya que estamos
con historiadores, es que me parece que aquí
se perpetró -en esta etapa que me toca describir- un doble agravio: a la historia y a la
historiografía. Porque se adulteró la verdad, se elaboró un discurso falaz al
mismo tiempo que se quemaron pruebas de la práctica sistemática del horror.
La tercera cuestión, se refiere a la “isla de paz”.
Hay quienes sostienen que La Pampa estuvo ausente del mapa represivo, en razón
a la no confrontada versión de que la
mayoría de nuestros desaparecidos, fueron desaparecidos en otros lugares. Esa
tesis se esteriliza con la verificación fehaciente de la coordinación
represiva.
La última consideración de
esta introducción: nadie sabe hoy, cuántos son nuestros desaparecidos, cuál es
el número de nuestros muertos, y en qué circunstancia fueron desaparecidos y
muertos. Esta es nuestra asignatura
pendiente y hasta que no la saldemos prevalecerá la injusticia y consecuentemente
el discurso mentiroso de los
victimarios.
No desaparecieron, como arguyó
Videla, “no están, no existen” en ese
célebre discurso, Nos los desaparecieron.
Como sostiene nuestro amigo, Daniel
Bilbao en el Ensayo sobre las sociedades del silencio, el olvido y la memoria,
nos desaparecieron a nosotros. Nos
faltan a nosotros. Tienen nuestras edades. Podrían formar parte de este
público. Pero no están. Sólo tenemos sus ausencias. Y ni siquiera podemos
contabilizarlas.
Bueno, estos son los puntos
que estoy proponiendo para el debate posterior. Vamos a la charla.
Cuando estaba pensando qué decir en esta
intervención, fui socorrido por una cita inserta en esa revista, interesantísima, que se
llama Quinto Sol. La cita... en realidad
tropecé con ella, al leer un trabajo buenísimo, que recomiendo, de Jorge Saab y
Laura Sánchez..., y la cita, digo, es de
Heller. Presumo que se refiere a Agnes
Heller, cuyos ensayos sobre las necesidades del hombre con tanta devoción
leíamos a fines de los setenta. Estas necesidades, que son, básicamente, la
libertad y la felicidad. Quizás después,
podamos extendernos sobre cómo se produce esta contradicción entre las
necesidades de libertad y felicidad y quienes se oponen. Esto es lo que ha sido
el hilo conductor de las dos exposiciones anteriores. Pero en lo que concierne a este panel la
reflexión de Heller es que una historia se convierte en pasado cuando se narra
a partir de su conclusión, y esta conclusión puede ser absoluta o relativa,
pero es relativa por que se narra aquí, y ahora.
El narrador, la dice en el
presente y reímos o nos emocionamos o lloramos en el presente. Revivimos y convertimos
las cosas del pasado al decirlas en el presente.
Y vieran qué acertado, cuánta veracidad encierra este pensamiento;
cuando este pasado, que ilusoriamente pensamos que dejamos atrás, irrumpe de
pronto en una pared de Santa Rosa. El espectro de la iniquidad asoma cuando alguien escribe, ¿Zurdos?, con total
impunidad, en el frente de una calle de Villa del Busto, aquí, en Santa Rosa.
Bueno, a partir de esta consideración
les cuento entonces, una breve historia, sobre marcas, huellas de la dictadura
en La Pampa.
Hace siete años, en ocasión
de un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, entrevisté a María Tartaglia.
Les presento a María Tartaglia:
Es hermosa y buena, vive en la
calle Estrada y está sola y espera. Tiene una hija desaparecida, Lucía, que en cautiverio dio a luz y ese niño también
detenido desaparecido nunca fue recuperado.
Recapitulemos entonces: esta provincia que, levanta, reclama, impone,
defiende las banderas de la identidad,
quizás debiera tratar de devolverle la identidad a este niño, que también
podría estar formando parte de este público y no puede hacerlo porque está
formando parte de esa nueva legión de
esclavos modernos que están en esa condición porque no pueden resolver sobre su
destino. No pueden decidir, no tienen identidad y son prisioneros de un falso
amor.
Lo cierto es que cuando
charlaba con María, me comentaba que, cada vez que sentía el sonido de un tren
o la bocina de algún coche o de algún taxi en la calle de su casa, se
estremecía.
Esta conmoción provenía del
pensamiento de que esas resonancias eran
portadores de un dato , algún indicio procedente
de este pasado que dejamos . Esta María
que les digo que en cada bocina experimenta una angustia indescriptible es
portadora de una marca imborrable. Cicatrices de la ignominia.
Ella revive cotidianamente, desde hace más de dos décadas, el tormento
de una época que forma parte de la historia pero que, como vemos, nos toca el
timbre todos los días.
Podemos buscar muchas más evidencias de cómo nos
ha flagelado la dictadura pero a
través de ese tormento permanente que padece María se convierten en ociosos otros ejemplos.
Se hace poco o nada, por
evitarle esa pesadilla cotidiana. La moral farisea de legisladores y sectores
dirigenciales le deben... nos deben una respuesta.
Nos enfrentamos, entonces al dilema de qué hacer. Cómo asumir, cómo comportarnos,
cómo debatir estas cuestiones.
Hace cincuenta años,
alguien intentó una respuesta. Me refiero a Teodor Adorno, el gran pensador
alemán que alguna vez sostuvo que
después de Auschwitz, no se puede escribir poesía. Él es autor de un ensayo,
portentoso, “Auschwitz y la Educación”.
Digamos, Mercedes (ese
campo de concentración que recién ha descrito José Carlos) y la Educación,
digamos la ESMA y la Educación, digamos “Masacre de Arauz y la Educación”.
La columna vertebral del pensamiento de Adorno es la memoria. Ella es la
gran educadora, mediante ella (en el hogar, en el barrio, en los trabajos) se
puede y debe escudriñar cada detalle de
lo que provocó Auschwitz.
Precisemos: no el tormento, no el relato descarnado, cruel, sino los
intersticios de Auschwitz, lo que condujo a Auschwitz y evitar la reiteración a través de la educación, en la educación del
soberano, en la educación de todos nosotros.
Esto,... qué significaría
para nosotros, aquí y ahora. Bueno, José
Carlos nos habla del exilio, Nosotros tenemos nuestros destierros y resulta
imperativo comprender el fenómeno del
exilio. También relata acerca de los desgarramientos familiares, y habla de la
pérdida de la identidad. Nosotros debiéramos entender y comprender estos fenómenos
a partir de observar y estudiar por ejemplo cómo resolvimos uno de los
primeros asesinatos culturales como lo fue la destrucción del Instituto de
Estudios Regionales, que
afortunadamente, ahora, desde hace muy poco vuelve a cobrar vida.
Y José, también habla de la disgregación, la pérdida del arraigo, de
los afectos, de las familias, y aquí se estigmatizó, se condenó y se proscribió
al magisterio que enseñaba la teoría de los conjuntos.
Entonces, a la hora de
rastrear las huellas de la dictadura entiendo que nos encontramos ante una
invitación a repasar cada uno de estos elementos. No solamente establecer
quién golpeaba en una celda de la Seccional Primera, sino también saber
la identidad del que había dado la orden. Por imperio de qué logística, de qué idea
política, de qué ideología, esa víctima recibió los golpes. Y además, como sostuvo
Jorge, Etchenique en su capítulo de delaciones,
quién aportó el nombre de esa víctima,
en la Sub zona 14.
Urge conocer, no por venganza sino por imperio de la vedad, para que esa
verdad nos ilumine nuevas sendas, la identidad de esos siniestros personajes que viajaban de noche hasta el
Destacamento 101 a engordar las listas con los nombres de nuestros compañeros.
Inventarios que el general Camps, sus secuaces y quienes les sucedieron,
recibían con deleite.
Y qué decir de los médicos que verificaban los tiempos correctos del
tormento o los diseñadores de asaltos al Servicio Provincial de Salud o los que
juraron por las actas del Proceso o quienes contribuyeron para que se
inaugurara, aquí en La Pampa, este nuevo “ministerio del miedo” que sigue, al
parecer con el sueño muy ligero.
Concluyo pensando que cada
estremecimiento de María Tartaglia es, en la actualidad, una convocatoria a nuestros
compromisos y responsabilidades. Ahora es el turno de Los deberes de la
inteligencia, para decirlo a la manera
de nuestros maestros.
Las huellas de la dictadura quedaron impresas en el cuerpo social.
Cada uno de nosotros es portador, de una
u otra manera, de estas cicatrices. Y ellas, como tales, solo podrán cerrarse
si se las expone a la luz.
Cincuenta años después de
Adorno, Juan Gelman, al recibir el premio Juan Rulfo, de esto hace muy poquito,
se inscribió en esta línea de pensamiento.
Sostuvo que quizás, Adorno, había querido decir que
después de Auschwitz, no se puede escribir poesía “como antes”.
Gelman, ciertamente, es una prueba de que es así: estaba recibiendo el
premio Rulfo, pero venía de investigar el paradero de su nieta y de recuperar a
su nieta.
Sus lectores tenemos evidencias de cómo aplicó Gelman este
concepto, sus transformaciones. Y ellas son las que hoy tomamos como enseñanza
porque nada nos es ajeno y no somos neutrales. Al aceptar el Rulfo el gran
poeta sostuvo que “una poesía sin ojos, no cruza la calle”.
Y estas palabras vienen bien como
corolario, a manera de homenaje a los
desaparecidos, a la recuperación de la memoria, y a este ejercicio de la
memoria, porque nosotros mismos no llegaremos ni hasta la esquina si no nos
atrevemos a descorrer los velos, de nuestra historia. Muchas gracias.
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Preguntas del público y
respuestas
María S. Di Liscia. : Muchas gracias, a los tres. Realmente de esta manera podemos observar como la sensibilidad y
también la investigación son capaces de brindar una nueva visión acerca de
nuestro pasado. Y ahora es un punto muy importante la participación, no
solamente de las tres personas que están aquí enfrente, de hace una hora que
nos están hablando, sino del público. Para que todos logremos , digamos,
participar de esta memoria. Que no solamente la miremos, o la escuchemos. Hay,
distribuídos una serie de papeles, donde pueden escribir una pregunta para uno
o para los tres conferencistas. Si les parece bien, esta es la forma que se va
a utilizar y voy a leer las preguntas que me lleguen. ...¿Existe esa
posibilidad, alguno quiere...o ya tiene su pregunta escrita y la quiere ir
alcanzando?
.........Es una pregunta para José Carlos: En Victorica se rinde homenaje
a los Héroes de Cochico, ¿quiénes ...son o fueron esos héroes. Los Yancamil o
los Conquistadores? Creemos que los Yancamil.
J.C.Depetris: En realidad los héroesde Cochicó, que están enterrados en la Plaza de
Victorica, perdieron la batalla como Yancamil, porque Santerbó, que era
quien representaba a las cúpulas
militares que habían ideado aquello se guardó muy bien de estar en el combate.
Lo miró de lejos. Los ocho muertos que están enterrados en Victorica, eran ocho
pobres milicos, medios aindiados, que tuvieron que luchar con los otros
paisanos y compañeros.
Por eso yo creo que la
visión, que debemos tener de , por ahí es sobrevolar un poco todas estas
cuestiones y pensar que en aquel momento se enfrentó, como también nos estamos
enfrentando hoy no? Entre pobres y entre excluidos.
Evidentemente, yo considero
que los ocho muertos que están enterrados en Victorica, pertenecen, o podían
haber estado en el bando de Yancamil.
M:SD:D:L: ¿Alguien quiere decir su pregunta? O se animan a ...le pasamos el
micrófono.
NO SE OYE LA PREGUNTA: ........
J:C:D: Exactamente, el mismo
criterio que se adoptó después para la época de los años de plomo, no?
NO SE HOYE EL COMENTARIO O PREGUNTA.......
J.C.D.: Si, peo en realidad, el grupo que se
enfrentó con Yancamil eran, prácticamente del
mismo pueblo , muchos de ellos mestizos integrantes de la tribu que
habían sido militarizados casi por la fuerza.
Y en ese encontronazo, acá habría que hacer un poco, y empezar a trabajar con las distintas teorías y
versiones que hay sobre la Batalla de Cochicó, no?. Pero en realidad eran tan
presos de un sistema muy fuerte que los imponía, a veces, a luchar contra su
propia voluntad.
NO SE HOYE EL COMENTARIO O
PREGUNTA:
J.C.D.: Si. Si. El sistema militar. Estaban
militarizados.
NO SE HOYE EL COMENTARIO O PREGUNTA:
Juan arlos Pumilla: Si. Entendí,
qué pasó con un proyecto que presenté en la Cámara de Diputados en 1996. Perdón
que le dé una respuesta un poquito más larga.
Parto de la consideración
que las leyes de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto, consagran una
diferencia, y consecuentemente, imponen una injusticia. Porque por un lado
resuelven la cuestión de los represores, de una u otra manera, pero por el lado
de las víctimas, a los familiares se le
impiden el acceso a la verdad histórica.
Esas leyes consagran esa injusticia.
Esta es la base de las
solicitudes de los múltiples pedidos de juicios de la verdad. Que entre otras
bondades, tiene que... si no hay justicia, queda la condena social, que sabemos
de sus aplicaciones, de sus resultados. Pero lo cierto que en el plano
pampeano, donde se especula con el número de muertos y desaparecidos, pero no se saben a ciencia
cierta cuántos son. Nosotros en el año ´84, presentamos treinta y tres
denuncias de violaciones a los Derechos Humanos, veintiséis de los cuales, se
referían a detenidos desaparecidos, pero con el paso de los años y a partir de
una gran movilización popular que se generó en los últimos años, alrededor del
tema, estas cifras se han multiplicado.
De manera que, en el `96 a
los veinte años del Golpe Militar, esa fue la base del proyecto: reclamarle a
los Poderes Públicos que ya que el campo popular había dado, todo lo que había
podido dar, había conseguido los nombres, había localizado sitios, ya no daba
más.
Que los Poderes Públicos,
en la Democracia, se avocaran primero a recuperarle la identidad y a devolvernos al hijo de Lucía Tartaglia,
“Causa Provincial”; y luego establecer las causas de las muertes y la
desapariciones. Porque sino, lo que prevalece, es el discurso del represor, que
murieron en el enfrentamiento, que eran subversivos, con lo que consagramos en
Democracia, otra injusticia.
Bueno, al año siguiente,
fue reiterado ese proyecto ampliado, y eso mismo sucedió al año posterior y al
otro año, y al otro año respaldado por docenas de instituciones pampeanas, con
resultado negativo.
El año pasado, entonces ese
proyecto cobijado y amparado por expresiones múltiples de solidaridad
comunitaria, fue presentado con los auspicios de la compañerita Lucía
Colombato, nuevamente en la Justicia Federal donde había sido presentado en
1984.
No sabemos el porvenir de
estas acciones, pero yo creo que la pelota está de nuevo en nuestro campo.
M.S. Di Liscia. : Alguna otra pregunta...? Vamos a dar nuevamente un aplauso a los tres
panelistas. Y nos encontramos dentro de una semana en este mismo lugar: “Luces
y sombras de nuestros Hombres” el próximo panel.
viernes, 1 de marzo de 2013
Oscar Di Dío
DEBERES DE LA MEMORIA
Ricaro(fallecido en febrero de 2013), Juana, la amdre de ambos y Oscar Di Dío. |
El
que puede haber sido el primer vecino de Victorica, Martín López, residente de
“Echohué” le escribe al Padre Donati en 1872 para imponerlo de sus preocupaciones
por las consecuencias de la violación, por parte del gobierno nacional, de los
acuerdos de paz firmados en el período.
Hay
antecedentes en otros puntos del territorio, pero el descrito es probablemente
el primero que ubica a la localidad como escenario de una iniquidad.
Luego
vendrían, claro, los pormenores de la masacre, (que la historia oficial se
empeña en caracterizarlo como combate), de Cochicó o las encendidas proclamas
de Carmen Orozco intentando hacer valer sus derechos.
Ni
que hablar de las campañas de exterminio étnico que con tanto fervor reivindicó
Leopoldo Fortunato Galtieri en el marco del lanzamiento del partido que habría
de servir como fachada y continuador del proceso militar.
Los
fastos del centenario no alcanzaron a desalojar de la memoria colectiva un
secuestro extorsivo perpetrado en perjuicio de un conocido de la zona y el secuestro
y desaparición de un joven abnegado que luchó hasta las últimas consecuencias
para legarnos un país distinto y mejor.
Es
ocioso aclarar que nos referimos a Oscar Di Dio, que referencia nuevamente a
Victorica en la dilatada lista de víctimas del Terrorismo de Estado.
Hace
algún tiempo, desconocidos dispararon
contra la placa que perpetúa su nombre. Quienes quieran ubicar a esta acción dentro
de la amplia gama del vandalismo urbano se equivocan.
Los
que abrieron fuego sobre la placa de Oscar lo hicieron para asesinar su memoria
y así también para infundir al resto del cuerpo social las sensaciones que se derivan
del pleno ejercicio de la impunidad y el terror.
Al
conmemorarse los treinta años del acceso a la práctica terrorista institucionalizada
no estará demás repasar nuestros deberes (“deberes de la inteligencia”, al
decir de Aníbal Ponce) e imprimir a las efemérides un rasgo imprescindible para
avanzar hacia el futuro: el de la acción
concreta.
La
proclama de la memoria sólo tendrá vigor y templanza si a los discursos
principistas y gestos simbólicos, se le suma la vocación por avanzar hasta las
últimas consecuencias en procura de la verdad.
Esto es, conocer cada intersticio por donde la represión ha pasado, denunciarlo
y procurar justicia.
Hasta
que no lo hagamos prevalecerá el discurso de los asesinos (“Los desaparecidos
no están, no existen”, Videla dixit) y la sociedad no podrá consumarse en sus
horizontes democráticos.
La
verdad, para el caso de Oscar Di Dio es establecer quiénes fueron los responsables políticos de su desaparición, quiénes los ejecutores
del secuestro.. Es recuperar su cuerpo
para que descanse en su lugar de origen. Es, en definitiva no cejar hasta que
lo responsables sean juzgados y castigados.
Verdad es determinar la identidad de quienes
devastan en las sombras para herirnos en lo más íntimo.
Hasta
que eso no suceda la sociedad tendrá una deuda pendiente y su futuro
comprometido.
Si
Martín López hubiera triunfado en su demanda y las generaciones venideras no
hubieran olvidado lo que sucedió, la fecha de hoy sería una fiesta.
10.3.2006
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