sábado, 16 de junio de 2012

Mujeres - Rosita



(“cruzó la línea temprana de su niñez…”
Novicia. V Heredia)

     La luz que regatea la farola de la esquina dilata su figura hasta convertirla en una línea que se arrastra por el sendero de pasto puna. Allí la villa abdica a su trazado y se somete a la voluntad del rancherío. El fulgor corteja a la silueta hasta que se hunde en la oscuridad. De tanto en tanto la negrura se turba por la brasa de algún cigarrillo furtivo que delata impaciencias. Luciérnagas del arrabal santarroseño subrayando las pasiones más secretas del estío.
     Como para medir distancias mira hacia atrás y recibe el saludo del perfil caprichoso de la ciudad constelada de estrellas. A lo lejos cree advertir la enorme y sombría presencia del molino harinero que han venido a desmantelar. Luego, apura el paso con la guía que desde el corazón de la noche ofrece desde siempre el brillo bilioso del farolito del boliche La Vuelta.
     Por enésima vez certifica en el fondo del pantalón la presencia del delgado y redondo envoltorio que le permitirá su segundo ingreso a la gloria, su nueva incursión por los territorios donde habitan la pasión y acaso hasta el amor.
     El umbral de La Vuelta resiste desde siempre cualquier innovación. Un pequeño alero sostenido por columnas de caño corroído por decenas de inviernos, veredita de ladrillos, una ventana de vidrios esmerilados por la grasa, las moscas y el polvillo fino y pegajoso de diciembre. Cuando toma el picaporte de la escuálida puerta, apenas unos pocos de los parroquianos se interesan por su ingreso. Inmediatamente lamenta no haberse lustrado los zapatos contra el pantalón pero ya es tarde, tras el mostrador la mujer de gruesos labios rojos lo examina con mirada inquisidora.
     El murmullo altisonante de los que juegan a la escoba por cincuenta pesos el reenganche se impone por sobre las otras conversaciones regadas con ginebra, grapa y vino tinto
     Algo en los ojos de la mujer adelgaza su precario valor y recurre al talismán ajado del bolsillo para infundirse nuevas energías. La camisa se pega a su espalda y el aire se torna más espeso.
     -Rosita, busco a Rosita.
     -¿Ya Sabés cuánto?
     -Sí, estuve la semana pasada.
     La matrona pliega escrupulosamente el ajado rollito de billetes y con la cabeza le hace un gesto de asentimiento al hombre que a su lado seca los vasos con mirada triste. Es un individuo de edad indefinida, barba incipiente y espalda encorvada. Sin palabras lo conduce por un breve pasillo hasta una pequeña habitación apenas iluminada. Con el dedo señala un lugar en el banco largo apoyado contra una pared descascarada y regresa a sus vasos.
     Hay otras tres personas en el recinto que soportan estoicos el penetrante olor ácido que logra la alquimia de sudor, colonias baratas, humo y los orines que se introducen por una puerta abierta desde donde, al fondo y rodeado por pilas de leña y latas con basura, se divisa el excusado. Los que aguardan se miran de reojo pero no intercambian palabras. Se reparten en dos bancos ubicados frente a frente, justo a la mitad de una cortina de cotín desteñido sujeta con argollas a un caño. Por allí se accede al paraíso: otro pasillo delgado y lúgubre conduce a las habitaciones del fondo, aisladas para amortiguar gemidos, risas, quejidos y hasta gritos, donde de tanto en tanto emergen niñas morenas de ojos pardos y nombres franceses. Salvo Rosita, claro.
     El sujeto que está enfrente tiene la cabeza gacha y sus pensamientos siguen el compás de la gorra que hace girar entre sus manos. A su lado un chico granujiento no quita la vista de la cortina con gesto nervioso. Aquí un hombre enorme que resopla sudoroso mientras una sonrisa magra le aflora en los labios. Solo el agrio chirrido de las argollas los distrae cada tanto.
     Los minutos pasan como si fueran siglos y el elenco se renueva lentamente porque es mitad de quincena y,  ya se sabe, a veces la economía escribe sus tratados en los burdeles. Pasan, los minutos pasan.
     La puerta que da al boliche se abre brevemente y por ella se recorta la figura del tipo del mostrador con un balde en la mano. Amortiguada, penetra la jarana y el ruido inocultable de una danza de dados en la que bailan la ilusión con el hastío.
Alguien estruja un atado de cigarrillos y loa arroja sin acertar al recipiente enlozado sepultado de colillas.
            Dos gatos maúllan en el techo.
     Al cabo de un largo rato comienza a impacientarse y genera una fibra de conmiseración del hombre sudoroso que aguarda.
     -¿Vos esperás a la Rosita, pibe? Bueno, armate de paciencia.
     -¿Por?
     -Hoy Se Le negó a un cliente importante y el patrón se puso furioso. Ahora la está educando...
      ¡Educando! la educación sentimental de Rosita, la piba de las trenzas que se vino de Telén a conquistar el sol. Educando, eso es lo que dicen enTelén, que ella aprende rápido. La impaciencia galopa en su corazón. Silencio, el silencio aturde los sentidos...
     Las argollas no corren ejecutando esa melodía patética y repetida de todas las noches.
Queda sinfonía para Rosita que vino del Oeste.
Educando, educando, ¡curiosa manera de definir el cielo de Rosita!
Educando …y pasan los minutos como si fueran siglos, por algo aquí se envejece más temprano... Busca distraerse en la contemplación del cielorraso henchido por la humedad. Las manchas le otorgan un aire irreal. Son como nubes, piensa, gruesas y negras nubes que presagian tormentas.
     La furia, o la impaciencia, le impiden advertir la subrepticia salida y cuando levanta la vista la sorpresa asalta su rostro al contemplar la cortina descorrida.
     A pasos largos se introduce en el pasillo oscuro hasta la pieza del final. golpeando contra las paredes manchadas, caprichosas pinturas del desamparo. Rosita, menos mal que estás aquí, amor de mi vida, dormí, Rosita, dormí, que yo velaré tu sueño. ¿Sabés? te traje caramelos y la revista que me pediste. ¿Me escuchás? Y te traigo mis ganas, y mis sueños, Rosita. ¿Tenés frío? Estás empapada. ¿Tenés frío? Vení, Vení que te cubro, Vení que te canto una canción para dormir feliz, una canción para cantar mañana, o pasado, o cuando despiertes, para cantar juntos cuando cobre mi quincena y nos vayamos al cine y ¿quién te dice? cuando hagamos otros planes. ¿Querés a Rosita por esposa? Sí, quiero. Cuando despierte ¡pero qué empapada estás Rosita! le diré...bueno, le diré que yo seré su cielo, yo seré el que regarÁ sus flores. Rosita...Rosita. Duérmete mi niña, duérmete mi sol, duérmete pedazo de mi corazón. Rosita, estoy aquí pero qué linda estás.  Casi tan linda como en ese retrato que tenés ahí en la repisa. Rosita, trenzas negras, portafolios y guardapolvo blanco.
 ¿La escuelita de Telén Rosita? Te veo, te veo tan feliz aferrada a  la mano de ese señor delgado de traje negro y algo encorvado que tiene… que tiene...cómo decirlo, una especie de tristeza en su mirada.



JUAN CARLOS PUMILLA

      
 
                                                                                                                                           3.6.09


  
                                                  

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