martes, 19 de junio de 2012

El flaco Juan



Acordate de Martí, me dijo, y yo cambié de tema porque todavía no estaba muy convencido de que todos los que preferían callar y escuchar tenían algo que esconder o eran irremediablemente tímidos. Acordate, insistió el flaco Juan y nuevamente demostró su enorme capacidad para no dejar ningún cabo suelto, ninguna puntada sin hilo, ninguna discusión a medias. La verdad que el Juan a veces hasta resultaba intolerable, salvo cuando las papas ardían y. allí estaba, des¬garbado, vehemente, sacándonos las castañas del fuego cuando algún pragmá¬tico más preparado nos ponía entre las cuerdas con algún dato poco difundido de las dumas de White, del anti-Dhüring o, más acá, de la gesta de mayo. En realidad nunca conocí la cita de Martí y confieso que jamás me interesó profundizar el tema. Pero el flaco era seguidor, perseguidor y otros cuentos. Que tenía razón, che, acá hay que opinartengas o no tengas razón, acertando o pifiando, sino... cómo cornos vamos a aprender. Buen rebusque dialéctico -o conviene decir retórico- el del flaco. Todo el mundo lo cargaba porque luchaba hasta la última gota de saliva en la discusión más atorranta y además, para colmo, quién I e decía que parara la mano. Si hasta alguna vez el colorado le arrojó a boca de jarro para flaco, ya me tenes hasta la coronilla, acabala con tu discurso y el flaco que muy suelto de cuerpo, con esa paciencia de mormón recién adoctrinado, que lo fue adobando, adobando, despacito hasta que al colorado no le quedó otra que darle la razón. Y hasta tuvo que pagar las cervezas el muy salame, sólo porque trató de taparle la boca al flaco Juan que, te digo, en una mano te mostraba a Martí para distraerte y con la otra te sacudía a Lefebvre como si almorzara todos los jueves con él. Y lo que es peor; bueno... es un decir, para mejor, digo, te largaba una parrafada sobre los comités de base y luego te invitaba a visitar uno para que vieras que no todo era jugo de lengua. Más vale: jugo de lengua, la espalda sudada y callos en las manos, como dijo Galeano la vez pasada. Esa sí que era forma de trabajar. Bueno, la cuestión era que cargada va cargada viene el flaco no se resignó nunca a quedarse en el molde. Me acuerdo esa vez que la vieja vino por quinta vez a reclamarnos el alquiler del saloncito porque dos o tres meses está bien pero, muchachos, ¡un año! ya es demasiado y el Juan que le dice ¿Schneider, dijo, su apellido de soltera es Schneider?, usted sabe que me parece que Schneider quiere decir carpintero, porque antes, qué tiempos, se acostumbraba poner los apellidos según los oficios. Y resulta que la rusa, esa vieja rusa más dura que un caldén que descubrió azorada la historia de los alemanes del Volga y la jugarreta de la zarina de labios del flaco se ablandó toda y no volvió, te digo en serio que no volvió, como no fuera para traernos strudel alguna tarde y preguntar por ese muchacho Juan, tan simpático. Y otra vez que como unos pajaritos aceptamos ir a discutir al frente cultural y nos empezaron a sacudir que era un contento hasta que acertó a pasar el flaco, que andaba por ahí, sabes, de puro pedo, y no viene y les dice no sé qué cosas de Boedo y no sé qué otras de Pavese, el taño ese que se morfó una flor de cana, y que La Pampa es una provincia para querer de a poco y que para qué quieren poetas que dicen tales cosas si no les van a llevar el apunte, y que si Mattelart o Me Luhan y que al fin qué tanto joder si los intelectuales, al fin y al cabo, no son más que el sismógrafo porque los movimientos los hace el pueblo, así que a achicar la parada, ajustarse los pantalones y no jetonear al cuete y bueno, qué querés que te diga, salieron todos flaco corazón, flaco corazón, volvé que te extrañamos y gracias a esa tarde ahora tenemos lo que tenemos. Te das cuenta. Acordate de Martí, me dijo, y de esto hace como mil años y todavía me acuerdo. No hay que callarse la boca, viejo, nunca más callarse la boca.

Sala Scherazade. Refinada crueldad para denominar al lugar de los tormentos. Nos enteramos después que el nombre había sido puesto por 'El Profesor', un pulcro sujeto de voz suave que antes de cada sesión contaba con parsimonia la historia de Scherazade: un modo de indicar que en ese sitio la única forma de sortear a la muerte era hablar. Allí estuvo el Juan... y no habló, sabemosque no habló.

                                                                                            JCP

Obrero, dibujo de R.Carpani





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