miércoles, 14 de noviembre de 2012

Inventario del genocidio

ARGENTINA Y UNA
PRACTICA CENTENARIA

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Juan Carlos Pumilla
setiembre de 2012
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“El genocidio es la matriz donde se muestra, con oscura y monstruosa evidencia, el mal absoluto que el poder es capaz deejercer contra sus habitantes (...) Hemos tenido que llegar hasta este extremo límite para comprender los cimientos criminales sobre los que nos asentamos. Porque todo genocidio, todo asesinato, plantea el interrogante más crucial:
¿cuáles son los abismos más oscuros de la humanidad, siempre presentes, en los cuales sumerge sus raíces nuestra propiasociedad actual”
León Rozitchner






Se torna imperioso e ineludible que el Estado, nacional y provincial, demande por sus perjuicios y los haga visibles. Existen razones políticas, ideológicas y éticas para que lo haga. Acaso, como una manera de repara-ción y prevención hacia el futuro pero al mismo tiempo para redimir las prácticas genocidas que el mismo Estado argentino protagonizó o consintió a lo largo de su historia desde los albores de la organización nacional en que la dialéctica de civilización o barbarie ganó el escenario de América.


"En cualquier punto del territorio argentino en que se levante un brazo fratricida, o en que estalle un mo-vimiento subversivo contra una autoridad constituida, allí estará todo el poder de la Nación para reprimirlo (…) Los partidos políticos, siempre que no salgan de la órbita constitucional y no degeneren en partidos revolucionarios, pueden estar tranquilos y seguros de que su acción no será limitada ni coartada por mi gobierno. Julio A. Roca (12 de octubre de 1880)






En la Metáfora del Jardinero un concepto introducido por Zygmunt Bauman, se hace referencia a la contraposición entre culturas cultivadas, producidas, dirigidas y diseñadas por una parte y culturas silvestres o “naturales” por otra. En las primeras prima la necesidad de un poder que ejerza un diseño artificial, ya que el jardín en que la sociedad se ha convertido no tiene los recursos necesarios para su propio sustento y autoreproducción por lo que es dependiente de este poder. En las culturas silvestres, en cambio, los recursos de autoreproducción están en la propia sociedad y en sus lazos co-munitarios, lo que les permite saber cuáles son las malas hierbas, las malezas, y cómo eliminarlas.

Estas motivaciones –expresadas en otra cuerda literaria pero siendo fiel al mismo espíritu- constituyeron el basamento de la invasión al pueblo paraguayo bajo la errónea denominación de “Guerra” del Paraguay.


El país hermano fue la gran víctima. Antes del inicio de la invasión su población era de 1.300.000 personas. Al final del conflicto, sólo sobrevivían unas 200.000 personas. De éstas, únicamente 28.000 eran hombres, la mayoría de las cuales eran niños, ancianos y extranjeros.

niños deAcosta Ñu



Casi doscientos años antes de aquellas formulaciones de Bauman un preclaro hombre de nuestra historia, Juan Bautista Alberdi, las anticipaba sustentando que “Para gobernar a la República Argentina vencida, sometida, enemiga, la alianza del Bra-sil era una parte esencial de la organización Mitre-Sarmiento; para dar a esa alianza de gobierno interior un pretexto internacional, la guerra al Estado Oriental y al Paraguay, viene a ser una necesidad de política interior; para justifi-car una guerra al mejor gobierno que haya tenido el Paraguay, era necesario encontrar abominables y monstruosos esos dos gobiernos; y López y Berro han sido víctimas de la lógica del crimen de sus adversarios”.


El mismo Domingo Faustino Sarmiento confirma las razones de esta necesidad en su extenso epistolario con Mitre o, cuando en 1869, escribe a Mary, la esposa del abogado y pedagogo norteamericano Horace Mann: “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrescencia humana”


Para Bauman, además, el moderno asesinato en masa se distingue por la ausencia de toda espontaneidad y por la incidencia de la planificación racional y calculada. Se caracteriza por la casi completa eliminación de la contingencia y de la casualidad y por su autonomía frente a las emociones grupales y los motivos personales. Y aunque fenómeno moderno, afirmó que la modernidad no es "conditio sine qua non" de holocausto. Ha sido, más bien, consecuencia del impulso moderno hacia un mundo absolutamente diseñado y controlado, pero una consecuencia que se produce cuando ese impulso se empieza a descontrolar y se expande desbocado.


En su obra “Modernidad y holocausto” explica que en la medida en que esa racionalidad incidió en la producción de Auschwitz, y toda vez que la filo-sofía se vio comprometida de manera infinitamente más estrecha que la geometría o la música, a ella le toca, desde ese momento, llevar a cabo el trabajo necesario para que fenómenos parecidos no se reproduzcan.


El genocidio moderno es genocidio con un objetivo. Librarse del adversario ya no es un fin en sí mismo. Es el medio para conseguir el fin, una necesidad que proviene del objetivo final, un paso que hay que dar si se quiere llegar al final del camino. El fin es una grandiosa visión de una sociedad mejor y radicalmente diferente. El genocidio moderno es un ejercicio de ingeniería social, pensado para producir un orden social que se ajuste al modelo de la sociedad perfecta.


Por si no bastaren razones para la excusación del Estado argentino ante su propio pasado valgan las consecuencias del genocidio aborigen a través de las mal denominadas “campañas al desierto” que reconocen las mismas razones ideológicas, económicas y políticas. Resulta arduo hallar una génesis pero ,como contribución a estudiantes y futuros investigadores vale la pena recordar las expresiones de Martín Rodríguez, gobernador de la pro-vincia de Buenos Aires, sosteniendo como objetivo de sus tres campañas punitivas (1820 a 1824) que “`primero hay que exterminar a los nómades y luego a los sedentarios…”.


El propio Julio Argentino Roca escribirá décadas más tarde que “La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida”. Este anuncio -oportunamente exhumado por Osvaldo Bayer- se explicitará luego ante el Congreso nacional insistiendo que “El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. La información no tardará en replicarse en Gran Bretaña que saluda el resultado de la campaña exterminadora que, entre otras consecuencias, depositó en un pequeño grupo de familias e intereses extranjeros el dominio sobre cuarenta millones de hectáreas.






Existe una simetría histórica que nos toca de cerca a los pampeanos y la hallamos en la figura de Napoleón Jerónimo Uriburu Arenales (en cuyo honor se denomina la población homónima), comandante de una de las co-lumnas de exterminio indígena en el Chaco como así también en nuestro te-rritorio antes de extenderse hasta cercanías de Nahuel Huapi.


(...) Cumilao dice que él y Marillán debían reunirse con Baigorrita antes de llegar al Colorado en Puelin; pero que marchando a ese punto les alcanzó un indio que ahora está prisionero también, y le dijo que a Baigorrita lo habían derrotado en Conlon y Cochicó [se refiere al ataque de Rudecindo Roca]; que entonces resolvieron venirse a lo de Purrán. Los indios vienen con mucha viruela; los pocos a quienes no les ha dado antes la tienen ahora y les sigue a todos; es una verdadera epidemia entre ellos. Voy a mandarle una remesa de esa gente al cacique Purrán.

Julio 2 (..) Despachóse al cacique Painé, su mujer y sus hijos, y diez enfermos de viruela, poniéndolos en libertad, para que al mismo tiempo conduzcan una nota que se dirige a Guaiquillán, segundo de Purrán(...)






Napoleón Uriburu

Cabe preguntarse qué diferencias conceptuales y metodológicas exis-ten entre Uriburu -también veterano de la incursión al Paraguay- que inaugura la guerra bacteriológica inoculando el virus de la viruela a cautivos liberados para exterminar a sus tribus y la practica de Luís Alves de Lima e Silva, o Duque de Caxiaen la contienda del Paraguay que con la aquiescencia de Bartolomé Mitre ordena arrojar cadáveres coléricos a las fuentes de agua pa-ra contaminar toda la cuenca.,El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace cuanto yo le ordeno, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, aún en cuanto a que los cadáveres se tiren a las aguas del Paraná, ya sea de la escuadra como de Itapirú, para llevar consigo el conta-gio a las poblaciones ribereñas, principalmente a las de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe que le son opuestas (…) El general Mitre también esta convencido que deben exterminase los restos de fuerzas argentinas que aún le que-dan, pues de ellas no ve sino un peligro para su persona”.(Caxias. Informe a Pedro II, (18 de septiembre de 1867 )


Como si no bastare el sucesor de Caxias, Luis Felipe María Fernando Gastón de Orleans, Conde de Eu, tras la infame degollina de los vencidos en la batalla de Piribebuy ordenó incendiar, después de cerrar las puertas y ventanas del Hospital de Sangre, dejando que pereciesen centenares de enfermos y heridos


Pero quizás la evidencia más notable del proyecto exterminador haya sido el gran genocidio de niños en la batalla de Acosta Ñu, acaecido el 16 de agosto de 1869, donde las tropas de la Triple Alianza mataron a 3.000 niños menores de 14 años de edad.(+)


(+)Chiavenatto Juilio José. Genocidio Americáno: A Guerra do Paraguai.-Sao Paulo




También pueden encontrarse analogías en justificaciones éticas de entonces y en el auto absolutorio o discurso que los artífices del terrorismo de Estado han esgrimido a lo largo de los procesos judiciales desarrollados en el último lustro.


Argumentos que, singularmente, se apoyan en anteriores elaboraciones justificativas sobre la puesta en práctica y necesidad de implementar la industria de la muerte. Con este corpus ideológico se ha ido conformando una estela fundamentalista en el firmamento de nuestra patria que deviene en sustento para eventuales latrocinios.


"Estamos -sostiene Julio Argentino Roca en 1843- como nación empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civili-zación. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este propósito".
Y retruca Samiento:
¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapare-ciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su extermi-nio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado."






El término y la práctica del exterminio adquiere de esta manera su legi-timación y se naturaliza en fundamentos y procederes de las generaciones venideras. Estanislao Zeballos, desmintiendo esa observación piadosa (la segunda, claro) que tuviera sobre Pancho Francisco adhiere al concepto sin cortapisas: “El Remington les ha enseñado (a los ‘salvajes’) que un batallón de la República puede pasear la pampa entera, dejando el campo sembrado de cadáveres” (Viñas, Indios, ejército y frontera, p. 49).


La ausencia de una revisión crítica y de condena ha contribuido a fertilizar la proyección de las prácticas genocidas en los albores del siglo XX en las que sobresalen los despiadados asesinatos contra los vecinos de Nueva Pomepya en el marco de la represión a los talleres Vassena, las matanzas impunes de indios mocovíes en Napalpí, colonia del Chaco, y el genocidio del pueblo Pilagá en Formosa, ambos impunes.


Acaso este inventario resulta insuficiente, porque la historia no tiene voz: se expresa en las vervalizaciones de quienes pueden y quieren rescatarla.


La lógica del exterminio de los opositores al sistema, auspiciada en el país por la ley de Residencia, nuevamente encuentra en La Pampa sus si-metrías porque no otra cosa fue la feroz represalia a los bolseros de Jacinto Aráuz en el año 1921 , con el respaldo de la Liga Patriótica y el pregón de los representantes santarroseños de esa organización que, encaramados en funciones públicas, pregonaban la licitud del asesinato de los subversivos.


Contemporáneamente los más de mil quinientos fusilados en la Patagonia por el teniente coronel Varela espesan este catálogo de la muerte ins-titucionalizada ara desembocar en esta actual fase de la historia negra del país que nos ocupa . Otro capítulo de la impunidad cuya plataforma de en-sayo se procesara con sumo esmero en la aciaga noche del 22 de agosto de 1972 en la base aeronaval Almirante Zar de Trelew.


Las fuerzas motrices de estos comportamientos son infinitas y provienen de los espectros más variados de la sociedad pues no importa tanto la procedencia como la identidad ideológica y política con los ejecutores del la-trocinio nacional. No desentonan estas voces con las consignadas mas arriba:


“Si para salvar…la constitución, un nuevo gobierno debe negarla de inmediato, habrá que optar”. “…creo que sólo un milagro salva a este gobierno”. Juan José Güiraldes, director de la revista Confirmado y sobrino de Ricardo Güiraldes.

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“Detrás de Onganía queda la nada. (...) Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó el Ejército (...) ¿por qué no puede encauzar el país? Puede y debe. Lo hará”. Revista Extra, el Mariano Grondona.








Y una última consideración: no todos los crímenes colectivos encuadran dentro de la calificación de genocidio. Merece un examen más exhaustivo el infame bombardeo de los aviones Gloster Meteor de la Armada sobre los indefensos paseantes de la Plaza de Mayo en la aciaga jornada del 16 de junio de 1955 o los fusilamientos en los basurales de José León Suárez del 9 de junio del año siguiente propicia esta secuencia histórica de la infamia

En fin, la caza del hombre institucionalizada y traducida en crímenes colectivos. Perpetrados por esa lacra del sistema expoliador -que con tanta precisión habita en la metáfora de Baumann- cuyas facetas más conspicuas hoy reviven, se exponen y serán juzgados en esta segunda etapa del juicio de la Subzona 14 en La Pampa.

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LOS UNOS Y LOS OTROS

A esta altura quizás resulte ocioso apuntar que, en la observación de la constante histórica, la plataforma ideológica pa-ra arropar la práctica genocida ha requerido de sustentos teóricos y jurídicos. A menudo esta cobertura es prodigada por intelectuales de fuste, no necesariamente ejecutores o afiliados directos al poder de turno.

Concluyendo el siglo XIX descubrimos al insigne Miguel cané aportando el texto de la ley de residencia, sancionada en 1902, por la que se propiciará la cruenta represión a la inmigra-ción.

¿Absolverá Juvenilia a su autor por este aporte a la consumación de una de las páginas más negras de nuestro pasado reciente?

Acaso se pueda establece un manto de piedad sobre las Crónicas de Viaje de José Ingenieros, quien tras llegar de Cabo Verde, en 1905, produjo un texto de contenido inequívocamente francamente racista

En 1923, con idéntico sentido, lo hace una de las plumas más ilustres e influyentes de la Argentina: Leopoldo Lugones. El autor de La Guerra Gaaucha inicia en julio de 1923 una serie de conferencias patrocinadas por la Liga Patriótica Ar-gentina y el Círculo Tradición Argentina, La primera de las cua-les lleva el título de Ante la doble amenaza, en la cual da bendi-ce diseño de la arquitectura de la xenofobia argentina exaltan-do el militarismo. Lo hace basado en que “existe advierte en el país una invasión provocada por una masa extranjera discon-forme y hostil, que sirve en gran parte de elemento al electoralismo desenfrenado” ., Lugones enfatiza que “ pueblo, como entidad electoral, no me interesa lo más mínimo. Nunca le he pedido nada, nunca se lo he de pedir, y soy un incrédulo de la soberanía mayoritaria demasiado conocido para que pue-da despertar sospecha alguna. (Y porque) me causa repulsivo frío la clientela de la urna y del comité…”

Este corpus ideológico es ampliado y superado en no-viembre de 1924 cuando acepta la invitación del presidente del Perú, Augusto Leguía, para asistir a la celebración del Centenario de la Batalla de Ayacucho; allí produce el cé-lebre discurso que causa gran preocupación interna al punto de provocar la interpelación en el Congreso argentino:





El único remedio está en acabar con la política. Adoptar un decenio de vacaciones políticas. […] Ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada. […] (esta) hará el orden nece-sario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada […] hacia la de-magogia o el socialismo. Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado; es decir, al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin ley […]. El sistema constitucional del siglo XX está caduco. El ejército es la última aristocracia; vale decir, la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica.[…]El Estado nada tiene que ver con la libertad. Su objeto es el orden.”


Leopoldo Lugones, El payador y antología de poesía y prosa. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979.



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ESTADISTICA DE LA MUERTE



Pergeñado por el imperio inglés para terminar con la progresista Paraguay y todo su pueblo, y llevado a cabo por sus cipayos del Brasil de Pedro II, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Venancio Flores, las cifras del genocidio son difíciles de digerir:
Población de Paraguay al comenzar la guerra 800.000 (100,00 %)
Población muerta durante la guerra 606.000 (75.75 %)
Población del Paraguay después de la guerra 194.000 (24.25 %)
Hombres Sobrevivientes 14.000 (1,75 %)
Mujeres sobrevivientes 180.000 (22.50 %)
Hombres sobrevivientes menores de 10 años 9.800 (1,22 %)
Hombres sobrevivientes hasta 20 años 2.100 (0,26 %)
Hombres sobrevivientes mayores de 20 años 2.100 (0,26 %)
(Fuente:“Genocidio Americano, A guerra do Paraguai, p.150- Julio José Chiavenatto. Sao Paulo)








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