Cuatro miradas
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A Ian Moche
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Sergio Larrain, Leica en mano, recorre con parsimonia los senderos de Notre Dame y en uno de sus intersticios la lente se demora para capturar un momento único, pecaminoso. Talvez, una herejía insolentando la sacrosanta solemnidad del lugar.
Larrain transfiere
a Julio Cortázar la escena y pormenoriza el registro de una pareja
teniendo sexo. Furtivo, fugaz, ausente de amor. Quizás solo lascivia y desafío.
Cortázar desenfunda
su lettera 22, estimulado
por la precisión del relato de su amigo
y la ambigüedad de la Leica.
Escribe, y al hacerlo despierta la curiosidad de
Antonioni que decide que lo que ha visto Larrain puede ser un crimen. Una cuchillada silenciosa en el desolado parque de Blow Up. Un enigma que desafía la realidad y los
instintos. Acertijo que el diafragma aumenta
a medida que los fotogramas avanzan.
Lo de Michelangelo es
un homenaje a Julio . El argentino anclado en París, que desanda ,desde
el interior de Las Armas Secretas, un contexto
más abyecto. Un cotidiano relato donde
el dominador somete con lujuria a un
desamparado. Un chiquillo, si se quiere un niño, indefenso, desalojado de la justicia.
El poder se solaza en su dominio Afila sus colmillos
mientras un hilo de baba se prorroga
y escabulle sin pudor por las
comisuras de sus labios.
El sujeto que consagra su vileza sometiendo a una criatura
indefensa y lo arroja al escarnio
público, congela un film que se repite.
La dilatación del ejercicio cruel de la violencia simbólica que
probablemente admita una cuarta
contemplación.
Quien quiera ejercerla
lo hará, apenas pose la mirada en
una cuenta de twitter, digamos. O repare en las vociferaciones que se propagan
desde este infatigable Ministerio del Odio. Una vocería que alimenta con fruición sus propias salivas.
Reiterada circunstancia que Larrain no podrá captar al abreviar
una despedida en Tulahuén.
Y también porque, si viviera, el Señor de las Viscosidades, le hubiere estallado el
cráneo por su osadía.
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