Proviene de las dilataciones de una provincia tempranera. Un sitio en el Oeste donde ardió la madera y en sus rescoldos leudó leyenda y toponimia.
Partió.
Tomó para él un fragmento de fuego y magia y se lanzó a andar por este sur de vientos y distancias.
Comentan por allí que un ademán del tiempo depositó una guitarra entre sus brazos.
Seis cuerdas, ¿acaso celestes? templadas en un sí de corazón y vida.
Fue como un ofrenda, un brillo de luz, un sol… mayor
Después, todo fue diferente. Porque de a dos la soledad se vence y resuenan mejor las armonías.
Así anduvieron: dos en la sinuosa cicatriz de las travesías, en la ascendente construcción de las hiladas o en el agreste rumor de las esquilas.
Dos, en los confines…
Y muchos más al llegar a casa.
Una multitud a la hora del abrazo, en la encendida reunión del vino y las calandrias.
Crepúsculos sonoros, fraternidad de barrio donde la poesía se afina con la sexta en re y la dignidad flamea en los manteles.
Así lo conocimos, su sombra titilando en la laguna y ese largo coloquio con el porvenir impregnado de llano y encordados.
Ahora, entre el fragor de pájaros y albricias del otoño, retorna de otras brisas para decir que hay buenos aires pero jamás el cielo y el pulso de esta pampa.
Laborioso, necesario, su arte es una bendición que nos gratifica y enriquece.
Nos da gusto tenerlo aquí, tan cerca y tan nuestro, amaneciendo milongas por el llano, coplas de pago chico que se hacen universales.
Vuelve, el que nunca se fue.
Qué más decir:
Paulino…y su guitarra.
jcp