miércoles, 18 de julio de 2012

Paulino

Proviene de las dilataciones de una provincia tempranera. Un sitio en el Oeste donde ardió la madera y en sus rescoldos leudó leyenda y toponimia.

Partió.

Tomó para él un fragmento de fuego y magia y se lanzó a andar por este sur de vientos y distancias.

Comentan por allí que un ademán del tiempo depositó una guitarra entre sus brazos.

Seis cuerdas, ¿acaso celestes? templadas en un sí de corazón y vida.

Fue como un ofrenda, un brillo de luz, un sol… mayor

Después, todo fue diferente. Porque de a dos la soledad se vence y resuenan mejor las armonías.

Así anduvieron: dos en la sinuosa cicatriz de las travesías, en la ascendente construcción de las hiladas o en el agreste rumor de las esquilas.

Dos, en los confines…

Y muchos más al llegar a casa.

Una multitud a la hora del abrazo, en la encendida reunión del vino y las calandrias.

Crepúsculos sonoros, fraternidad de barrio donde la poesía se afina con la sexta en re y la dignidad flamea en los manteles.

Así lo conocimos, su sombra titilando en la laguna y ese largo coloquio con el porvenir impregnado de llano y encordados.

Ahora, entre el fragor de pájaros y albricias del otoño, retorna de otras brisas para decir que hay buenos aires pero jamás el cielo y el pulso de esta pampa.

Laborioso, necesario, su arte es una bendición que nos gratifica y enriquece.

Nos da gusto tenerlo aquí, tan cerca y tan nuestro, amaneciendo milongas por el llano, coplas de pago chico que se hacen universales.

Vuelve, el que nunca se fue.



Qué más decir:

Paulino…y su guitarra.


jcp

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