sábado, 28 de julio de 2012

Cien años de Alpachiri


Marcas



Y también porque uno es lo que recuerda resulta imperioso armarse en sus memorias.
 Amparos para el porvenir, armazón de protecciones que, acaso, sirvan como antídoto para el olvido.
        La primea vez que la palabra “Alpachiri” se hizo presente en nuestras conciencias fue cuando Andrés Arcuri (venía con un temple en la guitarra y un óleo en el salar) la deslizó en una noche rumorosa en Bernasconi. Al filo de la conversación anticipó que, antes de regresar a sus pagos en el Valle Argentino, pasaría a visitar amigos por Alpachiri “para que no me olviden”.
        Fue una formulación circunstancial, preámbulo de una despedida, pero “Alpachiri”, tan eufónica como extraña, perseveró a manera de registro de aquella   jornada en que amanecían los años cincuenta.
        De manera que desde ese episodio doméstico hasta hoy ha transcurrido más de medio siglo, mucho más de la mitad de lo que hoy convoca.
        Alpachiri. Andaba por allí (tal vez en Remecó) con su mirada clara y barba de tres días, don Eliseo Tello midiendo las distancias y alentando misterios.
Tello, confirmando topónimos y extrañas migraciones.
        Con el paso de los años Alpachiri dejó de ser una palabra curiosa. Al punto que se impuso sin traumas a la frecuentada referencia de “kilómetro 49” tan apelada por quienes tomaban el tren en Alta Vista o Darregueira.
        El ferrocarril, por supuesto, fue factor de esta victoria. Durante años y años sus andenes fueron ambulados por abrazos y evidencias de un progreso que no percibía aún las ominosas reincidencias del Plan Larkin redivivas a partir de los ochenta.  Claudicaciones que convertirían al trazado del riel en una dilatada llaga a cielo abierto.
        El poblado creció a la par que sus trenes.  Cada campanada en sus andenes reflejó un flujo que enriquecería la mixtura fortaleciendo sus apetencias de futuro.
Esta expansión tuvo su expresión en las mesas familiares. Sabores y aromas germinales.  De la carbonada a los vareniques, de los tallarines al puchero.
La brisa era una fiesta.
        En ocasionales tardecitas de otoño alguien llevaba apelstrudel.
        Luego, con un poco de suerte, sonaría una mazurca en la Colonia Urdaniz.
        Época de caudillos y también de derrotas. El aire se fue poblando de voces y las melgas fueron extendiendo sus dominios hasta donde antes había bosque y alguna rastrillada.
        Bisectrices en esta comarca que eligieron los antiguos para sentar sus reales.  Desde Chilihué hasta Médano Massallé, pasando por Salinas.  Un itinerario de ida y vuelta inaugurado a lanza y sangre.

            “…Arcaica letanía colorada/ o canto de muerte/ borogano./ Médano rojo,/ ¡Ay Masayé!/ Quebrada tribu,/ !Ay Yalmaché¡/ YA, ya, ya, aaaah.../ Curú Agué,/ Nahuel Quintún, /Calvú Turem, /Curú Locó,/ Carú Agué,/ Millá Pulquí,/ Melín, Alún,/ Calvú Quirqué/ Todos murieron/ ¡Ay arenal , lanzas y gritos!/ Tembladeral./ La muerte vino, / Malú Mapú,/ a los borogas/ como una luz./ Los adivinos del carrizal./ Rondeau,/ cacique del medanal,/ capitanejos sin perdonar,/ gargantas rojas/ del degollar/ y los ancianos/ de nuestro lar/ desechas carnes/ sin palpitar,/ todos rodaron/ bajo el fulgor/ de piedras locas/ del invasor./ Guerrero toro,/ Calfucurá ,/ que nos trajiste/ tu tempestad./ ¡Ay peregrinos/ de destrucción !/ ¡Ay comerciantes/ de maldición!/¡Ay Cara negra! ¡Flecha de Oro!/ ¡Ay Cara Verde, / Cabeza Negra!/ ¡Canas azules!/ ¡Médanos rojos!/ ¡Ay Masayé! / Ya, Ya, Ya,... ya... aaaah! . ..”(1)

        ¿Se sintieron aquí los ayes   voroganos?
        Cómo saberlo. Fuera cual fuere la especulación lo cierto es  que esas reverberaciones horadaron el siglo y cien años más tarde replicarían en la escena nacional  flagelando también, porque de eso se trataba, cada lugar donde se alzara una conciencia.
        Ya están en este volumen, habitando el necesario inventario de Norberto Asquini, los nombres de Analía y Mario Urquizo, Daniel Rocche…Y, como si no bastare, Miguel Ángel Nicolau, el curita pampeano, atrapado por la misma furia en el mismo lugar, al que le fueran insuficientes sus invocaciones.
Historias que arden en la tierra fría.
        Demasiada tragedia para el poblado que se refugió en el silencio para exorcizar sus laceraciones.
        Opciones, complicadas en la geografía del ultraje.
        ¿Cómo juzgar?  ¿Desde dónde juzgar?
        El dilema justifica y alienta este texto mínimo: buscarle la vuelta, hincarle el diente a los silencios hasta derrotar al ministerio del olvido.
        Porque la historia –según se mire- no hace justicia. Ni siquiera repara,   pero a menudo alivia.
        En la gran nevada de 2009 que hubo sobre Alpachiri alguien incorporó la silueta del Eternauta a una instantánea callejera. Fue una buena idea que devino en un resultado mágico.
        Quizá venga bien este ejercicio para estimular procederes. Incluir una ficción a la realidad. Imaginar, hasta tocarle el rabo a nuestros propios límites, las mil maneras de enfrentar a las ausencias.
        Si se pudiere, no estaría mal intentar superponer las entrañables figuras de Analía, Daniel, Mario, Miguel Ángel a cualquier postal pueblerina y dejar que lo demás fluya.
Hacerlos visibles, porque las heridas no cierran hasta que no son expuestas a la luz.  Luego, el tiempo hará lo suyo y de ellas quedará una cicatriz delgada, blanca, como un pañuelo.
        Resulta incierto presumir el porvenir de una idea peregrina.  Pero insistimos en ella, aunque más no sea para plasmar ahora, en esta fecha que marca un mojón, las expectativas verbalizadas en clave de esperanza por aquel viajero que, hace más de medio siglo en un crepúsculo de Bernasconi, partía con rumbo a Alpachiri.



J:C:P
Julio 2011
       
       


(Texto que integra un capítulo del Libro del Centenario de Alpachiri, UNLPam)       
       
(1)    fragmento de un poema de Juan CarlosBustriazo Ortíz.

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...