miércoles, 23 de mayo de 2012

Crónica Negra


El crepúsculo se resiste a abandonar su dominio en las vastedades de San Pedro del Atuel. Demora la luz, como la primavera, que llegará tarde para su ofrenda de retamas en estas postrimerías de 1941.
         Impulsados por un abanico de emociones los vecinos acuden al lugar para confirmar las noticias e inaugurar lamentaciones. Habrá misericordias   para la mujer que protege con los brazos a sus dos capullos en una articulación que vencerá al siglo.
         Todos están, visibles o fuera de escena. Los chafes de las partidas perturbados por sus remordimientos, Julio Domínguez abriendo un rastro que nadie tapa. Hugo Chumbita tomando apuntes en un cuaderno azul. Todos…, menos Vicente Gascón, claro, cuya condena será morir de olvido.
         Por ahí anda Paeta, encapotado, sus ojos astillados por un odio que persevera. Y ese otro comisario de mirada extraviada, que acaso redima su apellido en las trovas herejes de su retoño: Bustriazo, el alucinado de las lunas.
         Aquí, extremando el detalle, se presiente la figura de Eduardo Pérez. Cámara en mano, avanza meticuloso en sus reconocimientos. No está mortificado por las sombras, que las torna en aliadas.
          Ha llegado para perpetuar los pormenores del miserere del adiós. A una ceremonia definitiva que pone cordura a las incertidumbres del prontuario, transformando a un tal Francisco Bravo en lo que es; Juan Bautista Bairoletto.
         Viene de otro tiempo. Embrujos de la llanura. Como cuando atravesó la niebla para adentrarse en las albricias de un ocaso en Chacharramendi.
         Explora e imagina. Guarda fidelidad a sus antecedentes documentales. A esos respetos formales que ahora le permiten estas trasgresiones de la mirada. Tan lícitas como sugerentes: porque él ya sabe lo que la crónica soslaya por cortedad o exceso de raciocinio, que acaso desconozca todavía en estas mocedades de siglo en el estremecido sur.
         Sabe Eduardo Pérez, confirmando las matrices de su arte, que en estas dilataciones de Carmensa donde la luz se resiste, no eterniza en sus imágenes la muerte de un hombre. Consagra, haciendo foco en el corazón, las interpretaciones fundantes del mito.


Juan Carlos Pumilla

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