El muro que
abraza el ala sur del Hospital de Zona Lucio Molas ya no es solo concreto: es
testimonio.
Allí, donde
la vida se defiende día a día, decenas de manos se alzaron con pinceles como
estandartes, gritos que se niegan a callar.
Al mediodía,
de este domingo 21 de setiembre, la barca estaba lista. No surcará las aguas de
Túnez, ni flameará cual bandera en las calles de Euskal Herria, ni se
alzará , proclama airosa, en las
arterias del mundo que se rebela ante la voracidad de la muerte.
Tal vez
emprenda una travesía breve, por este océano de arena que llamamos pampa.
Pero su
desafío es otro: permanecer anclada en este lugar en que se
lucha por la vida, donde aún persiste la vieja leyenda que dice que “el silencio es salud”.
Esta barca y
sus tripulantes no aceptan esa consigna.
Han venido a
izar, en el mástil más alto de nuestra dignidad, una verdad que no se puede
ignorar:
Ante el
genocidio en Gaza, el silencio, mata.
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