sábado, 13 de septiembre de 2025

“DIGAMOS…”


El concepto de libertad que invoca Milei se presenta como una abstracción unilateral, autoritaria y excluyente. Bajo el ropaje del liberalismo económico, promueve una lógica de impunidad para los poderosos y de sometimiento para quienes no encajan en su esquema ideológico. Su apelación al mercado como único regulador social desestima la política como espacio de deliberación colectiva, niega los consensos éticos que sostienen la convivencia democrática y desmantela toda noción de justicia distributiva.

La “libertad” que proclama no es emancipadora, sino disciplinadora: convierte la diferencia en amenaza y legitima la exclusión de quienes disienten. En su ejercicio, esta libertad se transforma en un dispositivo de jerarquización, donde los otros —los que no piensan igual, los que resisten, los que reclaman derechos— son reducidos a una categoría prescindible, inferior, casi residual.

Cada vez que vocifera “¡Viva la libertad, carajo!”, no está celebrando la pluralidad democrática, sino clausurándola. Su grito no abre horizontes de autonomía, sino que delimita un campo de obediencia. En nombre de la libertad, se erosiona lo que queda de la democracia

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