Don Tomás se enfunda en una robe, calzado
con pantuflas y al calor de la estufa hogar que acaba de instalar en el comedor
central de la Malvina ,
se apresta a cumplir con uno de sus pasatiempos favoritos: leer y releer todas
las publicaciones que puntualmente, mes a mes, sus amigos le envían desde
Buenos Aires.
Es
buena cosa esta de mantenerse al día con lo que ocurre en el mundo. Aquí, en la
inmensidad de la llanura agreste y dura de domar alguien se lanza mes a mes a
pasear con los alrededores del Bing Ben, toma un café en Montmartre y bebe un
bourbon en un acogedor paseo cubierto de la aristocrática Boston.
De
pronto, su imaginación se sobresalta. Un titular anuncia que el fraude del
canal de Panamá se ha consumado y la monumental obra quedará interrumpida. No
habrá, al menos por décadas, un paso que permita el abrazo de los dos océanos.
Don
Tomás relee la noticia y reflexiona. Sus ojos se detienen en los detalles. Hay más, en la contratapa se anuncia que en Brasil el bueno de Deodoro la Fonseca ha disuelto el Congreso… ¡que se entretengan…” La balanza
vuelve a inclinarse apara el lado de los buenos. . Nuevamente será este
territorio el que se privilegie en su contacto hacia el Pacífico.
¡Chile
está tan cerca! No, no ha sido mala idea la de afincarse en el sitio donde
inexorablemente deberán pasar quienes tengan apetencias de cobre, cuero, carne
y sal.
Don
Tomás afina la punta de su bigote con los dedos y sonríe satisfecho.
El
es un hombre que sabe mirar con ojos de futuro.