viernes, 27 de abril de 2018

Un café en los tiempos de Macri

(RafaelGuardia.-Foto Dagna _Faidutti)

días de juicio
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os cuatro dejan enfriar un cortado en la esquina de San Martín y Urquiza atrapados por una trivialidad que se hundirá en el olvido antes del mediodía. Pasa una muchacha y deviene un comentario procaz que en el Manual del Macho se considera inevitable. A uno de ellos lo conozco. Me saluda sin efusión, en honor a una adolescencia que ha quedado sepultada en los setenta. Los otros tres, presiento, lo contemplan con curiosidad no exenta de suspicacias y sorpresa. El diálogo avanza rumbo a otros tópicos previsibles mientras la mañana de viernes se desangra a la espera de algún atisbo de luz desde el Este que apacigüe un fin de semana pegajoso. Veníamos de la última sesión de abril del juicio de la Subzona 1.4 con la ilusión de consagrar un exorcismo pagano que nos libere de tanta iniquidad impune. Uno de ellos inaugura otra postilla que tampoco hará historia pero la verbalización queda ahogada por el creciente rumor callejero que se dilata a lo largo de la avenida San Martín. Redoblantes y carteles con el reclamo del día. El orador, frustrado por el fragor de la marcha, alza la voz para hacer conocer a los demás parroquianos, acaso a nosotros, su odio visceral hacia a esos vagos que nunca laburaron y sólo piensan en protestas. Al frente de la manifestación va un hombre de mediana edad, prematuramente envejecido. Hace un mes, con la misma campera marrón de ahora, nos estremeció con su relato de ese territorio del horror que labró la dictadura en La Pampa. El hombre de la pancarta, depositario del desprecio del sujeto que deja languidecer su cortado, lleva en la espalda y sus manos las marcas del expolio en las hachadas de Rancul, en sus ojos, el desgarro de sus hijos. En la memoria, años de cárcel y torturas. Cuando la figura del último marchante se adelgaza avenida arriba el que vocifera sofoca una nueva ofuscación porque en el filo del ventanal acaba de perfilarse la figura de otra muchacha.

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