Canta y se enciende la mañana.
Profunda
y grave, su voz penetra y se dilata en los confines para confirmar que existen
las jornadas.
Canta,
que es su manera de decir “aquí estoy y aquí me quedo”.
Y
es así nomás: construye su hogar en cada
corazón y desde allí procura la cofradía, descubre la emoción, despliega la
raíz para confirmar procedencias y preservar juglarías.
Lo
hizo ayer e insistirá mañana. Porque el
canto es más que vocación. Acaso es un destino, una imposición de la
naturaleza, una manera de hacer y de pensar que se confirma en cada verso, en
cada prosa, en cada .pentagrama.
De
ahí el amor que le profesan las guitarras.
Canta,
Hilda Alvarado canta.
Si alguna vez volara, sería
una calandria
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