Están ahí, los conjurados, codo a
codo. Menos Saavedra, claro, porque con él la cosa es a los codazos. El rostro
crispado de Moreno acentuando las cuchilladas de la viruela. El bueno de Belgrano que lo seguirá
siendo pese al dictamen de los
insurrectos de las trenzas. Están, ellos. Se escrutan tornando ociosas las
palabras. No hacen falta: son innecesarias las verbalizaciones en esta hora en que el
futuro se pellizca con la punta de los dedos. Castelli, que nunca sabrá de las exaltaciones de
Huánuco, se vuelve hacia ambos y sus
ojos inauguran una melga en la siembra de
la a historia. Paso reembolsa la mirada y descansa su palma en el hombro del Sabiecito
del Sur, esa calificación que acaso, por vez primera, otorgue al hemisferio
austral una concepción ideológica. Sabiecito, del sur, el cariñoso apelativo
acuñado por French al camarada que es
Norte y cobijo. Domingo French, el
cartero de la revolución, cuyas
pulsiones libertarias no dejaron resquicios para vacilaciones en un amanecer brumoso de Cabeza de Tigre. Ahí están,
jacobinos de mayo, inmisericordes, ensimismados en su destino, a un instante de plasmar dos palabras que labrarán una leyenda. Codo a codo, fraguados en sus convicciones,
ignorantes de que en esas dos palabras que se hundirán en el corazón de la América,
están fundando un ideario y un legado.
Un manifiesto del Sur que acaso
el porvenir mancille porque su preservación depende de que haya nuevos hombres
para sustentarlo. Futuros e ineludibles moceríos ácratas de la talla de estos
muchachos del otoño porteño que no dan ni demandan tregua alguna. Vislumbres de
guerreros que creen, defienden y
publican que “si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le
debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas”. Ellos, que en un relámpago de tiempo, con una enjundia
exenta de jactancias, confirmarán, en un contrato inexpugnable, que es posible
la utopía.
( mayo de 2018)
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