fotos de JimiR odríguez,revista Orsai y documental sobre Sena
Otoño, junto
con las hojas caen las revelaciones. Malos presagios. Voces de la palabra
escrita, amigos, lectores, vienen alertando acerca de una constante de esta
etapa: la pavorosa –y eficaz- agresión
contra los bienes simbólicos. Además de los concretos, claro.
Tanto
en General Pico como en Santa Rosa y
otros puntos del territorio la proclama se alza
por las incertidumbres sobre los
restos de Juan José Sena y el desamparo
del sepulcro de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.
No
suenan extrañas estas situaciones en un país donde desde el mismísimo corazón del poder se
niega, desprecia o banaliza la monumental llaga de los treintamil.
Pareciera
un designio de la historia, Acaso lo fuere: habitamos esta parcela del tiempo que aun desconoce dónde se
encuentran los despojos de Narciso de Laprida ¿Acaso el mismo destino
asignado a los de Juana Azurduy?
Ni
que hablar de Moreno, el primer desaparecido. O Martín Thompson, el segundo.
Ambos devorados por él atlántico y la ferocidad de una época sin tregua.
Por ahí deambulan, lóbregas, las endechas de
María Remedios del Valle, la ignorada Madre de la Patria.
Los
desaparecidos no desaparecen, los desaparecen.
A esta altura
nadie desconoce que no hay muralla contra la muerte. Pero obra en nuestro
poder el antídoto contra el aciago
espectro de la exclusión
En
los inaugurales años setenta muere otro poeta, Jacobo Fijman, condenado al abandono desde mucho antes (“fui un desaparecido,
el más ausente…”) Habrá de ser otro escritor, el querido y respetado
Vicente Zito Lema, quien recate sus restos condenados a la fosa común.
Vicente
elaboró una operación clandestina y nocturna para evitar que su “poeta en el
hospicio” muriera de olvido.
Ahí
está la razón de esta exigua elegía:
subrayar un plan de acción, en las coordenadas de lo subrepticio o moral, orientado
a impedir que nuestra propia memoria quede sin aliento o nos juegue una mala pasada.
Al soslayo o
al amparo de discursos y edictos de ocasión.
Hacer las
cosas, como sea, hasta extremar el colmo de nuestra imaginación o capacidad, tal vez porque
la injusticia es
grande y la vida, corta.
Ciertamente,
intimaría el propio Fijman porque, el
arte tiene que volver a ser una forma de sinceridad.
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