viernes, 31 de mayo de 2013

La orden



Pero... ¿qué es lo que cubre la inmensa lona que  tanto ha costado levantar? ¿Existen decisión, imaginación... agallas para saberlo? ¿Hay alguien, acaso, que en medio del estrépito, en la claudicante ocultación de los silencios, se atreva a decirlo?
       A lo largo de  toda la jornada la  presunción de algo aciago rondó como un  presagio, ganó todos los resquicios. Y ahora que la lona  insondable, ominosa, amorfa,  flamea por efectos del viento que asola y azota, dos, tres  o más hombres se miran los unos a los otros  para conjurar el tiempo. Durante  la exhalación en que esas miradas se cruzan madura la sospecha  de la insignificancia de cualquier intento.
       Los hombres consideran, hipnotizados, la lona y la lona flamea porque el viento del norte que asola y azota no otorga treguas. En el interior de cada uno de esos hombres, que podrán ser dos, tres  o más, crecen las aprensiones. Dudan  y el ejercicio de dubitación  se hunde en sus corazones con tanta impunidad como una daga penetra en carne blanda e inmaculada.
       Más allá, desde  los estrados superiores, la voz se impone por sobre el fragor y los embates del viento que asola y azota la lona mugrienta, manchada, amorfa. La lona  que se sacude  con un temblor indefinido que  no cesa y crece.
       La voz del hombre, que se interpone al irrisorio ejercicio de imaginación de un puñado de hombres sobre cubierta, suena exasperada y audible. Retumba en los recodos de las escalerillas. Se escurre  entre las olas majestuosas que mece el viento impiadoso que asola y azota  y penetra como un trueno en los oídos de dos, tres  o más hombres incapaces de discernir  qué misterios encierra.
       Hay algo de absurdo entre  esas cavilaciones, impregnadas de urgencias, como consecuencia de la admonición que proviene de las alturas. Ellos vacilan, pero en la angustiada lucidez de la premura  alcanzan a comprender que el tiempo ha dejado de ser una estúpida arbitrariedad del pensamiento. Ahora, comprueban, se ha transformado en un dato puntual e inexorable.
       La lona se estremece y la imperturbable presencia en las alturas vocifera  la segunda palabra. El segundo  graznido  de la rutina que ha aprendido en trabajosas jornadas de obediencia  y adiestramiento que cierto albedrío dispone  para instruir a sus vicarios.
Con la firmeza  y marcialidad  que establecen los reglamentos  grita ¡disparen!.
       La orden es seca, chillona, de una sonoridad herida  por un odio ancestral.
       ¡Disparen! Dice, cumpliendo la definitiva  formulación del ritual, y los sesenta hombres, aprisionados  por la lona mugrienta que ondea al vaivén que impone el impiadoso viento del norte que asola y azota, descubren –al mismo tiempo que dos, tres o más hombres sobre cubierta, en una súbita  revelación que quizás alcance a iluminar sus conciencias- que lo que encierra  esa lona atroz, mugrienta y mecida por un viento de furias se llama  miedo.

(El hombre del Potemkin-capítulo 7)



ELOGIO DE LA LUCHA

  Unas palabras iniciales para el libro de Federico Martocci y Pablo Volking, "La HuelgaAgraria de 1919", primera ediciójn de La T...