Con el objetivo de realizar un
ajuste el Observatorio Naval detuvo el
jueves durante un segundo el reloj atómico que guía nuestras jornadas. Pero el
tiempo, ya se sabe, es una arbitrariedad del pensamiento: el corazón de los argentinos se había detenido horas
antes en Dallas cuando el poder asociado al servilismo decidió robarnos un
fragmento de felicidad en el momento que más la precisábamos.
Nuevamente, como ya es
histórico, en el Norte se deciden nuestras tristezas.
El razonamiento deportivo
insiste en que nos quitaron a un jugador excelente. Esto es real, pero
unilateral y hasta economicista. El pensamiento comunitario, con esa intuición
que da la calle, sabe que allí en Dallas nos cortaron la garantía de transitar
por la ancha avenida de la felicidad colectiva. Ahi está la gran contribución
social de Diego. Nos han estafado. Nos escamotearon la chance de obtener un
trocito de merecida alegría, algo que , como fenómeno de masas, está ausente
del firmamento nacional desde hace casi una década.
La leyenda sostiene que el Cid
Campeador ganó su última batalla muerto. Derrotó al enemigo amarrado a su
armadura. Por alguna extraña asociación de ideas esta imagen nos asaltó el
jueves cuando -tras la derrtota ante Bulgaria- un niño respondió a una encuesta
callejera sosteniendo que, a su juicio, el mejor jugador de esa contienda había
sido Diego, precisamente el gran ausente.
Diego, Dieguito, el constructor,
el albañil del edificio diseñado con gambetas en el que todos quisiéramos
habitar. Diego, el muchacho al que le cortaron las piernas y le nublaron el
corazón.
Ese sentimiento, de
reconocimiento y pertenencia, es el que está agraviado por la FIFA y la AFA. El número diez de la
selección no sólo es bueno con la
zurda. Es paradigma. Es la
certificación de que se pueden vencer
los espectros de la oscuridad, que es posible derrotar a la droga, una lección
que debiera figurar en los manuales escolares.
Maradona es la demostración viva
de que no importa el tamaño de la equivocación si existe la voluntad de
corregir. Y más: que la dimensión de la gloria la otorga la medida de las
miserias que contiene. La respuesta de los poderosos, de una hipocresía
superlativa, fue denostarlo. El cinismo no le perdonó que consumiera drogas
pero mucho menos que se recuperara. El poder, ese que se estremece ante el
término "rinoscopía". Pero hay algo más: es muy fácil cantar la falta
con las treinta y tres de mano, lo difícil es hacerlo sin cartas, sin
obsecuencias, contestatariamente, con el corazón instalado desde y con los
cabecitas negras.
En estas horas en que la
sociedad llora y los de juicio fácil condenan, surgen voces que intentan
encorcetar al fútbol limitándolo solamente a su faceta deportiva Con cierta y
justificada lógica sostienen que la realidad trasciende los estadios. Esta
forma tuerta de mirar la vida le poda a la reflexión el hecho formidable de que
el mundial -con Diego- , nos unificó, nos hizo sentir juntos, nos preparó
anímicamente para empresas mayores. Pero hizo algo más, con ese sentido del
equilibrio que tiene la gente, de la mano del fútbol vino la consideración de
las distintas facetas de la crisis nacional. No hubo panel de análisis de este
juego como pasión de multitudes que no mencionara a los jubilados, las
sansonites, Malvinas y hasta los treintamil. La realidad, esta vez, penetró a
través de los estadios.
Como se ve, hay razones para los
pesares ciudadanos y significa mucho qué hará Diego con su futuro. Pero importa
más la verificación de lo lindo que resulta la felicidad compartida, la
comprobación de que es lícito y posible obtenerla en forma conjunta.
Gambetearle entre todos a la noche y hacer el nuevo día. En este país de soles
mancillados, en medio del desconcierto, malheridos, tristes y hasta confundidos
vale la pena, como en la vieja leyenda, aferrarnos a nuestras armaduras y salir
a pelear por la alegría.
2 de julio de 1994-publicado en diario LaArena