DEBERES DE LA MEMORIA
Ricaro(fallecido en febrero de 2013), Juana, la amdre de ambos y Oscar Di Dío. |
El
que puede haber sido el primer vecino de Victorica, Martín López, residente de
“Echohué” le escribe al Padre Donati en 1872 para imponerlo de sus preocupaciones
por las consecuencias de la violación, por parte del gobierno nacional, de los
acuerdos de paz firmados en el período.
Hay
antecedentes en otros puntos del territorio, pero el descrito es probablemente
el primero que ubica a la localidad como escenario de una iniquidad.
Luego
vendrían, claro, los pormenores de la masacre, (que la historia oficial se
empeña en caracterizarlo como combate), de Cochicó o las encendidas proclamas
de Carmen Orozco intentando hacer valer sus derechos.
Ni
que hablar de las campañas de exterminio étnico que con tanto fervor reivindicó
Leopoldo Fortunato Galtieri en el marco del lanzamiento del partido que habría
de servir como fachada y continuador del proceso militar.
Los
fastos del centenario no alcanzaron a desalojar de la memoria colectiva un
secuestro extorsivo perpetrado en perjuicio de un conocido de la zona y el secuestro
y desaparición de un joven abnegado que luchó hasta las últimas consecuencias
para legarnos un país distinto y mejor.
Es
ocioso aclarar que nos referimos a Oscar Di Dio, que referencia nuevamente a
Victorica en la dilatada lista de víctimas del Terrorismo de Estado.
Hace
algún tiempo, desconocidos dispararon
contra la placa que perpetúa su nombre. Quienes quieran ubicar a esta acción dentro
de la amplia gama del vandalismo urbano se equivocan.
Los
que abrieron fuego sobre la placa de Oscar lo hicieron para asesinar su memoria
y así también para infundir al resto del cuerpo social las sensaciones que se derivan
del pleno ejercicio de la impunidad y el terror.
Al
conmemorarse los treinta años del acceso a la práctica terrorista institucionalizada
no estará demás repasar nuestros deberes (“deberes de la inteligencia”, al
decir de Aníbal Ponce) e imprimir a las efemérides un rasgo imprescindible para
avanzar hacia el futuro: el de la acción
concreta.
La
proclama de la memoria sólo tendrá vigor y templanza si a los discursos
principistas y gestos simbólicos, se le suma la vocación por avanzar hasta las
últimas consecuencias en procura de la verdad.
Esto es, conocer cada intersticio por donde la represión ha pasado, denunciarlo
y procurar justicia.
Hasta
que no lo hagamos prevalecerá el discurso de los asesinos (“Los desaparecidos
no están, no existen”, Videla dixit) y la sociedad no podrá consumarse en sus
horizontes democráticos.
La
verdad, para el caso de Oscar Di Dio es establecer quiénes fueron los responsables políticos de su desaparición, quiénes los ejecutores
del secuestro.. Es recuperar su cuerpo
para que descanse en su lugar de origen. Es, en definitiva no cejar hasta que
lo responsables sean juzgados y castigados.
Verdad es determinar la identidad de quienes
devastan en las sombras para herirnos en lo más íntimo.
Hasta
que eso no suceda la sociedad tendrá una deuda pendiente y su futuro
comprometido.
Si
Martín López hubiera triunfado en su demanda y las generaciones venideras no
hubieran olvidado lo que sucedió, la fecha de hoy sería una fiesta.
10.3.2006