La memoria es un tatuaje del alma. Se lleva en la conciencia y obedece a sus dictados. Indeleble, eterno, nos dice quiénes fuimos y revela lo que somos. Testimonio para presentir destinos y decidir qué haremos
viernes, 5 de octubre de 2012
Chicos del CREAR
Vienen y van, con sus estridencias y ajadas mochilas pletóricas de in-certidumbres y desvelos.
Acaso unas certezas.
Aturdidos por los fastos de la modernidad, Inundan la ciudad en las esquinas céntricas, en los paseos públicos, en el umbral sonoro de las confiterías para ganarse el mote de chicos en la calle, exacto y bien empleado.
Porque es así: la calle es su territorio, el último dominio que les queda, desalojados, pobres, de las misericordias, de los salarios dignos, de las estadísticas del porvvenir. Les queda la noche, claro, con sus aristas inciertas, las pesadillas y ese cansancio vencido del trabajo
¿Trabajo? , los que pueden, como pueden, mientras pueden.
Y en lo que queda del día le mojan la oreja a un futuro que se aleja y estudian y ríen en una cofradía que alivia sus tensiones y los hace más buenos, y tal vez mejores, de lo que nosotros fuimos.
Los chicos en la calle se internan en la cita vespertina de la esqui-na inconclusa de Mayo y Rivadavia (esa encrucijada que une lo imposi-ble) para indagar en las albricias y misterios de la creación.
Porque perciben –o saben- que allí está lo infinito y el antídoto efi-caz contra derrotas.
Y hacen brotar el barro. Danzan. Le otorgan sentido a los sonidos o empuñan los pinceles como si fuesen lanzas para lidiar con espectros de la noche larga hasta armar las propuestas de belleza y vida.
Estos chicos que digo, con arte y parte, ejecutan gambetas a un elixir rapaz y cautivan hasta el Sur a esta voz del Sur, proclama y senti-miento.
Cachorros del porvenir, ingobernables e ingobernados, incómodos en las butacas que los mantienen quietos, vienen hasta nosotros como un albor que conduce el crepúsculo a su destierro.
Los chicos del CREAR… germinaciones de la esperanza.
¿Hace falta decir que los queremos?
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