jueves, 29 de agosto de 2024

Lágrimas


ilustración: LUIS ESCAFATI

El que escribe  baja su mirada de las imágenes que devuelve el televisor y su corazón se estremece. Porque lo que ve renueva  una parcela del tiempo, de nuestra historia reciente, donde la Arpía de la muerte se suma al festín del Leviatán.

Lo demás, ya se sabe.

Ahora, entre el fulgor   hiriente de las corazas y el humo de los gases, la historia retorna, pero nuevamente como tragedia.

La escena se representa en  ese campo  de Marte en que los nuevos monstruos han convertido

la  plaza  del Congreso.

La abyección ha tocado fondo. O acaso, el paroxismo de la bajeza se ha empinado a la altura más alta.

Da lo mismo, no serán las  frases las que expliquen la imagen como no serán las palabras las que avecinarán las soluciones.

Niños hambreados, viejos apaleados.

¿Se puede caer tan hondo?

La respuesta es “Sí”, porque ese es el plan.

Mariátegui lo anticipó en la  madrugada de un siglo de luchas. La  clase dirigente no existe, dijo, lo que existe es la clase dominante. Esa que no tiene reparos ni piedad.

Dómines de la avaricia, que nunca están saciados

¿Y si el maestro peruano equivocara,  si errara en su pronóstico, y  existiera una clase dirigente?

En un arrebato de piedad y  de concesión podríamos  contestarle que  tendría que buscarla en el doloroso  inventario de la ausencia.

Y en tanto, los bastones.

La soledad.

Y los canallas.

Y los olvidos

Y abajo estamos nosotros, las víctimas. Niños y abuelos, pobres o empobrecidos.  Viejos como el que escribe cuyos ojos se nublan por el humo que quema las pupilas  de los jubilados sino por esa iguana sinuosa que amanece en su mejilla y moja el teclado.

Llegará la jornada  en que estas lágrimas conformen gotas.

Habrá una que colmará el vaso.

 

 


 


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