Santa Rosa se hace señorita y pinta sus labios aguardando
la llegada de los años cincuenta. Todo es apacible y rutinario, la felicidad
pasea los domingos en la vuelta del perro, pero nadie cobra conciencia de tan
importante compañía. Las hipótesis de conflicto de la policía son los rateritos y los quinieleros. El oficial
Ochoa tiene un dato infalible: ese día
el viejo zapatero del barrio llevará la lista de apuestas clandestinas a su
capitalista. En el momento adecuado Ochoa y sus agentes irrumpen en el local y comienzan el registro en procura de
los números comprometedores. Buscan y buscan hasta el desasosiego mientras el
hombre de las mediasuelas los mira y goza y hasta se anima a cebarles unos
mates. Los uniformados se van rumiando negros pensamientos porque los galones
no se ganan con fracasos. Un confidente revela, días después, que el papelito
de apuestas estaba escondido en la yerbera.
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