Teófilo
Ivanowsky deserta de la milicia y se transforma en linyera. Allá, en
Montevideo, renuncia a una historia e
inmigrantes junto a sus documentos .Se introduce luego en los
caminos del país vecino que
tropieza en las incertidumbres de su
organización. Teófilo trajina, sin prisa y sin pausa, huellas y años hasta que
recala en los andenes de una estación que lleva su nombre. Nunca imaginó (él,
que hizo de la imaginación una religión) que aquellos documentos abandonados en
Montevideo convertirán a otro don nadie en
un guerrero, un héroe del proceso nacional que a su muerte sería honrado
con un decreto de denominación de un pueblito ignoto de la Pampa Central. El nombre de Karl Reichert quedó extinguido
en una leva de los pagos de Azul,
engrosando las infinitas sepulturas de
la historia. Edgar Morisoli hace justicia con ambos en un relato donde la
poesía también honra estas bisectrices de la vida, estas coincidencias
cósmicas, estas armonías de la existencia que uno-por insondables
imperativos de la síntesis - titula, simplemente, “rimas”.
La memoria es un tatuaje del alma. Se lleva en la conciencia y obedece a sus dictados. Indeleble, eterno, nos dice quiénes fuimos y revela lo que somos. Testimonio para presentir destinos y decidir qué haremos
domingo, 26 de enero de 2020
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